Diciembre 2, 2024

El desastre de Temucuicui

Sebastián Piñera y su popularidad, que tanto acaricia, está cayendo en picada. El primer mandatario se consideraba en la gloria a falta de oposición y los fachos pobres lo apoyaban, convencidos de que la economía andaba viento en popa. Al fin y al cabo, los resultados del gobierno de Piñera son tan mediocres como los de Michelle Bachelet en sus últimos meses de mandato, es decir, cambiamos pan por charqui, de Guatemala a Guatepeor.

 

 

El conflicto histórico entre el Estado chileno y la Nación mapuche no ha conducido al diálogo, sino al genocidio. Todos los gobiernos después de la dictadura – de la Concertación, Nueva Mayoría y los dos de derecha – no han llevado más que a la represión combinando el palo y bizcochuelo, del tirano Diego Portales, y cada gobierno que asume promete el diálogo entre el gobierno y el pueblo mapuche, que siempre termina convirtiéndose en un monólogo y en la dialéctica de los puños y las pistolas: el enfrentamiento permanente entre carabineros y comuneros mapuches, cuyo resultado ha sido siempre el cegar la vida de jóvenes mapuches.

 

El diagnóstico de todos los gobiernos post dictadura han sido errados – bien lo explica el senador mapuche, Francisco Huenchumilla, el único ex intendente que conoce bien el conflicto entre gobierno chileno y los mapuche, y entiende cabalmente que el centro del problema no es solamente la pobreza – que es una consecuencia y no causa – sino de un conflicto histórico que se arrastra desde la colonización por parte de los españoles, pasando por la “pacificación de la Araucanía, hasta nuestros días.

 

La nación mapuche fue poseedora de uno de los territorios más extensos de América Latina: del Pacífico al Atlántico, abarcando toda la actual Patagonia. Los mapuches son, por esencia, políticos y diplomáticos de alta calidad: desde el siglo XVII hasta 1850 dialogaron con los españoles en los famosos parlamentos, de nación a nación, y como bien lo sostiene el historiador Luis Thayer Ojeda, “los chilenos no somos otra cosa que españoles trasladados a otro continente”.

 

 

Los mapuches obligados a elegir entre amos nuevos y amos viejos, con toda razón muchos de ellos optaron por los españoles en la famosa “guerra a muerte” – es una exageración del historiador Benjamín Vicuña Mackenna -, pues la sociedad chilena del siglo XIX vivía aterrada no sólo a causa de los mapuches, sino también de los asaltantes de caminos, es decir, mapuches y “rotos” eran lo mismo para la oligarquía de esa época. Muy pocos viajeros se atrevían a pasar por los cerrillos de Teno, y la Torre del Cerro Santa Lucía, en Santiago, fue construida para vigilar que los “rotos de la Chimba”, (Hoy Recoleta e Independencia), no se rebelaran.

 

Los llamados “héroes” de la independencia de Chile usaban a los mapuches como el modelo de la rebelión contra el imperio español: repetían la leyenda de  La Araucana, de Alonso de Ercilla, con su héroe máximo, Lautaro – nombre de la logia independentista a la cual pertenecieron O`Higgins y San Martín, la Lautarina -.

 

El primer escudo nacional está representado por un indio con plumas, lo que es una aberración histórica, (lo mapuches nunca usaron plumas, como los del Amazonas o los norteamericanos).

 

La relación entre mapuches y españoles no siempre fueron pacíficas: pasaban de diálogos a combates, y hubo casos en que había verdadera empatía entre españoles y mapuches, (el famoso cautiverio feliz de Pineda y Bascuñán, quien sostenía la teoría Del Buen Salvaje), y  cuando Diego de Almagro llegó a Chile se encontró con dos españoles que vivían felices entre los indios.

 

A partir de la aventura de Aureli Antoine, (francés que fue proclamado por los mapuches como rey de la Araucanía, seguramente sirviendo a una estrategia de Napoleón III), las relaciones entre mapuches y el Estado chileno eran de dulce y agraz: Aurelie Antoine de Tounens demostró que la nación mapuche perfectamente podía independizarse del anémico Estado chileno.

 

En 1861 el Presidente José Joaquín Pérez inició la ocupación de la Araucanía, llamada “Pacificación”, que no fue otra cosa que una guerra genocida, que tuvo lugar en los años 80 del siglo XIX, bajo el gobierno de Domingo Santa María.

 

Para comprender bien la pacificación de la Araucanía es preciso recurrir a la historia de la mentalidad del Chile de finales del siglo XIX, que entendían la nueva República como un Estado civilizador, cuya misión era dominar a los pueblos “inferiores”, (Perú, Bolivia y, posteriormente, los mapuches). (Me permito recomendar la lectura del libro Guerreros civilizadores, de la historiadora Carmen M.C. Evoy, capítulo V, El Estado guerrero y sus dilemas, pág 77.89).

 

Una vez ganada la guerra Perú-Bolivia, (pueblos “femeninos y prostituidos”,  en el caso de Perú, por un Virreinato depravado), ahora había que “pacificar” la Araucanía, en manos de mapuches que “mantenían las tierras no cultivadas y que tenían una concepción pre-capitalista” de la economía, (si el lector quiere profundizar sobre el tema, me permito sugerirle la lectura de El Mercurio, de Valparaíso, de 1879-1889, así como el diario Ferrocarril, además El Estandarte Católico, que reposan en la Biblioteca Nacional).

 

Desde la “Pacificación” de la Araucanía, en que el Estado chileno llevó a cabo un genocidio, hasta hoy, las relaciones conflictivas entre ambos naciones han sido radicales: los carabineros asesinan a los mapuches, quienes defienden su forma de vida con piedras y palos. Los abogados y jueces se prestan para engañar a los mapuches, y  aplican  el famoso cuento del “espejo”, (artefacto que usaban los usurpadores como moneda de cambio por tierras, además de mercedes, concedidas por el Estado chileno).

 

El Estado chileno aplicó el famoso método de la “reducción”, es decir, limitar al máximo el territorio de los mapuches, convirtiendo esas tierras ancestrales en minifundios, cuyo producto agrícola no alcanzaba ni para alimentar su núcleo familiar.

 

Hoy, algunos progresistas, muy ignorantes por cierto, proponen como gran cosa conceder a los mapuches un pequeño territorio donde puedan autogobernarse, y como estos giles “generosos, supuestamente de izquierda, pero no han entendido el verdadero problema mapuche,  que consiste en que Chile les devuelva las tierras usurpadas y reconozca  a la nación mapuche en un estado Chileno multicultural, multiétnico y multilingüístico.

 

En el mundo actual, la mayoría de los Estados son multi-culturales, multiétnicos y multilingüisticos: Canadá, que se cita como un ejemplo, junto a Nueva Zelanda, que se citan como otro ejemplo, reúnen estos tres elementos.

 

Es un error el creer que el reconocimiento del pueblo mapuche como una nación rompería la unidad territorial de Chile; por ejemplo, España es un conjunto de naciones, (vascos, catalanes, gallegos…) y no por ello se ha roto su unidad. Nunca confundir centralismo con nación. Estados Unidos y Canadá,  por ejemplo, tienen tantas Constituciones estatales y no por ello dejan de ser nación.

 

El Estado chileno respecto al pueblo mapuche es racista, clasista y genocida, y por estas razones ha sido condenado, en distintas oportunidades, por Naciones Unidas.

 

El gobierno de Sebastián Piñera eligió el peor camino para enfrentar el conflicto mapuche: el de la represión y el uso de la fuerza para asesinar a un joven mapuche. Con mucha razón, el ex intendente por esa región, Francisco Huenchumilla, sostiene que nadie le cree ya a los carabineros, después del “montaje” de la operación Huracán y hoy, por la destrucción de pruebas fundamentales para la investigación del homicidio contra el joven Camilo Catrillanca.

 

Bibliografía

Mc Evoy, Carmen, Guerreros civilizadores. Política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico, Edic UDP, 2001

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

21/11/2018

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