La consigna parece loca. Así también lo pareció la lucha por la jornada de 8 horas cuando los mártires de Chicago dieron su vida por ella. Pero si no hay suficientes fuentes de trabajo para todos los chilenos, lo justo es que se repartan equitativamente las que existen. Esta tarea no es fácil, dada la actual estructura laboral que se ha instalado en el país, pero cuando se ve que la mayoría de nuestros compatriotas apenas duerme para compartir su jornada diaria entre el transporte y el trabajo y otros pocos están entre los más ricos del mundo según Forbes, una reorganización parece natural y necesaria.
En efecto, la estructura laboral existente en Chile, tiene como principal objetivo ahorrar costos a las grandes empresas. De esta manera más del 50% de los trabajadores gana menos de $300.000, no hay trabajo decente dada la legislación laboral decimonónica, los contratos indefinidos son prácticamente inexistentes y predomina el desempleo, la temporalidad y la precariedad.
Y ello se debe al modelo que se ha desarrollado homogéneamente durante los últimos 30 años en el mundo. En el que se ha reemplazado en forma sistemática y creciente mano de obra humana por tecnología, especialmente por tecnología digital. Así, desaparecen día a día fuentes de trabajo no recuperables y las nuevas tecnologías ocupan cada vez un lugar más destacado, especialmente en los países más desarrollados. En esto no hay vuelta atrás, puesto que la empresa privada se ha desplazado hacia actividades financieras y especulativas con sus actuales inversiones y los estados no tienen derecho a crear nuevas actividades económicas. Específicamente en Chile, donde el Estado podría iniciar actividades en el campo de las energías renovables o en actividades empresariales vinculadas a la ciencia y la tecnología, tiene prohibido por la Constitución involucrarse en la economía.
De esta manera, el desempleo crece en los países del primer mundo. Chile no se ha quedado atrás siendo el chiche del neoliberalismo. Más aún, fue precursor del sistema, con sus “Chicago Boys” bien aleccionados por las trasnacionales y drásticamente apoyados por las bayonetas del dictador.
Actualmente, la figura dominante en la manufactura chilena consiste en comprar la franquicia a los dueños de la marca trasnacional, pagar la consabida propiedad intelectual y mandar a fabricar el producto a China. Lo que no se envía a fabricar a China, se fabrica en el país con trabajadores a domicilio que reciben pago a destajo y liberan al empresario del pago de salud, leyes sociales, jubilaciones, accidentes laborales, energía, desperdicios y errores.
El elitista sistema educacional que, supuestamente, comienza a reformarse, también fue creado para servir coherentemente a las necesidades del modelo. La educación de las elites produce los trabajadores autoprogramables que completan su educación en Harvard, Chicago y otras universidades del Primer Mundo. Ellos son los llamados a asumir los puestos de trabajo de la dirección empresarial y política, o los altamente calificados de las financieras o las empresas extractoras de recursos naturales.
El resto del sistema educacional produce los trabajadores genéricos que no requieren una educación de calidad. Los trabajadores subcontratados por obra o faena, las temporeras de la agricultura, las trabajadoras que desconchan los mariscos para las conservas, las obreras de la salmonicultura, las trabajadoras a domicilio que reciben pago por pieza. Los que trabajan en condiciones laborales donde se les controla hasta el tiempo para orinar.
Estos trabajadores, que al igual que en China carecen de derechos laborales, mientras menos educación tengan, menos exigencias harán y podrán conformarse con salarios “competitivos”, que, en la manufactura también podrían competir con los pagados en China. En otras palabras, el sistema educacional existente antes de la Reforma era completamente adecuado para las necesidades de las empresas chilenas.
De esta manera, grandes sectores de la población excluida del trabajo decente se ven obligados a vincularse a la prostitución, microtráfico y delincuencia donde han aparecido formas siniestras como el tráfico de órganos y otro tipo de ocupaciones inimaginables. Porque no se ve en el horizonte posibilidades de que aparezcan nuevas fuentes de trabajo. El desarrollo de la tecnología continuará con los objetivos diseñados por las grandes trasnacionales, que, no corresponden a los de las grandes mayorías de la población. Desde que desapareció la investigación científica de las universidades y los centros de investigación financiados por el estado, la ciencia ha quedado en manos de las empresas privadas. La ciencia existente es secreta. Las empresas contratan como empleados a los investigadores para que mejoren sus procesos y rentabilidades, los cooptan y les impiden que los inventos que no los favorecen sean publicados. Reciben más de cien años de pago por propiedad intelectual por las marcas e inventos que les convienen.
Así, continuará el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías para abaratar procesos y que las empresas se puedan deshacer de los problemas que significa la contratación de trabajadores con derechos y salarios dignos. Difícilmente la ciencia se concentrará en mejorar las condiciones de vida del ser humano, defender el planeta o eliminar las causas de las guerras fraticidas. Lo único que importa es que continúen aumentando las ganancias y las grandes fortunas.
Los que luchamos por una sociedad solidaria no podemos aceptar que la disminución de fuentes de trabajo se compense con el desempleo generalizado o la corrupción de las mayorías más afectadas. Debemos luchar porque los efectos y los defectos del sistema sean repartidos entre todos. A lo menos debemos discutirlos si no podemos cambiarlos.
Al mismo tiempo, al estar empeñados en una reforma educacional, debemos planificar y discutir la educación que necesitamos en el país que estamos construyendo y que aspiramos construir. No podemos hablar de la educación de nuestros jóvenes en abstracto. El diseño de un sistema educacional debe contemplar las necesidades del país y no la de los dueños de los negocios de educación. Las necesidades del país estarán determinadas por su estrategia de desarrollo.
Agitar la consigna de la jornada de seis horas es un comienzo, porque debemos exigir más tiempo libre y que el Estado apoye a las grandes mayorías en el desarrollo de una ciencia y tecnología al servicio de todos.
Alicia Gariazzo
Directora de CONADECUS