Diciembre 27, 2024

¿Qué fue la dictadura?

La única cosa de la cual no puedo arrepentirme es de haber tenido la oportunidad de vivir en Chile durante ese gris periodo de 17 años que se inicia al amanecer del 11 de septiembre de 1973, en los cuales tuve el tiempo suficiente como para ser testigo de esa transformación forzada de un país y los efectos que esto ha traído aparejado.

 

Se pueden hacer y de hecho destacados intelectuales han realizado múltiples e interesantes análisis de lo que ha significado la dictadura militar para Chile, algunos más sociológicos, otros más económicos, más políticos la mayoría, incluso en el plano de lo psicológico y psiquiátrico. Como sea, ninguno de ellos tiene ni la profundidad ni la capacidad de explicar lo que fue la instalación desde una perspectiva humana, de un modelo económico social inspirado en una radical ideología extranjera. Porque el neoliberalismo o libre mercado es una ideología extranjera, ajena a nuestros más profundos valores y tradiciones. El neoliberalismo, que privilegia lo individual por sobre lo colectivo es enemigo declarado de las familias, en las que todos sus integrantes contribuyen al bien común, cada uno desde sus propias capacidades y cada uno según sus propias necesidades. El neoliberalismo es enemigo de la Patria en tanto no le importan los valores nacionales porque privilegia la penetración extranjera en la economía nacional y permite que las más importantes actividades económicas sean concesionadas, a firmas de carácter internacional, por prolongados periodos. Hay gente que dice que hay que concesionar todo.

 

Para implantar ese modelo fue necesaria una situación de tranquilidad social y que todo aquello que apareciera como perturbador del régimen interno debía ser eliminado. Fue así que la primera medida adoptada por el gobierno de la fracción militar pro neo liberal, que se había hecho del poder con la fuerza de las armas, para cumplir su función derogó sin más trámite la Constitución de 1925, las leyes políticas, disolvió el parlamento, destruyó los registros electorales, declaró fuera de la ley a los partidos que apoyaban a Allende y encarceló a sus dirigentes y recurrió al asesinato de muchos de ellos. Mucha gente dice en el último tiempo haberse enterado por la prensa solo ahora, que esto efectivamente ocurrió. Esto no es raro cuando uno lee solo un solo diario durante más de medio siglo.

 

Además, los gobernantes uniformados fueron aconsejados por sus aliados de los partidos políticos de la oligarquía terrateniente y del empresariado, a desarticular toda forma organizativa, especialmente la de los trabajadores, la de los estudiantes y de las mujeres, la de los campesinos, de los pueblos originarios, de los jóvenes y de los ancianos, de la gente mayor, de los enfermos y de los sanos, de los artistas y de los intelectuales, pero principalmente toda forma de organización partidista que hubiese sobrevivido a la acción castrense inicial y que fuese estimada técnicamente peligrosa e inspirada en alguna forma ideológica extranjera pro estatista. En los primeros días eso fue fácil de realizar dada la casi nula resistencia y para ellos se dispuso de operativos militares-policiales tácticos que arrojaron el enclaustramiento temporal de varios miles de chilenos en condiciones difíciles, pero soportables. Una segunda etapa fue la de la selectividad terrorista y de la aplicación de métodos probados ya en otras partes de América latina y el mundo para el aniquilamiento físico y moral de cualquier hombre o mujer que apareciera como sospechoso opositor, de hecho o palabra, de acción o pensamiento, al nuevo régimen. Surge así una nueva categoría, una suerte de figura socio-jurídica, nueva en la sociedad chilena: el “detenido-desaparecido”. Hubo de ser creada, para poder iniciar la denuncia y la búsqueda de miles de compatriotas que fueron apresados, sometidos a tortura, obligados a confesar delitos que no habían cometido, como lo hacía la Inquisición medieval, y finalmente sin paradero conocido. En torno a eso aprendí que, cuando las derechas ven en peligro su más grande valor, como es la propiedad sobre las cosas, o ven amenazadas sus fortunas no dudan un solo instante en utilizar la fuerza armada, institucional o no, legal o no, para proteger sus bienes y sus privilegios que consideran adquiridos casi por mandato divino. Aprendí también que, a pesar de las condiciones adversas surgen personas dispuestas a reclamar justicia. En este caso fueron las esposas, parejas o hijas de estos detenidos-desaparecidos que se atrevieron a emplazar al poder judicial y sus jueces para que investigaran y juzgaran a la luz de los acontecimientos, el paradero final de sus parientes. Ya no se trataba de la libertad de un político cualquiera sino de la vida de chilenos que habían sido apresados sin la presunción de algún delito por agentes del estado, entrenados para ello y protegidos por quien se había apropiado del poder total. El análisis entonces, después de 41 años del porqué de la inquebrantable moral de estas mujeres, que buscan aún a sus parientes, debe centrarse en la pregunta acerca de que mueve a cada una de ellas, cual es la racionalidad que moviliza su acción. Que yo sepa, no se ha desarrollado una sociología del amor que explique el nexo que une a dos personas, que las mantiene unidas y esperanzadas en ese regreso.

 

Estas mujeres que fueron capaces de denunciar y derrotar a la postre a la ferocidad de la dictadura y esta no pudo hacer nada frente a una fuerza moramente superior. Las vi muchas veces en las calles siendo maltratados por hombres vestidos de verde que no mostraban ninguna vergüenza de hacerlo, como si no hubiesen nacido de una madre.

 

En la familia me decían que los hombres no lloran, en el partido cultivamos la idea que los revolucionarios no lloran, en la calle si aprendí durante los años de la dictadura que es posible llorar cuando uno ve a mujeres que llevan en su pecho la fotografía de un hombre, joven o viejo, hijo o padre, que un día salió, fue apresado y nunca más volvió.

 

Este 11 de septiembre quiero pensar en estas mujeres valientes, mujeres que no buscaron ni fama, ni posiciones de privilegio ni menos dinero, sino solo la justicia y pensar también que la dictadura fue una maquinaria siniestra creada para castigar a un pueblo.

 

*Eduardo Fernández es sociólogo y militante de Convergencia de Izquierdas

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