Comparto completamente el excelente artículo de Mario Briones publicado en “El Clarín”: “El voto de un ciudadano chileno vale callampa”; donde se ilustra -con la renovación de la política de “los consensos” con la derecha, en el caso de la reforma tributaria- cómo se continúa “perfeccionando” el modelo refundacional de la sociedad chilena impuesto a sangre y fuego por esa misma derecha, a través de la dictadura; pese a que el voto de los chilenos en 2013 -¡y desde 1988!- expresó algo totalmente diferente.
Pero, desgraciadamente, este es un fenómeno que surgió inmediatamente después del triunfo del No en el plebiscito de octubre de 1988; y que se ha prolongado hasta hoy. En lugar de aprovechar dicha victoria electoral para comenzar a desmantelar la obra refundacional de la dictadura, el liderazgo de la Concertación procedió a hacer todo lo contrario. Empezó a generar solapadamente las condiciones para perpetuar ese modelo.
De este modo, regaló –ocultamente, desde luego- la mayoría parlamentaria simple que con seguridad le esperaba a Aylwin ¡de haber mantenido intacta la propia Constitución del 80! En efecto, ella estipulaba –en el obvio entendido que la derecha conservaría su histórica minoría electoral, y que Pinochet sería ratificado por el plebiscito de 1988- que el futuro gobierno tendría mayoría electoral con solo un tercio de una cámara y la mayoría de la otra. Es claro, Pinochet obtendría con seguridad el tercio de la Cámara de Diputados, dado el sistema binominal; y la mayoría absoluta del Senado, con la distorsión de los 9 senadores designados.
Sin embargo, la derrota de Pinochet invirtió los términos. El inminente presidente Aylwin obtendría la mayoría de la Cámara de Diputados; y de todos modos lograría más de un tercio del Senado. En este, sacaría al menos 13 senadores (la Constitución original establecía 26 senadores electos, dos por cada Región); lo que considerando el total de 35 (26 más los 9 designados); significaba más del tercio, equivalente a 12.
Pero aquí vino lo inaudito. Mediante los acuerdos de reformas constitucionales concordados entre la Concertación y Pinochet, a mediados de 1989 (y que tuvieron que ser ratificados por un plebiscito, del que casi nadie se acuerda); el liderazgo de la Concertación aceptó –entre muchas otras cosas, varias de ellas positivas- elevar los quórums de las leyes simples ¡a mayoría absoluta en ambas cámaras!, con lo cual, aunque obtuviese una clara mayoría electoral –como de hecho lo logró-, la Concertación no podría reflejarla en una mayoría parlamentaria efectiva. Obviamente, no podría lograr en el Senado una ventaja que compensara los 9 senadores designados por la dictadura…
Es decir, el liderazgo de la Concertación prefirió ser minoría en el Congreso; algo que debe ser inédito en la historia de la humanidad. De este modo, cedió la posibilidad de modificar el sistema sindical, laboral, de salud, tributario, financiero, universitario, de juntas de vecinos, de colegios profesionales, etc. Lo que de ningún modo hubiese podido cambiar en el plano económico, social y cultural (por los quórums más exigentes que se requerían) fue la LOCE; la ley de concesiones mineras; la ley del Banco Central; el sistema previsional; y la posibilidad del Estado de desarrollar nuevas empresas.
La explicación de todo lo anterior nos la dio el principal “arquitecto” de la transición, Edgardo Boeninger, en un libro que escribió en 1997: “Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad” (Edit. Andrés Bello). Allí planteó que a fines de la década de los 80 el liderazgo de la Concertación experimentó una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha, la que “políticamente no estaba en condiciones de reconocer” (p. 369). Con esta explicación se entiende perfectamente el regalo anteriormente descrito. Como el liderazgo de la Concertación no podía políticamente reconocer su viraje en 180 grados hacia la derecha; el ser minoría en el Congreso le permitía plausiblemente culpar a esta condición de que no efectuara los cambios prometidos, en los cuales inconfesablemente ya no creía.
Aquel viraje no solo nos permite entender cabalmente dicho regalo; sino también un conjunto de extraños y muy importantes comportamientos del liderazgo concertacionista, que de otra forma serían incomprensibles: La tozuda negativa a hacer pactos meramente electorales con el PC, que le habrían brindado a la Concertación la mayoría en ambas cámaras en 1997; la renuencia de Lagos y Bachelet a efectuar transformaciones profundas del modelo económico heredado de la dictadura, pese a haber dispuesto de mayorías parlamentarias en sus períodos de gobierno; las modificaciones legales de comienzos de los 90 que hicieron aún mas entreguistas al capital transnacional –que en tiempos de la dictadura- las políticas del cobre; la ampliación de las privatizaciones de servicios públicos; la mantención de los grandes subsidios a las grandes empresas forestales; la renegociación de las deudas de los bancos en términos muy convenientes para los grandes grupos económicos; la mantención de leyes y políticas pesqueras extremadamente favorables para aquellos; la profusión de tratados bilaterales de libre comercio para integrarnos de manera solitaria y subordinada al mercado mundial; el préstamo del Banco del Estado al Grupo Luksic, para que este adquiriera el Banco de Chile; el bloqueo de significativas ayudas holandesas a las revistas Análisis, Apsi y Hoy; la discriminación del avisaje estatal contra los medios escritos teóricamente afines a la Concertación, lo que significó su total exterminio en la década de los 90; la “neutralización” de TVN por medio de una ley en 1992; la privatización del Canal de la “U”; la tenaz negativa a devolverle los bienes del confiscado diario Clarín a su legítimo propietario (de acuerdo al Consejo de Defensa del Estado y a un tribunal del Banco Mundial), vigorizando de paso al duopolio “El Mercurio-Copesa”; etc.
Por cierto, todo lo anterior significó la legitimación, consolidación y perfeccionamiento pacíficos del modelo refundacional que la dictadura impuso a sangre y fuego. Además, la elite concertacionista ha hecho lo anterior a través de un permanente engaño. Este es, el de presentarse como un conglomerado que ha tenido obstáculos objetivos de tal envergadura, que le ha sido imposible cumplir con los compromisos originales de la Concertación; y no, como lo reconoció Boeninger, que se viró claramente hacia la derecha. Por esto, el voto mayoritario por un cambio del modelo que se ha producido en la sociedad chilena desde 1988, no produce ningún resultado, ya que los electos por dicho voto no tienen ninguna intención de desmantelar realmente el modelo de la dictadura.
Por lo tanto, se deduce que un requisito fundamental para sustituir el modelo neoliberal es que las mayorías de centro-izquierda permanentemente existentes en el país tomen conciencia del giro copernicano sufrido por la elite concertacionista; y busquen representarse por dirigentes efectivamente de centro-izquierda. Tarea muy difícil, en la medida que dicha elite ha exterminado (en conjunto con la derecha propiamente tal) los medios masivos de comunicación que podrían denunciar su viraje en 180 grados.