Aunque el gobierno griego para las negociaciones haya rebautizado las instituciones a la troika, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea forman un grupo de usureros dispuesto a destruir la vida de millones de personas y a reducirlas al hambre. Esa mafia del capital financiero internacional busca derribar al gobierno de Syriza, dirigido por Alexis Tsipras, para desmoralizar al pueblo griego hoy en rebelión y dar un ejemplo de lo que les podría suceder a otros países (sobre todo España) si intentan desconocer la deuda contraída por los gobiernos de derecha.
Aprovechando que el 30 de junio Grecia debe pagar 6 mil 970 millones de euros (7 mil 840 millones de dólares), esa mafia le acaba de lanzar este viernes un ultimátum a Atenas que va unido a un chantaje evidente pues le ofrece prolongar la ayuda hasta noviembre de este año y un préstamo de 15 mil 500 millones de euros si Grecia acepta de inmediato las medidas económicas que la troika quiere imponer enmascaradas bajo el calificativo suave de reformas. Para mayor burla, el grupo chantajista no aportaría dinero fresco, porque esos 15 mil 500 millones se formarían con 3 mil 500 millones que Grecia debe pagar al FMI, más 3 mil 300 millones provenientes de las ganancias del Banco Central Europeo con los fondos griegos y 8 mil 800 provendrían de un fondo de ayuda ya existente a los bancos griegos por 10 mil 900 millones para prevenir una corrida bancaria. Atenas, si cediese ante el ultimátum para tener nuevos fondos, recibiría sólo unos pocos miles de millones nuevos a cambio de hipotecar su futuro durante décadas.
Sobre un poco más de 11 millones de habitantes Grecia tiene hoy más de 3 millones de pobres, millón y medio de desocupados (27 por ciento de la población activa, uno de cada tres trabajadores) y un constante ingreso de emigrados de la guerra en Medio Oriente. El gobierno de Tsipras decidió otorgar a 300 mil familias indigentes 200 millones de euros (unos 230 millones de dólares) bajo la forma de electricidad gratis y de subsidios a la alimentación y el alquiler, y el Eurogrupo rechazó incluso esa elemental medida humanitaria.
La deuda griega fue declarada injusta, ilegal y odiosa por una comisión internacional reunida por el Parlamento griego, la cual sugirió someterla a una auditoría. Quienes la contrajeron fueron los gobiernos de la derecha y del PASOK (el partido socialdemócrata) que aceptaron la corrupción que proponían los bancos y los armamentistas alemanes y franceses a los cuales Grecia debe 160 mil millones de euros. Sin embargo, y contrariamente a todas sus promesas electorales, el gobierno de Tsipras no hizo una auditoría de la deuda para pagar sólo lo legítimo, sino que la aceptó en su totalidad y la está pagando, con los intereses usurarios. Además, cedió ante la imposición de sus acreedores y aceptó aumentar la edad para la jubilación a 67 años, reducir fuertemente los prepensionamientos y aumentar a 23 por ciento el impuesto al valor agregado en rubros fundamentales para su economía, empezando por la hotelería, lo cual encarecería el turismo en Grecia, principal recurso del país para obtener divisas. La mayoría gubernamental dirigida por Tsipras discute la postergación hasta septiembre de las reformas que acepta, en vez del 1º de julio, como exige el FMI, y prefiere poner nuevos impuestos a los más ricos que recortar los gastos, como exige el FMI para pagar la deuda. Tsipras acaba de declarar no aceptaremos chantajes ni ultimátums y su ministro de Economía, Yanis Varufakis, dijo por su parte que la deuda es inaceptable. La izquierda de Syriza (47 por ciento del partido) siempre se negó a pagarla, pero reafirmó su voluntad de permanecer dentro del euro y de la Unión Europea.
Syriza, como se recordará, es un frente de tendencias y el partido de Tsipras –Synaspismos– es una escisión eurocomunista del viejo Partido Comunista griego y tiene como inspiración –a pesar del fin inglorioso de esa formación– al Partido Comunista Italiano, que creía que el socialismo se podía hacer llegando al gobierno en coalición con los partidos capitalistas (y proimperialistas) y acabó en el desastre político y moral y en su disolución. Syriza ganó las elecciones, arrebatándoles votos a la derecha y al Pasok socialdemócrata. Es decir, no con un electorado anticapitalista preparado a una ruptura con los usureros y el sistema, sino con sufragios por un gobierno honesto, sin ladrones, dentro del euro y del sistema capitalista. Tsipras no supo preparar a esos millones de griegos ni para la lucha que vendría (porque creía en un acuerdo con la UE, sin comprender lo que estaba en juego) ni para las consecuencias de un fracaso en las negociaciones.
Ahora cuenta aún con un apoyo mayoritario (47 por ciento, según las encuestas), pero no sólo tiene la oposición dura de la derecha conservadora y de los neonazis (lo que era inevitable), sino también la desconfianza de una parte importante de los trabajadores (izquierda de Syriza y Partido Comunista y aliados) que lo acusan de conciliador y hasta –erróneamente– de traidor. Ante una eventual ruptura de las negociaciones con la troika, podría reconquistar, sin embargo, parte de esa izquierda que protesta y movilizar grandes masas. Hasta este viernes, cuando escribo este artículo, podría convocar un referendo o elecciones generales y tomar medidas preparatorias para volver a la moneda griega, el dracma, rompiendo con el euro y la UE, y tomando medidas políticas y sociales (estatización de los bancos, control de cambios, expropiaciones de grandes empresas, eliminación del impuesto a los alimentos y las medicinas, plan prioritario de trabajo) todo eso sobre la base de movilizaciones y de explicaciones constantes a los griegos. La lucha vertical de aparatos (gobierno contra la troika) fracasó: sólo queda la reconstrucción desde abajo con el apoyo popular.