Diciembre 12, 2024

“Se sienten ofendidos de como son tratados, cuando debieran estar en la cárcel” (Juan Carlos Cruz)

De nuevo, después de menos  de un año, los Obispos chilenos se encuentran con el Papa, en Roma, seguramente para darle cuenta del cumplimiento de sus tareas. Cualquier persona que tuviera un mínimo de dignidad estaría muy avergonzada por los términos de la carta de Francisco, en que les pidió la renuncia, hacia el mes de mayo de 2018.

 

 

 

Los obispos chilenos son los reyes de la hipocresía, y ni se arrugan cuando su superior jerárquico les escribe en esa carta frases tan fuertes como  que están encerrados en sí mismos, que se sienten seres mesiánicos,  que son cazadores de chivos expiatorios, que son narcisistas, que practican el clericalismo, es decir, que  se creen muy superiores a los fieles, en una resumen, construyeron una especie prostituta de Babilonia, (cuyo único interés fue la herencia de  Constantino).

 

 

 

Los Obispos de la Conferencia Episcopal chilena están más interesados en su carrera eclesiástica para su propio bien que servir a los hombres en la línea de las Bienaventuranzas. Les agrada rozarse con la gente “bien” en los cocteles y fiestas diplomáticas y empresariales, bendecir bancos donde se guarda el dinero de los adinerados del país, y están mucho más entretenidos con los “sacerdotes del templo”, incluso con “los mercaderes” de ese recinto, que comprometidos con los doce judíos que acompañaban a Jesús, que eran pobres y, como decían las señoras aristocráticas, “tenían poco mundo”.

 

 

 

Su tarea se limita a ser consejeros espirituales de las “vacas gordas” – como describía Luis Orrego Luco en La casa grande, para referirse a las damas de la alta sociedad chilena -. Dentro del clero chileno les son muy antipáticos los curas obreros, sobre todo a Felipe Berríos, a Mariano Puga, a José Aldunate, y a otros, que no economizan palabras para decirles algunas verdades y demostrarles cuán infelices son si se les compara con estos curas que siguen y practican verdaderamente el evangelio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para los Obispos de la iglesia chilena la labor pastoral se limita a una serie de ceremonias y ritos, puro incienso y mirra y agua bendita, actividades religiosas que tienen un precio, tanto para el bautismo como para el matrimonio; además leen párrafos del evangelio  transformados en “mote con huesillo”: “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de los cielos”, por ejemplo, pero como sus ya pocos participantes que acuden a la iglesia  adinerados, convierten en cuento del ojo y de la aguja en unas puertas inmensas donde les aseguran que todas los ricos y que además dan buenas limosnas, tienen libre al cielo, (sobre todo si imitan, entre otros, a Karadima y sus discípulos).

 

 

 

El egoísmo del rico Epulón que le negó la comida al pobre Lázaro, el clérigo lo explica de tal manera que el hambre de Lázaro era un castigo de Dios, (lo dirían los calvinistas y luteranos), por su flojera, y langosta a epulón era bien merecida, pues se había esforzado y trabajado toda su vida. (Para entender por qué los canutos son tan fanáticos y reaccionarios basta leer  La sociología de la religión, de Max Weber).

 

 

 

Los Obispos parece que se quedaron con la visión de Jesús, como un hombre blanco, de ojos azules y de palabras muy suaves, pero se les olvida que lanzó a los mercaderes del Templo a latigazos, con las consiguientes llagas a algunos de ellos. Si Jesús volviera a la tierra, muchos de los beatos hipócritas, incluida la jerarquía de la iglesia de Constantino, sangrarían sus fofos traseros por vender barato las Bienaventuranzas.

 

 

 

Es evidente que cambiar a una jerarquía tan depravada que, incluso, su ahora jefe máximo, cardenal Ricardo Ezzati, tenga que comparecer ante la justicia civil acusado de presunto delito de encubrimiento ante varias denuncias, es una ardua tarea y exige años, pero sería bueno que el Papa fuera  apurando a los Obispos para que abandonen el cargo, pues la verdad es que, hasta ahora, no se salva ninguno de ellos, (salvo tal vez el nuevo administrador apostólico de Puerto Montt).

 

 

 

La pedofilia es un acto monstruoso, canallesco e indigno, no sólo porque se abusa sexualmente de niños inocentes, sino sobre todo, porque se manipula el poder y la conciencia, razón por la cual los pedófilos merecen prisión perpetua calificada e imprescriptibilidad del delito.

 

 

 

Me parece bien que las iglesias estén vacías, sobre todo si se elimina el clericalismo, es decir el uso de la religión al servicio del poder político  terrenal. Nada ni nadie le ha hecho más daño al cristianismo que el “derecho divino de los reyes”, y después los partidos conservadores monárquicos democratacristianos e izquierdas cristianas. En el fondo, el filósofo Emmanuel Mounier tenía razón al separar el evangelio de Jesús del poder político.

 

 

 

La única definición de iglesia valiosa es aquella que opta por los pobres, la teología de la liberación, que Juan Pablo II trató de destruir por un primario anti comunismo.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

 

17/01/2019

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