Diciembre 12, 2024

Qué bonito era ser de izquierda

Se ofendió el diputado Boric porque alguna gente tildó de traidor al líder democratacristiano que comprometiéndose a una cosa hizo otra.

 

 

El Frente Amplio llegó para transformar el escenario político agregando la frescura de los jóvenes y de los movimiento populares a un sistema político que solo ha perfeccionado lo hecho por la dictadura y los sucesivos gobiernos civiles.

 

 

Eso, decían las palabras.

 

 

Lo cierto es que, como se ha visto, otra cosa ha sido con guitarra.

 

 

Es cosa de ver las declaraciones de la ex abanderada del FA y sus elogios a la Concertación porque “Tenemos una historia bien notable de recuperación de la democracia…”, sin agregar aunque fuera un matiz de valer crítico a quienes han perfeccionado el modelo.

 

 

Y remata con un elogio al mismísimo gobierno de Sebastián Piñera, porque Chile Vamos: “pudo identificar, de una manera mucho más certera, los principales temores de los chilenos, qué era lo que estaban buscando.”

 

 

Tiene algunas discrepancias, pero, al parecer, nada serio.

 

 

Fue bonito ser de izquierda mientras la cosa era levantar el puño cerrado y decirle al sistema unas cuantas verdades y algunas otras amenazas.

 

 

Es cierto:

 

 

Desde el rol de dirigentes estudiantiles no se corrían los riesgos que hoy sí se corren. El peor de todos: cruzarse en los pasillos del Congreso con colegas de la ultraderecha a los que hay que saludar, hay que respetar y aceptarles un café de tanto en tanto.

 

 

Y con los que hay que llegar a acuerdos de dietas, abonos y proyectos de ley.

 

 

Esa amistad cívica sobre la base que se construyó la actual institucionalidad, logró por medio de la fuerza centrípeta de la ejecución del poder, que la cosa fuera solo de la boca para afuera.

 

 

Desde las rutilantes ofertas iniciales, las que quedaron en el más completo y vergonzoso olvido, hasta las negociaciones con la derecha para impulsar una reforma impositiva que no hace sino poner en los hombros de la gente común el peso de seguir financiando el erario nacional, todo ha sido trampas.

 

 

Así, los dueños de las mayores fortunas reciben una considerable baja en sus impuestos, los criminales se burlan de sus condenas y los políticos corruptos, con perdón por el  pleonasmo, se ríen de la justicia.

 

 

Todo eso ha sido posible por la vía de la negociación traidora que asumieron esos que ayer no más juraban que no, que jamás, qué cómo se les puede ocurrir.

 

 

Sucede que el Frente Amplio se propuso para terminar con esas prácticas aborrecibles.

 

 

Para hacer la diferencia entre los políticos del sistema y la nueva camada de líderes, descorbatados, chascones, con tatuajes y pelos teñidos de colores sin disciplina.

 

 

Y a poco andar se los gana el enemigo que querían destronar. Una especie de Síndrome de Estocolmo exprés.

 

 

No resulta extraño que el Frente Amplio esté a un paso desaparecer por la administrativa vía de generar un partido con los restos que queden de la secesión.  

 

 

El Frente Amplio nació dividido y si se mantuvo unido fue solo por la necesidad electoral de dar una buena cara. No son nuevos los conflictos internos en un referente entre cuyos participantes hay posiciones ya no diferentes, sino que antagónicas.

 

 

Con todo, también es cierto que aquello que se critica debe ser reconocido como el absoluto y legítimo derecho a cambiar de bando, peinado, sexo,  pareja y chaqueta.

 

 

De lo anterior puede dar testimonio la religión católica que por estos días revive una voltereta que dejaría huellas en la humanidad. Si Judas traicionó al hijo de Dios, qué le queda a sujetos mucho menos sagrados.

 

 

Sí.

 

 

Fue lindo ser de izquierda cuando el puño en alto y ciertas canciones y decires no ofendían a nuestros amigos. Ahora parece que la cosa se pone un poco difícil si se trata de no molestar a los delicados sujetos y potenciales aliados.

 

 

No importa que, llegado el caso, no trepiden en propiciar de nuevo el vuelo rasante de los Hawker Hunter sobre La Moneda.

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