Noviembre 28, 2024

La política en su más bochornoso momento

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Nunca la política revela mejor sus miserias que en tiempo de elecciones. Como ahora, en un año en que los ciudadanos son convocados a elegir un nuevo gobierno y a los integrantes del Poder Legislativo.

 

 

En la víspera, además, de consultas primarias, un mecanismo que se estrena en nuestra institucionalidad con el peregrino objetivo de que los postulantes a representar al pueblo sean determinados por las propias bases de los partidos, las organizaciones sociales o simplemente los independientes con sentido cívico o adicción por el sufragio.


Después de 23 años de posdictadura, todos estos comicios van a estar regidos nuevamente por la misma Constitución y las leyes electorales excluyentes heredadas por el Régimen Militar, por cierto que con algunas correcciones cosméticas consensuadas por el duopolio político enseñoreado en La Moneda y el Parlamento y que, con el correr de los años, ha venido concordando posiciones en el ámbito institucional y económico, más allá que en el discurso se empeñen por ser reconocidos como oficialistas u opositores. En cuanto a la comunicación social, también rige un acotamiento severo en lo ideológico, así como una concentración pavorosa y creciente de periódicos, estaciones de televisión y radio que, en general, ofrecen muy limitado espacio al disenso con un régimen que se sostiene en la desigualdad social, la discriminación y otros sesgos, tanto que seguimos en los últimos puestos del escalafón mundial referido a la inequidad.

Este año electoral dejará todavía más evidente que la política es una actividad de una fronda cuyos miembros se reparten los altos cargos de la administración del Estado para medrar en ellos y servir a los lineamientos tutelados por las instituciones castrenses y patronales en quienes radica realmente el poder. Toda vez que  nuestra propia Carta Fundamental prohíbe la intervención del Estado en la economía y consagra al  “mercado” como su propio regulador. Además de darle a las Fuerzas Armadas una autonomía tan descarada como para seguir garantizándoles tribunales de justicia propios, un sistema ad hoc de previsión, de salud y un sinfín de otros privilegios.

Nos rigen leyes de quorum calificado que se han demostrado imposibles de derogar o modificar, como la que establece el binominalismo en la elección de diputados y senadores y que por más de dos décadas nos ha condenado a los mismos rostros, como a una decadente rutina legislativa en la que prevalecen los mediáticos dimes y diretes entre sus cínicos integrantes. Los mismos que, sin embargo, logran consensos sorprendentes al momento de incrementarse sus ingresos y escamotearle el aumento salarial a los trabajadores. En estos días, una nueva acusación constitucional contra un ministro de estado vuelve a demostrar cómo esta prerrogativa de los diputados se ha degenerado en su recurrencia y en la nula posibilidad de que éstos voten en conciencia a la hora de remover a una autoridad que ha faltado a su deber.

En el Palacio de La Moneda  sólo ronda el espíritu de nuestros extintos estadistas. Hoy  ocupada por presidentes digitados por los grupos fácticos y de quienes no ha surgido una sola iniciativa trascendental. Incapaces,  por ejemplo, de emprender la reforma educacional consistente como la que es demandada los esos cientos de miles de chilenos que han salido a  calles. De corta visión y audacia como para definir una estrategia energética para el país o proponerse una reforma tributaria que, a la luz de nuestro crecimiento económico, busque resolver las siderales distancias diferencias en el ingreso familiar. Jefes de Estado embobados por el precio internacional del cobre y sus beneficios temporales, que ni siquiera atinan a diversificar nuestra producción, promover inversiones que le den valor agregado a nuestra minería, cuanto prever el agotamiento inevitable de nuestros yacimientos en manos de consorcios extranjeros empeñados en esta faena voraz antes que el pueblo vuelva a demandar su soberanía y dignidad.

Partidos que languidecen en la avidez por los cargos y prebendas y que llegan a postular que lo importante ya no son los programas de gobierno sino únicamente aquellas figuras que conciten apoyo popular y logren cautivar el voto desinformado o irreflexivo. Siempre tan propicio al cohecho, como que los escrutinios de tales procesos resultan directamente proporcionales a los gastos de campaña y la publicidad desplegada por quienes logran “hacer caja” desde la administración pública, las grandes empresas o las transnacionales ideológicas a las que se adscriben nuestras colectividades políticas justamente para recaudar dinero y sembrar dependencia extranjera.

El país podrá comprobar este año cómo en las dos cámaras de nuestro Congreso volverán a sentarse los mismos, salvo los que emigran de un hemiciclo al otro y ahora, ¡vaya novedad! Los que resulten de los cupos que voluntariamente han abandonado algunos añosos personajes que, con seguridad, van a apostar por un cargo diplomático o asesoría bien pagada. En un Estado, cuyos altos jefes de servicio son designados por el cuoteo partidario como condición de que alleguen a su entorno un conjunto de operadores bien pagados y que son parte fundamental del clientelismo que anima la farándula política. Al mismo tiempo que dispuestos a realizar el trabajo sucio de los grandes escándalos de fraudes, malversaciones, inversiones ecocidas, perdonazos tributarios, pago de sobresueldos e indemnizaciones y otras faltas a la probidad, como el nepotismo, que le han dado un sello a cada una de las últimas administraciones.

Asimismo podremos observar que el próximo 30 de junio debutará una consulta primaria acotada sólo a dirimir a los candidatos comparsa de los definidos ya por las cúpulas partidarias que integran los respectivos pactos y que, con toda probabilidad, serán ratificados por el binominalismo electoral. En estos días es como se ventila por los medios el nombre de los ungidos que por “derecho propio” no serán expuestos a primaria alguna en virtud de venir ocupando el cargo por tres y cuatro períodos consecutivos, como por los que se les otorga una suerte de derecho hereditario cuando su padre, su abuelo o su mentor en la política lo ostentó anteriormente. Al mismo tiempo, observaremos la forma en que algunos partidos amarran su integración al pacto oficialista o concertacionista con la delimitación expresa de ciertos distritos o circunscripciones para sus candidatos estrella. Una vergüenza que incluso compromete a promisorias figuras de la política que ya, a tan temprana edad, se dejan envolver por los viciados procedimientos de la denominada “ingeniería electoral”.

Tal cual como se comprobará que, más allá de ideas o propuestas, lo que va a animar la contienda será el codicioso afán de algunos por allegarse a codazo limpio a los candidatos y candidatas a depositar sus nalgas en el sillón presidencial, para retener o recuperar su acceso y el de sus amigos a los ministerios, embajadas y otras reparticiones. En una estrepitosa carrera por subirse al carro de la victoria y luego encaramarse a los automóviles oficiales, aparecer retratados en las páginas de la vida social o política de los medios, acceder a los viajes y viáticos que ahora son ostensiblemente generosos con tanto evento exterior que nuestras autoridades se esmeran en estar presentes a fin de servir a aquello que llaman “imagen país”. Postulantes que tratarán de hablar lo mínimo, hacer promesas muy consabidas y generales a objeto de no intimidar a las organizaciones patronales o escandalizar al ponderado mundo de los “opinólogos”, que juega un papel muy relevante en la televisión uniformada y secuestrada. Presidenciables que evitarán confrontarse ideológicamente, que hablarán fundamentalmente a través de sus publicistas para no remecer su andamiaje político de partidos que sólo se mantienen unidos por la Ley Electoral y el común denominador de profitar de los cargos públicos. Tensiones intestinas que a diario ofrecen ruidosos sablazos entre las dos colectividades hijas del pinochetismo, como entre las cuatro que solamente siguen concertadas para arrebatarle la banda presidencial a la Derecha. Para muy probablemente reiterar aquello de que no hay nada más conservador que un liberal en el poder.

El rubor que sintieron algunos políticos por ese 60 por ciento de abstención en las últimas que elecciones municipales se expresó en autocrítica durante algunos días, pero rápidamente unos y otros se volcaron otra vez a estos nuevos desafíos electorales. Total, lo que al final cuenta son los “votos válidamente emitidos”. No importa cuántos se abstengan; menos, todavía, la razones que expliquen la apatía electoral en un país que, sin embargo, se enciende en el descontento, la protesta y las demandas sectoriales. “Por ahora, le escuché decir a un cupular dirigente político, Chile no tiene el riesgo de un Chávez o cualquier caudillo… Ni tampoco están dadas las condiciones internacionales para un nuevo quiebre institucional en nuestro país”.

Por lo que la demanda de la Asamblea Constituyente, la recuperación de nuestras riquezas básicas, la educación gratuita y para todos, el voto de los chilenos del exterior no son más que pamplinas y majaderías con las cuales hay que acostumbrarse a convivir… Mientras que los propios líderes y referentes que las proclaman también se sienten atraídos por la parafernalia electoral y levantan sus presidencialitos por si acaso sus nombres llegan a inmortalizarse en las papeletas. Avalando con su actitud un régimen espurio, a fin de satisfacer sus onanismo político y retener el control de sus organizaciones de papel. En eso de que es mejor ser cabeza de ratón que cola de león.

Porque hasta para los caudillos del izquierdismo criollo los pobres y  los discriminados pueden seguir esperando.

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