Septiembre 21, 2024

La caravana de la muerte: “La muerte vive espantada del horror de los humanos” (Theodoro Elssaca)

Mientras los 15 prisioneros políticos se enfrentaban al pelotón de fusilamiento, observaban desafiantes a quienes los iban a ejecutar. Ese día, 16 de octubre de 1973, en el polígono del regimiento Arica de La Serena se consumó la ignominia. ¿Cargos? Ser partidarios del gobierno de la Unidad Popular. Desde Santiago llegaba la orden de ajusticiarlos, para aterrorizar a la ciudad y al país. Consumada la felonía, donde hubo responsabilidad entre otros, de los militares Arellano Stark, Moren Brito, Ariosto Lapostol y Juan Emilio Cheyre, en secreto los cadáveres fueron inhumados en el Cementerio Municipal de La Serena. Entre los fusilados, elegidos al azar, había dirigentes políticos, sociales, el abogado Roberto Guzmán Santa Cruz y el músico Jorge Washington Peña Hen, director de una orquesta de jóvenes talentos. Existe un cuadro de Francisco de Goya, titulado “El tres de mayo en Madrid”, donde el artista aragonés recrea en toda su crudeza y dramatismo, el fusilamiento de patriotas madrileños, en manos de las tropas francesas. 

 

 

Roberto Guzmán Santa Cruz se educó en el Internado Nacional Barros Arana (INBA) alrededor de 1952 y después ingresaba a estudiar derecho en la universidad de Chile. A menudo, frecuentaba la excelente biblioteca del liceo, donde también concurría Antonio Berthelón Aranda, oriundo de Viña del Mar, quienes mantuvieron una amistad de años. En aquella época, leer a distintas horas, escuchar música selecta en la radio del comedor de los sextos años, constituía una delicia. Un día a la semana, en vez de salir al recreo después de almuerzo se organizaba una tertulia literaria y política, donde concurrían compañeros de distintos cursos. Además, colaboraban en la revista del colegio, lo cual se convertía en un espacio destinado a acoger a quienes daban inicio, a sus balbuceos como escritores. Desde aquella época empezaron a leer a Marx, Antonio Gramsci, Proudhon, cuya sentencia: “La propiedad es un robo”, los hacía pensar que eran desvergonzados burgueses ladrones, y que abusaban del proletariado. Leían además, novelas, poesía, obras de teatro, algunas representadas en el internado, y discutían sobre diversidad de temas, que surgían al calor de la charla. Antonio Berthelón, también requerido por los golpistas, logró huir justo a tiempo. Lo querían fusilar y abandonó Chile, cuando la DINA le pisaba los talones. Viajó rumbo a Europa. Su condición de ateo contumaz, aunque respetuoso de la diversidad del pensamiento, le permitió eludir a la muerte. Estuvo refugiado en un convento. Cuando regresó a Chile, después de 1990, refería a sus amigos, de cómo logró esquivar a la DINA. Cada semana dormía en casas distintas e incluso llegó a hacerlo en un albergue, lo cual lo obligó a disfrazarse de mendigo. Meses después, salía de Chile convertido en pastor luterano. Guzmán, Berthelón y sus amigos, tenían de profesores al actor Agustín Siré, a los escritores Fernando Cuadra, Nicanor Parra y Alfonso Calderón. A Oscar Godoy, Antonio Dodis y Raúl Mardones, que también escribía poemas. Maestros, cuyas enseñanzas permeó la atolondrada juventud de ese grupo de jóvenes, ansiosos de conocer la realidad social, donde las dudas los hacía ir de un pensamiento a otro.

 

Ese día del fusilamiento masivo en La Serena, la perfidia y el odio, mostraron la profundidad de la cobardía. Se agazapa en la oscuridad y surge al llamado de la traición. Roberto tuvo el coraje de presentarse cuando fue requerido por la justicia militar y quedó en libertad. Días después, lo volvían a detener. La oligarquía, verdadera dueña e instigadora del golpe cívico-militar de 1973, adulaba y agasajaba a los militares sirvientes, a quienes trataban de héroes, por salvar al país del comunismo. Los utilizó en el trabajo de la muerte, en aplicar el terror durante 17 años. Se fastidió de ellos, cuando también empezaron a robar en forma despiadada, con ansias de termita, incluidos el jabón y el papel higiénico de las letrinas. A los militares constitucionalistas, leales al gobierno de Allende, los habían asesinado y no pocos, renunciaron a las FFAA. Desde la capital del imperio le exigían a la oligarquía, entre órdenes y gritos, que finalizara el banquete del saqueo a cuatro manos y doble carrillo. El gran botín del estado y sus riquezas, ya había sido con creces recuperado. Urgía regresar a la democracia por razones de estrategia política, aunque se tratara de máscara de carnaval, que parece durar hasta el día de hoy.

 

En el cementerio General de Santiago, hay en un mausoleo, un nicho donde figura en la lápida el nombre de Roberto Guzmán San Cruz, su fecha de nacimiento y muerte. Dice que permanece vacío, a la espera que algún día puedan llegar ahí sus restos. Ignoro si aún sigue vacío. El 9 de septiembre  de 1998, los familiares de los ejecutados políticos, consiguieron ubicarlos en el cementerio de la Serena en una fosa común. Los asesinos, protegidos por la impunidad y el silencio cómplice, no pudieron matar el espíritu revolucionario de aquellos 15 hombres, ni a quienes sobrevivieron al terror. Ahora el comando “Jungla” de carabineros, convertido en sinónimo de muerte, viene a remplazar a la caravana. 

 

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