Hacia la mitad de agosto, Obama habló del “cáncer yihadista”, declaración que fue seguida por una nueva retórica apocalíptica desde el mismo centro del Pentágono. Una “amenaza nunca antes vista”, de “proporciones incalculables” pone en riesgo la civilización, dijeron los voceros del terror. Los discursos que sucedieron a los atentados a las Torres Gemelas se repiten recargados y amplificados. Lo que ha detonado esta nueva campaña del terror, que no oculta preparativos bélicos a gran escala por todo el Oriente Medio, ha sido la imagen de la decapitación del periodista James Foley por un yihadista del Estado Islámico (EI). Fue esta imagen, difundida en un video que circuló profusamente por Internet, la que gatilló la histeria en el corazón de Washington.
Para el jefe del Pentágono, Chuck Hagel, el Estado Islámico es una amenaza real y mayor que Al Qaeda. ¿No será mucho? Lo cierto es que en esos días una sola imagen pudo más que otras centenares o miles, que pese a su intensidad y dramatismo tendieron a oscurecerse y borrarse de las pantallas de los grandes medios corporativos: los bombardeos del ejército israelí contra Gaza, iniciados el 8 de julio, que cobraron la vida a miles de civiles palestinos, tuvieron menos impacto mediático, y por cierto político, que el puñal que degolló a Foley.
Y qué sucede con nosotros. Ante la tragedia, ante el odio y la masacre, el ciudadano es tratado como el espectador que asiste a un espectáculo. La imagen o es dosificada o simplemente manipulada o censurada. Se la trabaja como un insumo ofrecido posteriormente como producto por los grandes medios. Una manufactura que, como en este caso, surge aislada. Tras el degollamiento del periodista, que una vez más es usado cual víctima expiatoria, la imagen es torcida, subrayada, pero, principalmente, descontextualizada. El Estado Islámico lanza al mundo el video de Foley cual acto ritual y la Casa Blanca y los grandes medios corporativos lo desligan de los bombardeos a Iraq, que desde 2003 han causado no solo miles de muertes sino han acabado con ese país. Obama va aún más lejos: levanta la imagen para ofrecer venganza y desatar nuevos odios.
La fotografía es una representación. Hay una realidad tras ella. Es lo que vemos, y confiamos que sea así, cuando nos exponemos a las fotos y videos de prensa. Pero la maquinaria mediática, que es también una pieza comercial y una extensión de los intereses políticos, hoy crea realidades mediante la manipulación de imágenes. James Foley desapareció secuestrado por las milicias islámicas en Siria hace más de un año. Más que un verdadero ejecutado es un detenido desaparecido. La realidad de su muerte es, hasta ahora, solo un registro digital, que si bien informa, también confunde. No pocos observadores interpretaron ese video como un gran pretexto para bombardear Iraq y Siria. Y no pocos recordaron que fue Washington quien alimentó y financió durante años a los mercenarios de ese Frankenstein hoy llamado Estado Islámico.
Los montajes no son nuevos. Las primeras imágenes de la crisis ucraniana aparecieron también en diversas redes sociales, en especial en la galería fotográfica Flickr. Una producción a gran escala de fotografías filtradas, teñidas, dramatizadas, como si fueran sacadas de un set cinematográfico. Una puesta en escena para impactar al mundo. Fotografías elaboradas y difundidas cual falso insumo del cotidiano producto informativo. Y lo mismo durante las protestas desestabilizadoras en Venezuela, aunque el montaje era tan primitivo, que a las pocas horas fue destapado: un torpe collage de fotos que circulan por Google.
Un flujo enorme de imágenes nos inunda cada día, la gran mayoría construidas por la maquinaria informativa y publicitaria. La gran fábrica de íconos informativos y publicitarios está vinculada con el mercado, con los modos de producción capitalista que obtienen un beneficio por su creación y exhibición. Su objetivo no es otro que integrarnos al gran proceso de alienación y consumo mediante ciertas categorías estéticas.
Es una telaraña que mezcla y confunde la ficción con la realidad. ¿Dónde comienza la información y dónde se inicia la propaganda y el consumo? En cualquiera de los casos, la intención de los grandes productores de imágenes es manipular.
PAUL WALDER
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 812, 5 de septiembre, 2014