Diciembre 11, 2024

El sueño de Xi Jinping, la pesadilla de Trump

El año 2019 arrancó con fuerza para la República Popular China: alunizó en la parte oculta del satélite, aquella no visible desde la Tierra, algo que nadie había logrado. Es un hecho memorable para un país que llegó cuatro décadas tarde a la carrera espacial, y al cual Estados Unidos le impidió participar en la Estación Espacial Internacional.

 

 

Fue en 2003, luego de la ya entonces extinta Unión Soviética y de EU, cuando China envió por su cuenta un hombre al espacio. Ahora, poco más de tres lustros después, patea el tablero, al punto que la agencia Bloomberg describe el arribo de la sonda Chang’e-4 como una hazaña, un salto gigantesco para una nación que durante mucho tiempo ha sido considerada como un jugador menor en la carrera espacial.

 

 

En ese terreno, antes ajeno, China lideró durante 2018 la clasificación mundial de lanzamientos con 37 misiones orbitales de las 112. ¿El resto? EU, con 31; Rusia, 16; la Agencia Espacial Europea, 11; India, 7, y Japón, 6; entre los puestos más importantes. Como se ve, el despliegue de Pekín es cuantitativo y cualitativo, de ahí las palabras de Donald Trump, en noviembre pasado, al decir que no queremos que China y Rusia y otros países nos lleven la delantera en el ámbito espacial, reafirmando que para defender a EU no basta con tener presencia en el espacio: debemos tener el dominio del espacio.

 

 

La remontada china en este ámbito se suma a otras importantes iniciativas geopolíticas que demuestran el nuevo peso de Pekín en el plano global: la Nueva Ruta de la Seda (OBOR), inmenso esquema de infraestructura en Asia, Europa y Africa, y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), que con casi un centenar de países miembros se plantea como una verdadera alternativa de financiamiento frente al esquema post Bretton Woods (FMI-Banco Mundial, instancias hegemonizadas por EU). También a la creación del BRICS, donde comparte espacio con países como Rusia, India, Sudáfrica y Brasil.

 

 

En ese escenario de disputa con un EU que por primera vez reconoce la aparición estelar china (el Make América Great Again de Trump se ancló en esa idea, de deterioro del poderío estadunidense y ascenso del gigante asiático), la guerra comercial y de aranceles tiene un trasfondo cada vez más nítido: Xi Jinping busca ser un jugador global en todas las áreas posibles, particularmente en el plano científico. De ahí que China fabrique productos de alto valor agregado, como celulares y computadoras ya comercializados a gran escala, y se encuentre invirtiendo cada vez más dinero en ciencia y tecnología.

 

 

Como se aprecia, la República Popular China continúa su despliegue –sigiloso, pero a la vez pretencioso– en las más diversas áreas, configurando un nuevo escenario global, ante un EU que sigue resistiendo a su declive como Hegemón. Y lo hace bajo un gobierno que durante este 2019 celebrará el 70 aniversario de la revolución de 1949 comandada por Mao Tse Tung. No es casualidad que el pensamiento de Xi Jinping haya sido equiparado al del fundador de la República Popular en la propia Constitución: estamos en el periodo de mayor legitimidad internacional del gobierno chino en las pasadas siete décadas, y ante hechos concretos que provocan transformaciones a mediano plazo en el escenario geopolítico. Pero toda acción tiene su reacción y, como dice el director del Observatorio de Política China, Xulio Ríos, el sueño de Xi Jinping es la pesadilla de Donald Trump. El año que comienza, entonces, nos deparará novedades en torno a esta disputa a cielo abierto entre la potencia emergente que quiere ser, y la potencia hegemónica que puede dejar de ser.

 

 

*Politólogo UBA / analista internacional

 

Twitter: @jmkarg

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