Juan Emilio Cheyre, cuya historia aún no se escribe del todo, ha sido -encubridor de crímenes fascistas; amante de su fuerza armada y dirigente de ella; obviamente pinochetista y luego campeón del “nunca más”; comandante de “la apertura”; jefe institucional de elecciones libres y al mismo tiempo capo del ocultismo de los crímenes más atroces cometidos en Chile, y uno de los prototipos de nuestra transición.
Uno de tantos.
Hay otros y ya se escribirá la historia de cada cual, siempre trágicamente contradictorios: los demócratas Frei Montalva y Patricio Aylwin, que apoyaron el golpe; el ministro P.Rojas, que de político pacifista se dedicó a la compra y venta de armas; Enrique Correa, que de revolucionario defensor de los trabajadores se transformó en empresario lobbista de y para los grandes empresarios; O.Guillermo Garretón que, de revolucionario al que Kadafy y los héroes del Sahara Occidental, le quedaban cortos (éstos le rindieron homenaje) pasó a ser socio empresarial del yerno de Pinochet y chupamedias de su plutocracia, sin transición y con ello con transición y en transición; el jefe moderado del PC moderado que, sin apremio alguno, confesó que había mandado matar a Pinochet hacía poco y sin ponerse colorado, y, por el otro lado o igual lado o no, actuales demócratas y legalistas como Chadwick; el actual ministro de Justicia ex propagandista de Colonia Dignidad y su degenerado jefe; el partido “popular” Unión Demócrata Independiente, que es todo lo contrario a demócrata e independiente ,fascista y defensora del crimen y la tiranía de los más ricos; todas las derechas anticomunistas y en definitiva fascistas ante la elección teórica entre socialismo y fascismo, y todos los militantes de derecha que aparecen demócratas y pacíficos pero en privado confiesan, civiles o militares, que Pinochet la embarró porque debió matar “más comunistas”.
La verdad de las verdades, que poco se dice, es que Chile no liquidó su fascismo -nosotros los chilenos NO liquidamos nuestro fascismo- al estilo en que sí lo liquidaron Italia o Alemania al fin de la Segunda Guerra Mundial (apoyadas mundialmente), o Yugoslavia de Tito, o Portugal de los claveles, o la Cuba de Fidel, sino que lo hizo (lo hicimos todos) al estilo de la España franquista-democrática a la muerte en la cama de Franco; Brasil del fin y ahora la vuelta pacíficos de los militares; todos los que nos pusimos buenos revolucionarios y dejamos de ser revolucionarios porque llegamos a la conclusión definitiva de que el odio al crimen con el crimen y el salto al comunismo (y entonces a la revolución de los siglos XIX y XX) no tenía hoy ningún sentido ni posibilidad de victoria ni en Occidente, ni en China ni en Rusia.
Aquí no hubo derrota del fascismo por K.O. Sólo por puntos y en el terreno de la política, la cultura y la libertades públicas. En la economía y la fuerza militar, poco o nada. No pudimos +. ¿Quisimos más?
No fuimos capaces de otras cosas. Nunca tuvimos una correlación de fuerzas verdaderamente favorable. O nunca más quisimos lo que entre los años 20 y los 70 del siglo XX creímos querer, incluso al precio de nuestras vidas.
En España fue peor: la llave de la apertura en los años 70 estuvo en la derecha y el franquismo la ha graduado.
Y, perdón, la centroizquierda ha tenido sus debilidades, pero las izquierdas por cierto también: hay una que se renovó y dejó de creer; hay otra que no se renovó pero da lo mismo porque también dejó de creer, y hay una tercera, que ni siquiera creó ni ha pensado en estas cosas.
Y la acumulación en el terreno militar fue derrotada y dolorosamente escuálida y grotesca. No existe.
Triste pero es lo que hay.
Las derrotas fascistas por K.O. provocan el fin del fascismo antes conocido aunque no el fin de la historia; vendrán otros problemas e incluso podría acusarse al nuevo régimen de una nueva dictadura.
Las derrotas fascistas por puntos, como la española, la chilena o la brasileña provocan transiciones (aperturas democráticas de más o menos calibre).
Vivimos en una de ellas.
Si Pinochet y su corte hubieran sido derrotados por K.O. y en un tiempo relativamente breve (como el nazismo alemán en 1945) la justicia triunfante habría sido rápida y radical: un Nüremberg chileno. Es una teoría sin sustento real, ni en sueños.
Y hasta un joven oficial, como Cheyre, podría haber sido fusilado o habría estado en la cárcel sin barrotes dorados.
Pero eso no sucedió y estuvo muy lejos de suceder.
Pinochet se nos fue sin gloria pero también sin pena.
Y la transición (la apertura) no tuvo ni tiene fecha de término, porque es una más o menos lenta democratización.
Cheyre es un pescado -o un pez, ya veremos- al que le ha tocado nadar desde muy joven en el mar oscuro y turbio de nuestra transición verdadera -aperturas, democratizaciones con avances, frenos, retrocesos- por cierto con grados de culpa superiores a los de la inmensa mayoría pero no superiores a todos.
Hay otros más culpables y, por esas cosas de las transiciones, han pasado colados y morirán o murieron tranquilos.
Al caso de Cheyre se le puede aplicar la máxima de Cristo, que en eso tuvo plena razón, según se dice, hace dos mil años: “El que esté libre de pecado que LE lance la primera piedra”. Habrá muy pocos. Y los que lo pondrán en la picota han de ser los familiares de los muertos, algunos jueces honestos, el movimiento social antifascista aún en lucha.
La derrota por puntos puede llevar a la victoria por puntos. Y vice versa.
No pudimos -menos aún los que recurrieron a las armas, siempre pocas si se trata de vencer no sólo a una casta nacional sino a un imperio- triunfar por K.0.
En ese cuadro hay que proponerse avanzar.
En esa pintura mediocre la posible condena de Cheyre es un paso mediocre pero justo. Deberían venir otros.
Desgraciadamente la mediocridad, como la grandeza, es consustancial a la historia humana. A todas las historias humanas.