Es esta una de las preguntas fundamentales que deberá abordar el Encuentro convocado para el 21 de mayo en la USACH, cuyo objetivo es conformar una “nueva fuerza de izquierda”.
Una fuerza efectivamente nueva debe romper los moldes habituales del asociacionismo político. Se trata de un desafío mayor. Una novedad ha de ser la capacidad de congregar grupos políticos organizados ya existentes con agrupamientos o dirigencias de agrupamientos sociales (sindicales, de género, estudiantiles, poblacionales, ecosocialistas, por la diversidad sexual, barriales y otras) y, también, con simples ciudadanos que participen a título personal. Esa idea central necesita de una estructura orgánica que es preciso inventar, que continuamente vaya generando los ajustes necesarios para evitar o al menos remediar parcialmente las tendencias propias de las organizaciones a generar castas o conducciones elitistas o personalistas o burocracias que armen un poder que anule las decisiones participativas de los integrantes de la organización. Se trata de una orgánica que incluya a todas las sensibilidades sin que ninguna pueda llegar a controlar por si misma esa estructura. En otros términos, para ensayar una definición provisoria, pienso en un movimiento asociativo mancomunal (asociación de personas, fuerzas o caudales para un fin, reza el diccionario) y solidario (contrae obligaciones y promesas en común), una suerte de movimiento “de código abierto”, por así llamarlo, que respete razonables diferencias, adopte un criterio general favorable a la inclusión de quienes se sientan identificados con sus planteos principales, genere entendimientos internos y externos y proponga y ejecute acciones que generen convergencia. Un requisito indispensable para un cuerpo de este tipo es que la identidad de las partes no se vea amenazada por el conjunto pero, al mismo tiempo, no se sobreponga el interés particular a los del colectivo.
No es una novedad, pero la reafirmación de las políticas de “acción positiva”, como las cuotas mínimas, más allá de sus limitaciones, sigue siendo indispensable, particularmente en materia de género y de presencia generacional. Este último aspecto se funda en la percepción que si es posible un encantamiento o reencantamiento, una “nueva” fuerza debe construir una posta generacional donde los capitales políticos acumulados por los sujetos de más larga trayectoria no signifiquen una sombra respecto de los que emergen. No se trata de una visión “etaria” de la política, sino de la necesaria mirada colectiva a un horizonte que no es individual sino común. En esta materia, es también indispensable abrir las puertas a todos los jóvenes que tengan más de 15 o 16 años y a todos los ciudadanos potenciales estén o no inscritos en los registros electorales.
Esta fuerza mancomunal y solidaria tendrá que intensificar la presencia y vinculación con las organizaciones de base territoriales o sociales, aprovechar todos los espacios comunicacionales por pequeños que sean, crear movimiento social y nuevas organizaciones. Los adherentes debieran comprometerse a participar a lo menos en una organización social como requisito de pertenencia.
Más horizontalidad, menos verticalismo, deben ser características de una nueva fuerza de izquierda. Eso significa, claramente, la necesidad de descentralizar y reconocer autonomías. Este es, sin duda, el caso de las regiones. Mientras el estado permanente de asamblea deriva muchas veces a un ejercicio discursivo interminable y mucha acción espontánea que, aunque tenga fuerza, no siempre genera efectos perdurables, la opción “centralista democrática” de la izquierda más clásica no satisface como modelo para una “nueva fuerza”. Es preciso ir construyendo, en aproximaciones sucesivas, mediante el método de prueba y error, un equilibrio entre el máximo grado posible de participación y el nivel necesario de dirección política. No hay una receta, pero creo que los límites de tiempo al ejercicio de cargos de dirección, la rotación de esos cargos, la revocabilidad de los mandatos y la obligación de rendir cuenta, son elementos indispensables.
Sobre la participación electoral no tengo duda alguna. Una nueva fuerza de izquierda no debe abandonar ningún territorio, entre ellos las elecciones. Son un momento, en la pobre democracia chilena, en que se produce un mayor grado de politización y es posible exponer ideas y mensajes con mayor extensión y alcance. En general, la izquierda debe siempre levantar su bandera, no dejar espacios vacíos, no renunciar a oportunidades legítimas de proponer sus puntos de vista.
En todo caso, en la búsqueda de una fórmula de acción no debemos partir de un falso antagonismo entre la ocupación del espacio electoral y del espacio cultural y social. Es claro que para ser una fuerza política con peso electoral no se precisa ser partido legal y que, a la inversa, como ocurre en muchos casos, se puede ser partido legal y casi no tener significado social. Un referente político, social y cultural nuevo podrá llevar candidatos aún no estando inscrito como partido y su significado (para el país y también para sus eventuales aliados) corresponderá a su desarrollo, a su presencia ciudadana, a sus liderazgos y a su capacidad de convocatoria. Si se legaliza, su condición jurídica debiera ser un complemento.
Uno de los temas recurrentes en la construcción de un nuevo referente de izquierda es si habrá o no pactos o acuerdos con otras fuerzas. Mi posición es clara: debemos tener una política de alianzas. Para decirlo de otro modo, no comparto el punto de vista que veta la posibilidad que la izquierda participe de acuerdos políticos en determinados momentos y circunstancias. Una materia distinta es cómo y cuándo se hacen esos acuerdos, para qué y por qué. Este es un debate propio de una organización constituida y la cuestión no puede ser dilucidada como cuestión de principios. En la discusión hay un criterio que me parece fundamental: si queremos proyectar una izquierda con ambición protagónica no deberemos dejar espacios electorales vacíos. Siempre, a menos que muy fundadamente haya razones que lo justifiquen, la izquierda debe tener sus propias candidaturas.
Santiago, mayo de 2011.