La última elección presidencial chilena dejó a la DC (el partido político más grande que en la historia chilena ha sido) al borde del abismo.
Goic alcanzó poco más de la mitad de los votos de Kast, el extremista de derecha, y poco más de un cuarto de la votación del Frente Amplio, visto por la DC como la extrema izquierda.
El “centrismo chileno” de la DC, visto como positivo por la DC alemana (la grande) y alentado por ella, tuvo en 2017 una cara de fracaso imposible de ocultar. No por el centrismo (que siempre promete más) sino que por lo famélico: un cinco por ciento, cifra sólo comparable con las de la Falange en las décadas del 40 y el 50 del siglo pasado, y aún menor, porque se trata del 5% del 40% ciudadano que votó, es decir bastante menos del 3% de la ciudadanía.
Mariana Aylwin, Gutenberg y Sra.y otros acusaron el golpe ciudadano y se rindieron. Diez años antes, buscando derroteros individuales, lo había hecho el ex diputado y luego intendente de Piñera, Waldo Mora Longa.
Pasado un año del gran fracaso, la DC parece alejarse del mundo de la izquierda (PC y Frente Amplio) y acercarse al mundo de la derecha (el gobierno de Piñera y su triple pata).
Está en la cabeza de los dirigentes DC el que aparecer a la izquierda y cercano al PC (ahora también al Frente Amplio) fue – y no su permanente zigzagueo olor a oportunista- la razón principal de la debacle. Hay que huir del “marxismo” y el “estalinismo” de rojos como Florcita Motuda y Pamela Jiles, de Jadue y la ex ministra Claudia Pascal. No vayan a ser éstos los nuevos Neruda y Gladys Marín.
Análisis superficial y mecánico, que no ve más de lo que se ve desde una pequeña oficina sin ventanas de la Alameda Bernardo O´Higgins.
La DC tiene, en extremo, una doctrina blanda anticomunista en un mundo en que el comunismo real se terminó, hundido por Gorvachov, Yeltsin y Putín, aunque añorado aún por los exsoviéticos, y en que los pensadores socialcristianos (socialcristianismo real nunca existió) pasaron a la historia sin dejar huellas en sus países originales (Francia e Italia).
El evidente oportunismo político de la actual DC chilena vuelve como característica esencial del partido.
La DC dejó de ser, con la derrota presidencial de 2017, un partido de gobierno que actuaba como si fuera oposición, y pasó a ser, con Piñera, un partido de oposición que actúa como si estuviera en el gobierno.
El ethos de la DC chilena actual se ve conteniendo dos componentes mortales (un fofo anticomunismo ahistórico y un oportunismo esencial).
La “revolución en libertad” de Frei Montalva, la “unidad social y política del pueblo” de Tomic, la unidad anticomunista y golpista de 1973, y la amplia alianza antipinochetista que llevó a Aylwin y Frei Ruiz Tagle a la Presidencia quedaron atrás, muy lejos y con propuestas que apenas motivan a algunos antiguos militantes. Una DC sin juventud universitaria y casi sin presencia en el sindicalismo.
La leyenda dice que, a mediados del siglo I, Pedro le hizo caso a Jesús que, ya resucitado, le impidió que huyera de Roma y con su “Quo Vadis Petrus” le obligó a volver a la ciudad de los cristianos perseguidos: fue crucificado.
Hace unos meses tuvimos, junto a Julio Díaz, ex vicepresidente de la JDC en los sesenta, la suerte de conversar largo en Olmué con Alberto Jerez, por gentileza de su hermano Sergio. En medio de recuerdos de Tomic y Jacques Chonchol, le preguntamos a Alberto ¿cómo ves el futuro de la DC? “La DC no tiene futuro” nos respondió el ex senador y fundador, ahora de 92 años.
¿Alguien se acuerda del Partido Conservador, del Conservador Socialcristiano, del Partido Democrático, del Demócrata, del Partido Liberal, del poderoso Partido Nacional? El actual Partido Radical, tan cercano hoy a la DC ¿no es más bien un zombi en la política?