Diciembre 8, 2024

Venezuela y la guerra psicológica

Este país no sólo es interesante para las grandes potencias, además sirve para desplegar la campaña interna norteamericana: el atrasado mental de George W. Bush, por ejemplo,  se hizo reelegir gracias a la guerra de Irak; Trump, cuya aventura intervencionista es rechazada por la mayoría de los países del mundo, pues no  contó con la aprobación del Grupo de Lima, y recibió una segunda paliza por parte del  Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, reunido en 26 de febrero,  al negarle el apoyo.

 

Por su parte, tanto Naciones Unidas como la Cruz Roja Internacional niegan el carácter de ayuda humanitaria a los envíos de Estados Unidos a la fronteras  de Venezuela con Colombia y Brasil, pues existe el precedente de que la ayuda humanitaria fue utilizada por Estados Unidos so pretexto de apoyar a la “contra” sandinista, en Nicaragua, (el argumento humanitario se ha aprovechado para intervenir en países como Siria, Libia).

 

La idea de liberar a los pueblos de “dictaduras”, en vez de instaurar la democracia y las libertades, ha terminado por sumir a los países en el caos, tal como en Iraq y Libia. El muy cristiano senador “Narco” Rubio en su twiter coloca junto a las fotos ensangrentadas de Ghadafi y Hussein la de Maduro, (hay que ser muy desgraciado y malo para desear la muerte del prójimo).

 

No cabe duda de que la situación en que se encuentra Trump en su país, a punto de ser acusado por el Rusia Gate,  la invasión a Venezuela le sería muy útil de ser exitosa, pues uniría, como en toda guerra, a Demócratas y Republicanos, bajo la bandera “América para los americanos” (Y ¿quién sabe? Hasta podría ganarse el Premio Nobel de la Paz”). Hay ingenuos que creen que si triunfaran los seguidores de Juan Guaidó lo habría venganzas y se aplicaría la amnistía.

 

Los ingenuos demócratas chilenos también creímos lo mismo. Por ejemplo, Eduardo Frei Montalva estaba convencido de que luego de un corto gobierno militar, el poder volvería a la Democracia Cristina. El general Óscar Bonilla, ministro del Interior, ex edecán del ex Presidente Frei, aseguraba luego del golpe de Estado de 1973, que las conquistas de los trabajadores no serían tocadas,  (en las poblaciones lo llamaban “el general de los pobres”), y bastó con ver ese mismo 11 de septiembre que los aviadores no dudaron en bombardear el Palacio de La Moneda, en llenar el Estadio Nacional de obreros y opositores a la Junta, para que nos convenciéramos que los militares no eran demócratas, sino hienas.

 

Hoy, quieren  convencernos de que los opositores venezolanos son socialdemócratas y que también respetarán los indudables avances sociales, al menos en el primer gobierno de Hugo Chávez totalmente democrático. Es difícil hacernos creer que los soldados norteamericanos son unos perfectos caballeros, que cuidarán mujeres y niños y respetarán los Acuerdos de Ginebra. (Basta leer historia elemental para informarnos de que los soldados norteamericanos que participaron en la liberación de París se dedicaron a violar mujeres, que antes los habían recibido con júbilo y con los brazos abiertos; las fotos de dos niños gaseados en Vietnam recorrió el mundo en su época; otro de los videos, el niño iraquí en pleno llanto pide, con pasión, que se termine tanto sufrimiento.

 

La guerra psicológica siempre precede a la de los misiles: se trata de convencer a la opinión pública de que unos son los malos y otros los buenos, (el famoso maniqueísmo para eliminar a los pacifistas y asesinar la verdad). En la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, los degenerados generales franceses, que antes habían acusado a Alfred  Dreyfus de espía en base al antisemitismo, ahora disimulaban la rebelión y motines de regimientos completos por el hecho de rechazar la guerra, a la cual habían servido como carne de cañón. Los diarios ilustrados mostraban a un soldado alemán comiéndose a un bebé, con una  cofia alsaciana.

 

Hoy ocurre lo mismo, adecuado a la post-verdad del siglo XXI; por ejemplo, los seguidores de Guaidó acusan a las guardias del gobierno de Nicolás Maduro de haber incendiado dos de los pocos camiones con víveres, destinados a los “hambrientos de Venezuela”, (el cargamento aportado por el tacaño de Piñera no fue necesario quemarlo por su ínfimo volumen, y los cuatro sandwiches sirvieron para que almorzaran Luis Almagro, Iván Duque, Sebastián Piñera y su chupamedias Ampuero, cuyos aburridos escritos no lo leen ni sus  familiares más allegados).

 

El gobierno de Nicolás Maduro sostiene, con pruebas documentales, que fueron los propios seguidores de Guaidó quienes quemaron los camiones utilizando bombas molotov y en territorio colombiano. Los videos pueden ser manipulados a gusto, y si existiera verdadera justicia, no debieran constituir pruebas, como las “chuzadas” telefónicas, los e-mails, y otras, que evitan la tarea de los fiscales, la de investigar y aportar evidencias y pruebas.

 

Los periodistas, que al parecer en sus Escuelas les han enseñado ética que exige decir la verdad, mantener el secreto de las fuentes y de ninguna manera venderse al mejor postor, son personajes centrales en la guerra psicológica, pues el público se forma opinión sobre la base de los contendidos divulgados por la prensa en los distintos medios disponibles en la era de la verdad comunicativa.

 

Cuesta mucha convencer al público que lo que dicen los diarios es mentira y que el periodista más honesto está dominado por el editor y por los dueños de los Canales. Periodismo y verdad son términos antitéticos.

 

Maduro, (su bigote es comparado con el de Stalin) es el rey de las entrevistas y dentro de este marco, le encanta  recibir periodistas así le digan pesadeces, pero hay excepciones: la del periodista mexicano-norteamericano, Jorge Ramos, que trabaja en Univisión, y no cabe duda que pertenece al Partido Demócrata, ya que fue expulsado, en forma grosera, por el magnate Trump, cuando le preguntó, por enésima vez, quién pagaría la construcción del “muro”; su valentía al enfrentar a Trump lo colocó en un alto pedestal dentro de los periodistas hispanos.

 

Sabemos que en la guerra psicológica la verdad y la mentira son lo mismo, para los voceros de Maduro la entrevista estaba preparada para sacar de quicio al Mandatario, por eso, la primera pregunta “¿cómo quiere que lo trate, de dictador o de Presidente”? (Sería equivalente al trato que le dispensarían Moschiati, Paulsen, Mónica Rincón, Matamala…”¿cómo quiere que lo traten, como Presidente o como especulador de la Bolsa”?. Estoy seguro de que Piñera lo mandaría a freír espárragos (y no sería raro, como lo hizo Michelle Bachelet, que se querellaría ante los Tribunales de Justicia  por injurias y calumnias con publicidad).

 

Ramos es periodista extranjero en Venezuela, por consiguiente, debe respetar las leyes del país, y como no se le pudo aplicar la querella por injurias, tuvo que ser expulsado.

 

Está muy bien la libertad de Prensa, por ejemplo, Marat, “el amigo del pueblo” podía publicar listas de candidatos a la guillotina, pero incluso, Danton intentó juzgarlo por calumnias; la libertad de Prensa llevó a Camille Desmovlins (Le vieux cordelier) a la guillotina por atacar a Robespierre. En democracia, la libertad de Prensa tiene la única limitante de no injuriar ni calumniar a los ciudadanos. (Mi abuelo publicó en el Diario que él dirigía, el  Ilustrado, en febrero de 1927, una bota a plena primera página, cuando Carlos Ibáñez del Campo asumió con plenos poderes  el ministerio del Interior, y nadie llamó al “Caballo” dictador).

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)                                                   

27/02/2019

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