Diciembre 11, 2024

Ahora, la prescindencia

 

A quienes me leen, pido disculpas por esta crónica disparatada, donde se juega con la ambigüedad. A quienes no me leen, los invito a hacerlo, convencido de ganar su aprecio. Bien es sabido que el candidato a la prescindencia para gobernar a Chile, por reputación y doctrina, se llamaba Augusto Pinochet. Sí, el mismo que juraba lealtad al presidente Allende. Cuando aceptó serlo, más bien impuesto por oligarquía, un corresponsal extranjero le habría preguntado, si era ateo. Pinochet, sin pensar demasiado en la respuesta, pues tenía respuestas para todo, reveló mientras se acomodaba los puños de la camisa: “¿Cómo voy a ser ateo, señor periodista, si soy Dios?”

 

 

Candidatos a la prescindencia abundan en Chile, pero también a la presidencia, donde llegan quienes más corren. Bien puede tratarse de un juego de palabras lo expresado aquí, mediante acrósticos y calambures, lo cual siempre nos conduce al mismo fin. Encontrar un abanico de personas que creen ser llamadas por el destino para servir a la patria, como también a una corporación. No es lo mismo ser presidente de la junta de vecinos de un barrio, del centro de madres, que presidente de la SOFOFA. Este gremio que da las pautas al actual gobierno en todas las áreas —y también lo hizo en otros, bajo el sello de la discreción— se cuida de no exhibir sus garras depredadoras, y solo lo realiza, cuando se siente amenazada. Lo demostró en distintos períodos de nuestra historia, disfrazada de la gentil abuelita de Caperucita Roja. Quién desconfía de las abuelitas es un bastardo. En 1973 demostró la eficiencia de su actuación ladrona a cuatro manos y supo hallar a los traidores, sin mayor esfuerzo, para asaltar el poder. Había demasiados candidatos en el comercio al detalle, sin embargo, lograron ubicar al más traidor. Al mediocre y al rastrero. Después, el gremio se esmeró en gobernar en las sombras. Nada se realizaba sin su beneplácito. ¿Mancharse las manos con sangre, torturar, exiliar, hacer desaparecer? Ello debe hacerlo el capataz de turno, amaestrado para ejercer el oficio. Cuando la dictadura empezaba a oler a carroña, urgida la SOFOFA se arrodilló ante los imperios de ultramar a besarle las sandalias, y acusó al tirano de ser el culpable de la debacle. “Nosotros fuimos simples espectadores, reconocidas vírgenes, entregados a trabajar en beneficio del país”, vociferaban y mostraban falsos cilicios, que decían haber usado durante el gobierno militar. Ese sufrimiento no se lo darían a nadie. A esas alturas, la oligarquía se había apoderado de la riqueza del país, incluido el aire y las lluvias. De ahí que, necesitaba la democracia, diseñada a su gusto, para afianzar su dominio. Afianzar su respetabilidad, la cual jamás debe tranzarse. Mostrar cara de inocencia y hablar de misericordia, porque ellos como buenos chilenos y cristianos, siempre piensan en la grandeza del país. Alegan: “¿Acaso  nuestro sacrificio es menor, cuando pagamos impuesto leoninos y nada reclamamos?” Ahora, para la oligarquía, Pinochet cometió excesos y se apresura a manifestarlo, mientras cruzan los dedos y hacen gárgaras de castidad. Nada de prescindencia, porque su presencia jamás se ha apartado ni un milímetro del poder. Igual a termitas, corroen día y noche y nadie se percata de la acción roedora, hasta que el tinglado cae, sin embargo, vuelan a otro sitio a cumplir idéntico objetivo.

 

Mientras tanto el pueblo, embobado, sometido a los dictados del patrón, asiste al fútbol en manada, viaja al extranjero, compra automóviles a crédito, se encalilla, y cree que las máquinas tragamonedas o el casino, los va a salvar de la hecatombe. Ni a la rastra va a llegar al fin de mes, en esta aventura destinada a taponear agujeros.

 

¿Se puede hablar entonces de elecciones libres e informadas, en una época marcada por el analfabetismo de las ideas? A veces uno se quiere ilusionar y piensa que la persona que dirigirá el país, en los próximos años, construirá las bases de una nueva democracia, distinta de la actual. Los tiempos se acortan y la prescindencia, continúa rampante su camino.

 

Esta semana el jefe, quien cuando habla siempre la embarra y a menudo hace reír, porque es sandunguero, expresó: “Libertad y flexibilidad para los que están en la industria de la educación”. Desde luego que sí, pues bajo su mirada y pensamiento capitalista, todo es industria. Después se hablará de la industria de la cultura, de las ciencias, de la salud. Nuestro admirado jefe de los borregos, quería decir: explotación, pero de las cuerdas bucales hasta los labios, su atiborrado cerebro de dudas, hizo cambiar el vocablo. Otra vez ha demostrado su majadera prescindencia. Un caballero de verdad, ya habría renunciado.  

 

 

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