Diciembre 8, 2024

El petróleo y las películas de cowboys

Dicen que el filósofo francés Jean Paul Sartre era un contumaz aficionado a las películas de cowboys, algo un poco más interesante que las de dibujos animados, filmadas para niños. Entre Por unos dólares más y las Aventuras de Pepa hay un abismo cultural; las películas de vaqueros y sus aventuras, algunas de muy buena calidad y con actores de renombre, además de entretener, son una gran pintura de la geopolítica de antaño; en cuanto a las segundas, están destinadas a los niños y a adultos atrasados mentales, como Donald Trump.

 

 

Es cierto que al magnate norteamericano Trump, no le importaba la política internacional, pero Mike Pompeo le metió el bichito de que ese juego era mucho más interesante que la política interior, y que por medio de las “invasiones” y el abuso en contra de países débiles se podría lograr más fácilmente el lema de campaña “hagamos a América grande de nuevo”.

 

Hoy, en este mundo tripolar, Estados Unidos-Rusia-China, es imposible resucitar la guerra fría, y mucho menos un mundo unipolar, por consiguiente, las aventuras guerreras de Trump deben estar acompañadas por amigotes empresarios fascistoides, sumados a los serviles democratacristianos y socialdemócratas europeos, Ángela Merkel y Pedro Sánchez, entre otros.

 

Carlos Marx, aunque exageraba, tiene razón hasta ahora en la concepción de que la infraestructura económica influye decisivamente en la superestructura, en una relación dinámica y dialéctica, no mecánica como la transmiten los marxistas vulgares, es decir, todos o casi todos los seguidores actuales  del filósofo alemán, (al menos, él mismo dijo que no era marxista).

 

En la conquista española el oro era el incentivo fundamental; en el siglo XIX, en Europa, el carbón; en los siglos XX y XXI, el petróleo, el gas natural, los subproductos del oro, del cobre y del litio. Nunca la inteligencia de los monos que acababan de bajar de los árboles superará el poder de la energía que emana de la naturaleza, así la robótica actual pretenda dominar el mundo.

 

Para entender la historia y establecer las relaciones y asociaciones respectivas siempre hay que recurrir y remontarse  al largo período, es decir, a siglos desde el pasado. En la obra de Ferdinand  Braudel la figura de Felipe II apenas se menciona, pues lo que importa son los procesos y no las personas. (De seguro, Nicolás Maduro y Juan Guaidó, que hoy ocupan los titulares de la Prensa en Miami, en  dos decenios más sólo serán ilustres desconocidos).

 

La democracia siempre ha servido para que los tipos más sinvergüenzas y los regímenes más brutales se vistan con tan bello concepto. Pensemos por un solo instante que la Alemania, dominada por los servicios secretos se llamaba “República Democrática Alemana, (RDA), y que en Chile los aviadores bombardearon La Moneda, en nombre de la democracia, y traidores, como los democratacristianos de derecha, se unieron y alabaron a Pinochet en nombre de esta sublime palabra.

 

Autoritarismo, dictadura o tiranía, (con distinto significado en ciencia política), son términos que ningún carnicero, torturador, asesino y hiena acepta que se le atribuya: para Augusto Pinochet su gobierno no era una dictadura, sino una “dictablanda”, pues en Chile “no se perseguían las ideas, ni se torturaba, ni se asesinaba, ni se hacía desaparecer a personas”. Otro tanto ocurre con algunos dictadores que se dicen de izquierda, pero aplican métodos represivos de la derecha, (como por ejemplo, la pareja Ortega-Murillo que de sandinistas han pasado a asesinos).

 

La gente olvida con facilidad el discurso del golpista Pedro Carmona, “el patrón de patrones”, en 2002, en que sostenía términos muy parecidos a los de Pinochet para borrar la obra de Chavez, (en esos días secuestrado), y no piensan que, a lo mejor, esta reacción ultraderechista cuyas cabezas son Donald Trump y Jair Bolsonaro, acompañado de mucha gente decente como Pedro Sánchez, jefe del Gobierno español, y de otros de dudosa reputación, entre ellos Piñera y Macri, podrían instalar una dictadura de extrema derecha, una vez derrocado Maduro, o bien, pasar de un general faraón a otro, como en el caso de Egipto actual.

 

Creer que la política internacional está regida por leyes y que las grandes potencias respetan los organismos multilaterales es digno de ingenuos y de ignorantes, (el Presidente George W Bush se reías a carcajadas de los vetos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y se alió a sinvergüenzas y bandidos para invadir Irak y derrocar a Sadam Husain, y luego se comprobó que Irak no tenía armas químicas, pero los delincuentes se reúnen aún en consejos de ex Presidentes).

 

Lo más interesante en las películas de cowboys es que el protagonista, generalmente el más bueno para el revólver, no sólo mata al rival, sino que también se bebe todo el whisky y se sirve de todas las prostitutas; en otros casos, asalta los trenes, que eran el motor de la revolución industrial, como lo son hoy el petróleo, el gas natural y los subproductos del oro, el cobre y el litio. (Pensemos que en unos años más – bicoca para la historia – todo el transporte será eléctrico, y el litio y subproductos del cobre serán fundamentales para la fabricación de las baterías).

 

Como en las películas de cowboys, se trata de ser el más rápido en disparar, y de seguro ganará el conflicto tripular: si Rusia, aliada a China,  Irán y Turquía se apropian de los canales para transportar el gas natural a Europa, los caucásicos serían convertidos en estatuas de hielo en los crudos inviernos, con temperaturas bajo cero.

 

Estados Unidos, para contrapesar los posibles estragos ha elegido la alianza con Israel y Arabia Saudita, a fin de equilibrar el poder en Medio Oriente en contra de Iran ahora Turquia  y Rusia.

 

En esta historia de cowboys, América Latina como proveedor de materias primas, es el paisaje donde se desarrolla esta guerra entre vaqueros. Se dice que “la ley protege al más débil”, pero en la práctica esto no ocurre, pues siempre “el ave de carroña, el águila americana”, o bien,  “el oso ruso” devorarán a los carneros, es la ley de la naturaleza. Hoy hablar de civilización es una estupidez: “bienaventurados los poderosos, saciados y ricos porque de ellos será el reino de los cielos”, y los pobres, de países “de mierda”, ojalá desaparezcan. (Así habló el pastor Moisés Bolsonaro).

 

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

30/01/2019               

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