Diciembre 26, 2024

El femicidio y el indio pícaro

Marx decía que la ideología de una sociedad era la ideología de la clase dominante. Jamás habló del género dominante. Notable que un crítico social como él, no dedicara un minuto a ese análisis, más aún cuando su amigo Federico Engels descubría que la monogamia y la familia nuclear habían nacido solo porque el hombre necesitó el control de la prole para usarla en la labranza, cuando ya terminaban los saqueos y la esclavitud que dejaban las guerras a los vencedores. A Marx no le convenía desarrollar este pensamiento, porque era el rey en una casa llena de mujeres, donde explotó hasta el fin de sus días a su hija Eleanora, su secretaria, la que le mecanografiaba sus escritos. A la que le prohibió casarse con el novio que amaba y por el que ella se suicidó cuando este se casó con otra. Tampoco sus seguidores, que supuestamente representaban el pensamiento más avanzado de la época, se preocuparon del género. Y es así como hemos tenido que vivir con la ideología del género dominante aceptando una cultura y un conocimiento, trasmitido a través de generaciones, que acumula los errores, subjetividades y caprichos del pensador de turno, ya que el pensamiento, hasta hace muy poco, era patrimonio solo del género dominante.

 

 

Lo más suave es el lenguaje. Cargamos con que la palabra histeria venga de útero, que se comente hasta el agotamiento acerca de los supuestos problemas que nos trae la menopausia, sin que se escriba ni una letra al alcance de las mayorías, sobre el impacto de la andropausia en los varones. Que se diga que somos tontas, conflictivas o feas cuando llegamos a viejas. Y que tengamos que aceptar, cuando un varón nos honra eligiéndonos, que sienta que nos compró, y que, por tanto, nos posea junto al derecho a golpearnos si no cumplimos sus expectativas.

 

Volviendo a los grandes pensadores de la humanidad, hemos aceptado ideas absurdas como la incorporada por Freud, por nadie jamás discutida, acerca de “la envidia del pene”. La verdad es que he convivido íntimamente con mujeres, hice mi educación en un internado, estuve presa, tengo tres nietas mujeres y grandes amigas, y nunca he escuchado, ni visto, el menor atisbo de envidia al pene. Me dirán que estoy haciendo un análisis casuístico, incluso corro el riesgo de que mis amigos varones no me publiquen esta vez, pero ni en infinidad de páginas escritas por mujeres he leído nunca nada acerca de este complejo que según el señor Freud condicionaría seriamente nuestro comportamiento. Por el contrario, creo que son los hombres quienes rinden culto al pene. Desde pequeñitos se lo tocan y examinan, un poquito más grandes lo muestran con orgullo y ya en la adolescencia es el principal juguete y símbolo que comparten con sus amigos. Para las mujeres que no tenemos hermanos, La Ciudad y los Perros fue una revelación. Leer las competencias de los adolescentes protagonistas, por el tamaño de este, sobre el orín o el semen que llega más lejos y el disfrute de introducir el pene en gallinas u otros animales, a ninguna mujer conocida que yo haya sabido, nos produjo envidia. Cuando más una enorme sorpresa.

 

Es claro que el género dominante siente adoración por al pene y especialmente por el pene erecto. De ahí el éxito del indio pícaro que se ha construido en todos los tamaños y que ha sido recibido por los varones con el mismo deleite que el viagra. El culto al pene erecto, no hace daño a los varones, salvo que debido al aumento de la longevidad, muchos ancianos abandonan a sus mujeres viejas entusiasmados por las decenas de jovencitas liberadas que creen poder conquistar. Ello tampoco sería grave, ya que la pareja está cada vez más obsoleta como núcleo social, pero para la sociedad constituye un problema por las pensiones exiguas con que cuentan los ancianos, especialmente las mujeres, por la ausencia de fuentes de trabajo para la tercera edad y porque no hay organización social para el cuidado de enfermos, discapacitados o ancianos no valentes. El romance o el divorcio en la vejez aumenta los costos de vida que se cargan a la población activa cuando no existe un estado protector.

 

Sin embargo, lo grave surge cuando el fetiche de los varones los lleva a tener odio a partes del cuerpo femenino, en lo que sorprendentemente Freud nunca pensó. Para el varón de las cavernas no podía pasar inadvertido que una parte del grupo con el que compartía la cueva, de repente produjera una criatura. Más aún, que ese mismo ser, aparentemente igual a él, pudiera amamantar a dicha criatura con su propio cuerpo. A mí me parece que ese acto monumental debe haber causado mucha más envidia que un pedazo de carne inanimada que es lo que uno les ve a los niñitos al jugar con ellos al doctor entre los 4 y 7 años. A mi juicio, la incapacidad del hombre de dar a luz es la base de muchas formas de maltrato existentes posteriormente en la familia patriarcal. Pero, aunque en este aspecto me equivoque, es claro que el macho está preocupado en muchas formas y molesto por partes del cuerpo femenino, sea porque quiere moldearnos a sus gustos, sea porque quiere solo dañarnos.

 

Es así, como hasta los años 50 en China, los hombres exigían para tomar a una mujer, una forma de caminar, que les moviera las nalgas de determinada manera al dar pasos cortos con suecos y pies pequeños. Las que mantenían los pies grandes no encontrarían un buen marido y tendrían que dedicarse al trabajo pesado en el campo. Por ello, las madres, cuando sus hijas cumplían siete años se encerraban con ellas, les quebraban los dedos de los pies, doblándoselos. A veces lo hacían pateándoselos en el suelo y las mantenían caminando por días sobre las heridas, escondidas, hasta que dejaban de sangrar, las uñas se les enterraban en la parte superior de las plantas de los pies y los huesos les soldaban. Una gran mayoría moría por gangrena o no resistir el dolor. Pero era necesario para dar gusto la varón.

 

Hasta hoy existen crueldades similares, como la ablación practicada por musulmanes y muchas tribus africanas. Los varones de esas sociedades no aceptan que sus mujeres pierdan el himen o que hayan tenido placer sexual, incluso masturbándose, por lo tanto exigen un tratamiento que en la mayoría de los casos está a cargo de las abuelas. Cuando la niñita cumple cierta edad, la abuela le debe cortar el clítoris, para impedirle el placer y debe coser los labios de la vulva de manera de tapar la entrada de la vagina para proteger el himen, quedando abierta solo la parte de los labios que deja salir el orín. Eso existe hasta hoy. Hacia fines de los 90 en el Congo, productor del 80% del coltan del mundo (columbia-tantalita), mineral imprescindible en la industria digital, multinacionales han armado ejércitos en Ruanda y Uganda para robarlo, como antes ocurrió con los diamantes. En los reportajes sobre esta guerra, aparentemente ya terminada, los soldados manifiestan explícitamente que la violación de las mujeres del enemigo les da fuerza en la lucha y en especial si lo hacen con sus bayonetas. Los esposos, expulsan de sus casas a las violadas, embarazadas o heridas por el enemigo, por no soportar la vergüenza y las dejan abandonadas a su suerte en los montes. Más que envidia al pene, esto me suena como odio al útero. Ese que puede procrear.

 

Volviendo a nuestra sociedad, occidental y cristiana, donde estas cosas no ocurren, se debe reconocer que el femicidio ha aumentado, pese a las campañas y a la legislación contra este. Incluso en sociedades tradicionalmente protectoras de hijos y familia, como la argentina, se ven a diario casos tan brutales, como el ex esposo que quema vivos a su mujer con seis hijos y su nueva pareja. Los celos y el alcohol fueron los causantes de nuestro maltrato durante años. Pero esta es una violencia de nuevo tipo que proviene del desarrollo intelectual de la mujer y de las formas que está adoptando la sociedad patriarcal.

 

Con el desaparecimiento sistemático de la clase obrera, la precariedad en el trabajo, los bajos salarios y, por tanto, la necesidad de que la familia cuente con los ingresos de la mujer, el papel del macho proveedor ha pasado a segundo plano. Cada vez hay más abandono de los proveedores que no sólo dejan de ayudar a la mujer, sino también a los hijos. De esta manera crecientemente se forman familias extendidas monoparentales, donde las Jefas de Familia son mujeres y donde vive la madre con hijos de distintas parejas y con hijas mayores que a su vez han sido abandonadas con hijos.

 

Aumenta el trabajo femenino, en servicios, ferias o como temporeras en el campo, lo que les permite poder criar solas a sus hijos y nietos. A otros niveles sociales, las mujeres, aunque en algunos casos reciban menores salarios, se destacan por su eficiencia y pueden fácilmente competir con los hombres. Ya no es imprescindible el macho proveedor. La mujer no sólo ha logrado la libertad sexual, sino que cada vez es más libre e independiente, especialmente por ser capaz de sostener a su familia sola. Eso es insoportable para el macho y ya no puede seguir insistiendo en que tenemos envidia al pene.

 

Puede que en esta nota haya cometido muchos errores, pero es claro que es necesario analizar lo que ocurre en la familia, romper con los cánones de una sociedad ya caduca y eliminar la violencia que de diferentes maneras sigue invadiendo a las mujeres. Mujeres, cuya única culpa ha sido tratar de cumplir de la mejor manera posible el rol que la sociedad les exige.

 

ALICIA GARIAZZO

Directora de CONADECUS

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