El siglo XX nace y muere en Sarajevo: es una de las tantas paradojas de ese siglo, que se presenta como el más brutal y sanguinario en la historia de la humanidad y, a su vez, el más dinámico y cambiante. Tiene a su haber dos guerras mundiales, que, en definitiva, son actos de un mismo drama – la primera dio pábulo a la segunda – en que la rusa fue una gran revolución, con sus consecuencias y seguidillas en la china y en la cubana y las guerras de liberación de los países africanos.
La Primera Guerra Mundial, llamada por los optimistas la Gran Guerra tal vez pensando que sería la última, tontería optimista que la misma historia de desmentir al probar que el ser humano no es el hijo de Dios, sino que la especie más cruel y brutal entre todos los seres vivientes.
En esta primera Guerra murieron 9 millones de personas, en su mayoría jóvenes, que no tenían el dinero disponible para evitar la conscripción con la consecuente pérdida de vidas humanas, que ascendía, cada día, a 43.000 jóvenes, que morían en las estúpidas trincheras; así, se cegó un enorme potencial de inteligencia, de creatividad y de valores humanos que cayeron en esta irracional fase de guerra de trincheras.
Nada más insensato que la carrera militar, en que prepara gente para matar a sus semejantes: los oficiales de los ejércitos en guerra despreciaban a los soldados y, en consecuencia sus vidas valían un céntimo – los jóvenes no eran seres humanos, sino sólo carne de cañón – y que murieran cincuenta, cien, mil, o un millón, nada importaba, pues, al fin, los conscriptos civiles no tenían nada que ver con los militares profesionales; solamente, al final de la guerra, ((1918), los soldados se dieron cuenta de que fueron usados cobardemente por los bandidos de los oficiales y se amotinaron, negándose a ir al frente de batalla.
La vida en las trincheras es un verdadero infierno: día y noche te comían los piojos y liendres, que sólo se mantenían inmóviles en tiempos de mucho frío y el cuerpo estaba helado; también pululaban las ratas muertas de hambre y además corrían inminente peligro al asomar la cabeza a las afueras de la barricada, pues sería ametrallado. Una guerra estática, que apenas avanzaba, sumado a un empate permanente, hacían insoportable el día a día, especialmente para los soldados, que veín morir día a día, a uno o más compañeros.
Uno de los efectos de la Primera Guerra Mundial fue la destrucción de los grandes imperios autocráticos del siglo XIX – austro-Húngaro, gobernado por los Habsburgo; el imperio alemán, de Guillermo II; el imperio ruso de los zares a causa del triunfo de la revolución bolchevique; el imperio turco-otomano – de los cuales surgieron múltiples nacionalidades, cuyas democracias empezaron a perimir con la hegemonía de los totalitarismos – el nazi, de Alemania, y el estalinismo, de la URSS -.
Grandes utopías, como el internacionalismo de la socialdemocracia, se hicieron pedazos, pues el lema de que “los proletarios no tienen patria”, se convirtió en una frase hueca, pues los socialistas alemanes se alistaron en el ejército káiser y los franceses, en el de la República; los que resistieron, Juárez, Rosa de Luxemburgo y otros, terminaron asesinados por las fuerzas reaccionarias.
La Gran Guerra, cuyos cien años recordamos en este 2014, merece un análisis profundo sobre sus múltiples aristas, lo cual, necesariamente, exigirá una serie de columnas en que esta es sólo la introducción.
Rafael Luis Gumucio Rivas
01/07/2014