Diciembre 7, 2024

Los niños nacen pero no son felices

Cuando pensamos en el derecho a la vida y a la felicidad, especialmente de nuestros hijos, pensamos en Oliver Twist, en los niños sucios de hollín trabajando en fábricas durante la revolución Industrial o en los escuálidos bebés africanos que no tienen fuerza ni para espantarse las moscas. No nos alcanza nuestra débil imaginación para visualizar el sufrimiento del secuestro en masa de mujeres y niños para su esclavización en las plantaciones americanas, o las torturas a las que los sometía el colonizador en Africa o América Latina para que trabajaran las tierras usurpadas. Nos conformamos diciéndonos que aquellos eran tiempos antiguos, sin democracia y control social y que ahora la sociedad se ha civilizado.

En los años 60 en Chile cuando escribíamos en las paredes “Los niños nacen para ser felices” no se nos pasó por la mente que en 1973 nuestros hijos serían dejados huérfanos o abandonados, que seríamos torturados frente a ellos, que tendrían que acompañarnos en nuestro azaroso exilio perdiendo patria e identidad. Mucho menos que en 1976 en la Argentina, nacerían decenas de bebés en las cárceles de las entrañas de las presas políticas, para ser adoptados por militares y ocultados a sus abuelas. Ya van 197 nietos descubiertos y en estos días se produjo el milagro del encuentro de una abuela de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, con su nieto que fue quien la buscó y encontró.

 

Pero en nuestra inconsciencia no vemos lo que pasa hoy, o no analizamos su significado, cuando se denuncia la existencia de prostitución infantil, de trata de personas, no sólo para esclavitud sino para venta de órganos, donde las mafias que ha producido la ex URSS se caracterizan por su crueldad. Aceptamos que niños participen en la guerra, no sólo como objetivos militares como en el genocidio de Gaza, sino como soldados, como ha ocurrido en África y América Latina.

 

No recordamos que en el Congo, donde se encuentra el 80% de las reservas de coltan, niños de ocho a quince años lo extraen en minas a cielo abierto. Antes fue el oro y los diamantes, hoy el coltan, que es más caro, por ser esencial para el desarrollo de la industria aeroespacial y digital. Ignoramos que la lucha por el mineral, produjo una guerra bárbara en los años 90, financiada por las multinacionales comercializadoras, que dejó más de 5 millones de muertos y centenas de miles de desplazados de guerra. Donde la cábala de los soldados, “para tener fuerzas”, era violar a mujeres de 2 a 80 años. Los niños debían ver a sus madres violadas y luego expulsadas de sus tribus debido a ello, por los maridos, especialmente si quedaban embarazadas, para parir en los campos y criar solas a los hijos de los violadores. Aún hoy, desconocemos los efectos en los niños africanos de los experimentos de la industria farmacéutica, tan bien denunciados por John Le Carré. El ebola debe ser uno de ellos.

 

Más cerca aún, nadie analiza el impacto de las drogas y el microtráfico en los niños de América Latina. Tampoco la situación de Centroamérica después de las guerras que impulsó EEUU en los años 80. En Honduras, considerado el país más violento del mundo en 2013 según diversos estudios internacionales, aumentó exponencialmente el índice de homicidios en la última década. En este país, como en El Salvador, la violencia proviene principalmente de niños organizados en pandillas, que con el nombre de “maras” siembran el terror por doquier. Estas, impulsadas por la corrupción política, el desamparo, la ausencia de protección, la pobreza y sobre todo la desesperanza, se han inspirado en las pandillas juveniles norteamericanas y, en el caso de Honduras, de la devastación que dejaron los marines norteamericanos en los 80 cuando tenían como centro de operaciones contra Nicaragua sus zonas fronterizas.

 

Las maras han creado un nuevo fenómeno, que es la emigración de niños no acompañados a los EEUU. En el caso de Nicaragua, donde las maras no existen, gracias a un inteligente trabajo de la Policía Sandinista, también la sequía ha producido emigración de menores sin sus padres a Costa Rica.

 

Los niños en Chile no emigran, el país se ha caracterizado por ser bueno para los negocios, especialmente los referidos al microtráfico donde las poblaciones populares participan masivamente. A fines de 2009 y principios de 2011, en puertos de África, Asia y Europa se incautó más de siete toneladas de drogas proveniente de los puertos chilenos, principalmente de Arica. Chile tiene 947 kilómetros de frontera con los dos países que producen el 54 por ciento de la cocaína en el mundo: Bolivia y Perú, que han visto obstaculizado su comercio a través de Colombia. Casi 400 kilómetros de frontera con Argentina desde la cual acceden las vías naturales de Paraguay que produce la marihuana prensada. En suma, Chile tiene casi 1.350 kilómetros de fronteras, prácticamente abiertas, con tres países productores de drogas.

 

Los gobernantes chilenos no vinculan la libertad fronteriza y el ingreso masivo y libre de capitales con que los delincuentes sean cada vez más jóvenes. Tampoco se preocupan de que la prostitución infantil sea pública y notoria, que haya maltrato, e incluso violaciones, en establecimientos del Servicio Nacional de Menores, SENAME.

 

Es fácil ver en Chile la multiplicación del trabajo infantil y de las peores formas de trabajo infantil, pese al compromiso internacional de erradicarlo antes de 2020. A 2012, en Chile, había 229 mil niñas, niños y adolescentes trabajando, de los cuales 94 mil tenían entre 5 a 14 años, y 135 mil entre 15 y 17 años. En promedio trabajan 16 horas a la semana y nueve de cada diez niños en trabajo infantil participan en trabajo peligroso.

 

La Sección sobre Chile del Informe sobre Trata de Personas del Departamento de Estado de los EEUU en 2013, concluye que Chile es un país de origen, tránsito y destino de trata de hombres, mujeres y niños con fines de explotación sexual y trabajo forzado, no sólo de niños chilenos sino de niños varios países de AL y que el país no cumple las normas mínimas para eliminar esta situación.

 

En efecto, pese a que Chile ha suscrito todos los Convenios Internacionales de protección a la Infancia, el papel del Estado en relación a ello es débil. Carece de estadísticas continuas y confiables sobre la situación de la infancia, de leyes adecuadas, de una mínima fiscalización y control y de las instituciones protectoras idóneas.

 

Por lo tanto, sería una burla que siguiéramos escribiendo en las paredes de nuestro país “Los Niños Nacen para ser Felices”, pero nunca debemos renunciar a la utopía y debemos insistir, hasta nuestra muerte, en ser realistas pidiendo lo imposible.

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