Se ha escrito mucho y todos conocemos, con mayor o menor exactitud, las consecuencias múltiples de la crisis económica en Grecia. Pero hay otros efectos de carácter más político que económico que desearíamos también poner de relieve, y que probablemente no estuvieron, me parece, fuera de las intenciones del gobierno de Syriza y del primer ministro Alexis Tsipras.
En primer lugar, como sostiene el semanario Le Monde Diplomatique, Grecia es hoy un poco más europea y Europa mucho más alemana. Y esto es así porque en la crisis se puso de manifiesto que incluso los países o las economías pequeñas pueden tener una enorme relevancia en los destinos de Europa en su conjunto, ya que desde sus inicios se discutió intensamente sobre el destino y real vocación, que ahora parece definitivamente decidida por Alemania a través de los organismos económicos de la comunidad, no obstante que sigue insistiéndose enérgicamente, sobre todos por los nuevos partidos (Grecia, España y otros movimientos y corrientes intelectuales), en que su vocación debiera ser primordialmente la cooperación, la ayuda y la solidaridad no sólo con los pequeños países, sino con las masas populares europeas, es decir, sosteniendo que la comunidad sólo tiene sentido al asumir claramente una perspectiva socialista o socializante.
Pues bien, el asunto griego ha puesto en evidencia que la Europa actual es primordialmente la Europa de los ricos y los consorcios, dirigida por las instituciones directamente concebidas para ello, principalmente la llamada troika (eurozona, banca central europea y FMI. Es decir, habría triunfado la Europa de los ricos y los consorcios y habría sido vencida y humillada por lo pronto la Europa de los pobres y los explotados. El asunto griego sirvió desde luego, tal vez en primer lugar, para revelar con toda claridad esta evidencia.
En el propio Le Monde Diplomatique se sostiene que no tuvieron ningún éxito ni la posición de Christine Lagarde, partidaria de una quita favorable a Grecia, ni la posición inicial de François Hollande en favor de un acuerdo menos severo sobre Grecia, la clara triunfadora de esta crisis fue Angela Merkel, favorable a la más dura línea concebible, que con inmutable frialdad y mano de hierro estuvo a punto de poner en riesgo la actual unidad de la Comunidad Europea.
En las últimas horas de la negociación, Alemania se mostró dispuesta a expulsar a Grecia de la moneda única, si no aceptaba sus condiciones sin excepción. Recabó apoyos en los países del norte y barrió las disidencias como una aplanadora en el momento final. Tras una noche de infarto, Grecia seguirá siendo miembro de la eurozona. El acuerdo es positivo para el país, pues la salida habría llevado a la economía al caos (extensión del corralito, hiperinflación, importaciones impagables…). También para la moneda única, que habría afrontado una situación peligrosamente inédita con la salida de uno de sus socios, al despertar la desconfianza de los mercados, que son quienes –nos guste o no– financian nuestro crecimiento. Ocasión en que se pensó que con la creación de la Comunidad Europea (aun cuando, decíamos antes, no era ésta la primera intención al crearse la eurozona) esta región del mundo sería un ejemplo para el desarrollo social, educativo y cultural, ya que se trata de una de las zonas del mundo más preparadas para estos fines. Pero parece que, por lo pronto, el propósito quedó en ilusión no realizada). Desde luego, se comprueba una vez más que el capitalismo salvaje se impone agresivamente en todas partes del mundo.
Es decir, por lo pronto no parece viable otra Europa posible. El triunfo arrollador de Merkel frente a Tsipras cierra las puertas a un modelo distinto de Europa al actual gobernado de hecho por Alemania. Pero la crisis griega ha mostrado también que la eurozona tiene pies de barro. Por lo pronto, sin embargo, la actitud alemana cierra cualquier discusión sobre una Europa alternativa; su actitud también resulta un mensaje a los nuevos partidos radicales que aparecen en Europa; sin embargo, el mundo sigue en movimiento y ya se vio que son los pueblos y no los gobiernos los que tienen la última palabra. La austeridad y el control fiscal no son, no pueden ser, el punto de llegada de una historia tan rica; aunque en la circunstancia se hayan impuesto por razones que ojalá sean de mera coyuntura.
Todos sabemos que en Estados Unidos el camino seguido fue el indicado por John Maynard Keynes, con ingentes inyecciones de liquidez a su sistema financiero, lo cual, otra vez (la primera fue en los años 30, después de la crisis de 1929) le ha permitido salir a flote básicamente y afianzar su estabilidad. Por lo pronto tal es la situación, una Europa debilitada y en manos de una fuerte Alemania otra vez en contra de las clases populares europeas, y una Europa que apenas resurge, pero que se mueve ya con base en sus clases populares y encuentra en ellas un futuro esperanzador, que los recientes acontecimientos no han derrotado, sino apenas enviado una fuerte advertencia.
Es verdad, el capitalismo salvaje parece imponerse a plenitud en todas partes; sin embargo, en buena dialéctica histórica, vemos aquí y allá surgir sus contrapartes, los partidos y los movimientos de oposición, con fuerza, que tienden a unirse y a actuar en consonancia y que lo procurarán más radicalmente en el futuro. Es verdad, se trata aun de balbuceos, pero que en el futuro tenderán a convertirse cada vez más en oposiciones poderosas. ¡Así sea!