Diciembre 6, 2024

¿Quién mató a Quichillao?

La respuesta no tiene que ver con la ciencia de la balística. Tiene que ver con los que generan las condiciones para hacer puntería, disponer del armamento, dar las órdenes, para luego de matar en una sucesión de declaraciones y buenas intenciones, ocultar sus manos y borrar sus huellas.

 

 

A pesar de lo que se diga, el de Nelson Quichillao es un crimen político. Y si bien el Ministro Burgos no disparó, tiene gran responsabilidad en razón de su cargo.

 

 A Quichillao lo mató la cultura que permite la existencia de trabajadores de primera y última clase, que nacen viven y mueren condenados a no salir más de las trampas que les ofrece la economía, que es como decir la pobreza, cuyos hijos irán a una escuela determinada según su condición social, los que  luego de estudiar algo que probablemente no le sirva para nada, les va significar echarse a la espalda una deuda infinita, la que luego hará más rico al dueño de esa deuda y de todo lo demás.

 

A Quichillao lo mató el desprecio con el que se trata al trabajador, más bien un número, una estadística, cuando no una molestia que es necesario apalear y balear como medio disciplinario por si se le ocurre exigir sus derechos mediante la legítima y necesaria protesta.

 

A  Quichillao lo mató un paco desechable, un monigote manipulado por mandos superiores, cebados como están por la impunidad criminal que les permite dar sus opiniones de clase mediante sus mariconas órdenes de abrir fuego.

 

A Nelson Quichillao lo mató una cultura que no castiga el disparar en contra de trabajadores desarmados, sino que al contrario, entiende ese acto como válido, legítimo,  necesario, propio del valer militar y no una cobardía sin límites.

 

A Quichillao  lo mató el cinismo de los políticos que miran para el lado cuando se trata de contratos entre privados, pero se la juegan cuando esos privados son los poderosos que les han pagado sus carreras políticas y sus bienestares, sus amantes y las carreras de su hijos. Que no se interesan por el muerto cuando es un pobre el que cae acribillado.

 

¿En manos de quién estamos?

 

La Nueva Mayoría ha  intentado por todos los medios parecerse a la tiranía. Ya no solo por suscribir a pie juntillas un sistema económico abusivo e inhumano, que lleva a la gente a desesperase y salir a las calles a exigir justicia, sino también por la puntería criminal de la que está haciendo gala.

 

Compungida, la presidenta ausente que no preside nada, evalúa como criminal y lamentable el disparo contra un oficial de la policía que cae en el cumplimiento de su deber. Y nada dice cuando es un obrero el que muere por una bala muy parecida.

Nelson Quichillao  no es el único muerto en esta extraña post dictadura. Aún gritan desde el silencio de sus tumbas decenas de compatriotas que han sido asesinados por la policía solo por el hecho de luchar por sus derechos.

 

Lo que antes era adjudicable al oprobioso régimen del tirano, hoy se repite con espantosa regularidad en lo que algunos llaman plena democracia.

 

La pasividad oficial y el ruidoso silencio de Bachelet, permiten por omisión que se sigan cometiendo crímenes contra las personas inocentes a manos de jefes policiales que se equivocaron de vocación o de tiempo.

 

El asesinato de Nelson Quichillao es un crimen político perfectamente evitable, por lo tanto también perfectamente premeditado.

 

 

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