El candidato Pablo Longueira es uno de los pocos prohombres de la derecha que sabe algo de política: siempre le ha gustado ostentar el papel de profeta de la Alianza por Chile. Cuando declara, en los programas de televisión, no tiene pelos en la lengua y dice las cosas tal cual las siente y esta cualidad lo hace muy diferente a los mediocres políticos chilenos.
Pablo Longueira es una especie de “Cristo del Elqui”, o de predicador “canuto”: siempre está anunciando situaciones apocalípticas o augurando futuros fracasos de su combinación política – es un profeta completamente incomprendido, incluso por sus propios partidarios – y casi siempre va a la cabeza de de los políticos más rechazados por la opinión pública en las encuestas, sin embargo, es el candidato presidencial de la UDI; en síntesis, nadie puede negar que Longueira es todo un personaje.
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El monarca Sebastián I Piñera practica el personalismo – “a grado heroico”, como diría el historiador Francisco Antonio Encina – se podría decir que la personalidad del presidente de la república tiene algo de similitud con Zelig, el protagonista de una famosa película de Woody Allen, que se acomoda a cada situación; si pudiera, Piñera estaría feliz mimetizándose con los mineros, en Copiapó, o tal vez con los huelguistas de hambre, en el sur. No hay situación en la cual su Excelencia no quiera ser el protagonista.
Los ministros del actual gobierno no representan más que distintas facetas del primer funcionario de la república. Los reclamos de Longueira no tienen ningún sentido, pues nunca ha estado en la mente de Sebastián Piñera gobernar con los partidos de la Alianza que, por lo demás, siempre lo han tratado como el “patito feo” o un “infiltrado” de la Democracia Cristiana. Personalmente, pienso que la derecha es incapaz de gobernar Chile y está condenada a ser siempre oposición. Por lo demás, en las últimas elecciones presidenciales la ciudadanía no escogió a la derecha, sino que rechazó a una Concertación envejecida, con un nivel de corrupción inaceptable y un candidato, a todas luces, incapaz y carente de carisma.
El candidato Longueira cree en los partidos políticos y en el papel mesiánico de la UDI: supone que los gobiernos deben estar dirigidos por los partidos políticos, idea completamente desfasada respecto a la realidad chilena; hace mucho tiempo que los partidos han dejado de ser canales de opinión pública para convertirse en mafias, que se reproducen en el poder, cuya función es reparto de las prebendas del Estado.
Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, los dos últimos presidentes de Chile, deben su triunfo, en el fondo, al creciente rechazo de los pocos electores inscritos en los registros electorales al sistema de partidos políticos, por consiguiente, constituye un suicidio entregarse al dominio de las directivas partidarias. Este fue, precisamente, el peor error de la ex presidenta Bachelet, quien temerosamente se rodeó de “los peores personeros de la vieja política gangrenada”, para usar la terminología de Carlos Ibáñez del Campo.
El sueño de Pablo Longueira, de convertir el gobierno de Sebastián Piñera en una especie “dominio” de la UDI, parece irrealizable por las características históricas de la derecha chilena, que ha demostrado una enorme incapacidad para formar partidos que sepan conducir el poder político, fundamentalmente, a causa de un individualismo exacerbado que les impide mantener una disciplina propia de los partidos gobernantes.
En síntesis, ante el desprestigio de los partidos políticos, sean estos de la Alianza o de la Concertación, sólo resta elegir entre alternativas personalistas que representan las dos agrupaciones de castas que se disputan el poder. En este escenario los partidos políticos tienen poco que hacer, salvo repartirse los cargos parlamentarios, las intendencias y las seremis. El profeta Longueira nuevamente está condenado al fracaso, al igual que el Cristo de Elqui.
Rafael Luís Gumucio Rivas
28 05 2013