Diciembre 10, 2024

Se rebelaron los borregos de Mike Pence

 

No cabe duda de que el gobierno de Donald Trump es el dueño de la estrategia que tiene como objetivo final invadir Venezuela, no sólo para apropiarse de sus riquezas sino, sobre todo, por su ubicación geopolítica, que es más importante, pues el petróleo ya lo tiene en su poder desde hace varias décadas, al ser el dueño de los productos para alivianarlo y convertirlo en comercial, (el petróleo de Venezuela es muy pesado y Estados Unidos posee la capacidad de convertirlo en apto para la venta).

 

 

 

El bloqueo comercial y el congelamiento de los dineros pertenecientes a Venezuela por parte de Estados Unidos – al igual como ocurre en Cuba – al final, pueden ser sorteados por el país víctima mediante la búsqueda de otros socios comerciales;  ahogar la economía sólo le dio resultado a Nixon durante su intervención en el gobierno de Salvador Allende, pero ha fracasado en Cuba y, al parecer, está ocurriendo lo mismo en Venezuela).

 

 

 

Hoy, la moneda americana, el petrodólar, corre el riesgo de ser reemplazado por Yuan y por otras monedas de otros países, incluso el Euro y el Rublo. En la guerra por la posesión del petróleo y el gas natural Estados Unidos  no las tiene todas consigo.

 

 

 

Al gobierno de Trump le importan muy poco sus aliados, mucho menos la ONU, y la OTAN la está usando para un fregado y un lavado, (por ejemplo, a Angela Merkel la trata como una empleadilla, y a Emmanuel Macron como el secretario asistente que le lleva el maletín).

 

 

 

Trump considera la política internacional como un “reality show”, en que los concursantes deben ser serviles al animador para no ser eliminados por convivencia. Justin Trudeau, Sebastián Piñera, Martín Vizcarra, Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, y los socios menores de la timba de Lima, son considerados como unos miserables aprendices, a quienes se les puede dar tareas a cumplir dentro de la gran estrategia diseñada por el equipo de Trump.

 

 

 

El suponer que los  Presidentes y  cancilleres de los distintos países que conforman la timba de Lima respeten la soberanía de sus respectivos países es algo que no cabe en las neuronas trasnochadas de Trump y su equipo: estaban convencidos de que el pleno de Bogotá, del 25 del mes en curso, aprobaría por unanimidad la estrategia previamente  diseñada por el trío Pence-Duque-Guaidó, y se daría el curso a la invasión desde la frontera con Colombia, Brasil, el Caribe, por medio de portaviones, muy cercanos ya a la costa venezolana.

 

 

 

Aunque parezca increíble, la mayoría de los ministros de Relaciones Exteriores sacaron la voz para expresar que por ningún motivo aprobarían una invasión armada a Venezuela, y que el camino era la diplomacia y la profundización de la presión sobre el gobierno de Nicolás Maduro.

 

 

 

Cuando una Declaración es muy extensa ni siquiera la lee la persona a quien se le dirige, muchos menos los analfabetos, capaces sólo de leer los titulares de los diarios que aparecen en los quioskos, y la de Bogotá, como la del Vaticano, ocurre lo mismo: en la primera, no le hace cosquillas a Maduro y, en la segunda, a los curas pederastas.

 

 

 

Trump cree que en Canadá, Argentina, Chile, Perú, Brasil, Colombia y los demás países de América no existe opinión pública, ni Parlamento, sino sólo una versión carnavalesca de la democracia, en que el Presidente hace lo que quiere: los partidos políticos de la oposición están silenciados, el Parlamento es obsecuente a la voluntad y poder del Jefe de Estado y el pueblo no tiene ninguna opinión, (en cierto grado, con la democracia bancaria Trump no se equivoca).

 

 

 

Es cierto que actualmente el magnate norteamericano  no tiene que entenderse con Trujillos, Duvaliers, Videlas, Somoza, Pinochet, pues ahora lo hace con gerentes y empresarios, elegidos como Presidentes por ciudadanos borregos, a quienes ni siquiera hay que comprar, pues adoran a sus ricachones y avasalladores sobre la base de la repetición periodística, se han convencido de el predicador canuto Pence los va a salvar del comunismo, en que “las guaguas son faenadas a asadas a fuego lento”.

 

 

 

Por muy mediocres y deficientes  que sean las democracias en Latinoamérica, aún existen en su interior líderes opositores, parlamentos, una parte de la opinión pública no idiotizada por los medios de comunicación, y uno que otro alfabeto político que se atreva a opinar distinto que el común de la “caterva de vencejos”.

 

 

 

Hay que ser muy insensato para creer que una persona debe definirse entre un  monigote y títere  como Juan Guaidó, y un dictador, Nicolás Maduro, entre asquerosos militares de izquierda y de derecha, entre fascismo y democracia, entre mandones de izquierda y de derecha, entre ciudadanos que son enemigos del imperialismo norteamericano y, por consiguiente, ser partidarios del “zar” de Rusia, del Ayatolá de Irán, o el Califa de Turquía, (personalmente, me declaro partidario del diálogo, del entendimiento, de la  paz y de la eliminación de los ejércitos, de la desobediencia civil y la no-violencia activa, y condeno por igual tanto la dictadura del proletariado, como la de la burguesía).

 

 

 

Mike Pence, en su discurso en Bogotá, declaró que Colombia era el aliado principal de Estados Unidos y que cualquier país que lo amenazara tendría que vérselas con el “gigante” del norte, pero en Colombia no sólo hay uribistas, paramilitares, delincuentes y narcotraficantes, también hay gente muy decente, racional y culta, como es el caso de los senadores Iván Cepeda, Gustavo Petro, el ex Presidente Samper, Navarro Wolf y muchos valiosos escritores, científicos y otros intelectuales, que con sus argumentos aplastan las estupideces de los uribistas. En Colombia, la mayoría no pertenece a las filas del paramilitarismo, de los narcos, de los guerrilleros, y son gente honesta y demócrata a toda prueba. El Parlamento colombiano, como viene de declararlo por medio de su vocería, así como los líderes de las Fuerzas Armadas, han declarado que están en total desacuerdo con una declaración de guerra contra Venezuela, un país hermano, en que un gran porcentaje de sus habitantes es colombo-venezolano.

 

 

 

Los chilenos, argentinos, brasileros, peruanos, no somos todos Macri, Piñera, Bolsonaro y Vizcarra, y la mayoría de los parlamentos de estos países tienen mayorías contrarias a estos plutócratas y serviles al imperio, cuya ignorancia y militarismo causan espanto; en todos estos países existe una opinión pública que no está dispuesta a volver a convertir el Continente en un prostíbulo para los marinos norteamericanos.

 

 

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

 

26/02/2019                        

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