Mahmud Aleuy es un sujeto que ha hecho de la política una profesión. Sin oficio ni profesión conocida, uno que en buen chileno no le ha trabajado un día a nadie, se ha permitido una insolencia de marca mayor con los ciudadanos que le brindan el sustento: para él un 30% de los chilenos que participamos en manifestaciones somos delincuentes.
Este sujeto dotado de una arrogancia sin límites es un coprolálico conocido en el Partido Socialista. Sus vulgaridades y groserías son conocidas, a tal punto que en una ocasión un Consejo General en el Diego Portales, mientras rendía un informe salpicado de garabatos, me vi en la obligación de llamarlo al orden.
Por sobre las consideraciones personales, que dan cuenta de la escasa densidad cultural e intelectual
de algunos funcionarios de gobierno, la insolencia de Aleuy tiene un trasfondo político de la mayor gravedad. Este operador político nos ve así; para él los ciudadanos en una manifestación pública somos delincuentes.
Esto es relevante pues si así piensa el subsecretario del Interior podemos explicarnos ciertos comportamientos de la fuerza pública, denunciados por el Instituto de Derechos Humanos, durante las manifestaciones públicas.
La insolencia de Aleuy refleja el estado de ensoberbecimiento a que ha llegado la casta política. Se creen dueños del Estado, piensan que los ciudadanos somos súbditos y que el hecho que por vocación o necesidad ellos sean capaces de chapotear en el barro de la politiquería los hace una suerte de élite superior.
Son distintos a los ciudadanos, es cierto, en su falta de escrúpulos, en su avidez por el dinero, en su desvergüenza.
Se autoasignan remuneraciones millonarias para ellos y sus entornos familiares y sentimentales, se llenan de privilegios, nos obligan por ley a llamarles “honorables”, se mofan de nosotros cuando pedimos una Asamblea Constituyente, se muestran serviciales ante el gran empresariado y arrogantes con los ciudadanos. Esto va a acabar mal para la casta política, los chilenos dormimos como marmotas pero despertamos como leones.
La presidenta Bachelet no le ha pedido la renuncia al insolente Aleuy. Sólo han tratado de sortear el estropicio, consistente en hacer público lo que realmente piensan mediante unas disculpas públicas que son antes que nada un símil exacto del homenaje que el vicio le rinde a la virtud. Un monumento al cinismo.
En estas circunstancias sólo nos cabe decirle al señor Aleuy que los ciudadanos legítimos de esta tierra, que dio cobijo a sus carenciados antepasados, sólo podemos darle como respuesta a sus explicaciones, que tienen el supuesto de que somos tontos; que se las guarde, que no las necesitamos.
ROBERTO AVILA TOLEDO