En una ocasión, conversando con un hombre alzado sobre los 80, me alcanzó una impresión. Una imagen a la que se suponía debí llegar solo a través de la propia experiencia, de esas vivencias que nos dan perspectiva.
En pleno proceso de protesta regional contra HidroAysén, no podía comprender (yo) cómo no se enrabiaba al máximo (él) con los hechos que ocurrían en la tierra que le vio nacer y que eran motivo de tanta protesta e indignación. Él compartía la mirada, pero su sentir no cobijaba la ira y apuro que a tantos y tantas movilizaba.
Ha pasado el tiempo y algo me ha quedado de ese diálogo. Ese hombre nació en 1935. En su cuerpo y derrotero vital se acumulaban una guerra global, la revolución en libertad, los días de la unidad popular, 17 años de dictadura y la recuperación democrática. A todos esos procesos había sobrevivido y siempre los días oscuros dieron paso a los de claridad, regresando nuevamente los de sombras. Es la dinámica de la vida, de los ciclos vitales. La calma que sigue a la tormenta no es solo una frase valium, es inherente a la condición humana.
Lanzo estas líneas hoy, a minutos de saber, lejos acá en el sur, que triunfó en Brasil el representante símbolo de lo que muchos y muchas no queremos para nuestras sociedades. Para nuestro planeta. Se vienen días grises para América Latina y Chile no estará al margen de esta oleada. En realidad, ya no lo está si se analizan tantos proyectos, frases y acciones de quienes hoy nos gobiernan, donde discriminar al otro distinto y no acogerle es el mensaje, mantener sistemas jerarquizados y no horizontales la práctica, intervenir ecosistemas y comunidades en una carrera de ilimitado crecimiento material el motor principal. Con una política pública sobre ámbitos fundamentales no hace más que mantener la carencia.
Donde a muchos, demasiados, ciudadanos de a pie no les conmueve la violencia y prejuicio en las palabras y propuestas de Jair Bolsonaro: que ensalce la tortura, que se burle de los oprimidos de siempre, y para quien conceptos como igualdad, justicia, fraternidad, responsabilidad colectiva y ecosistémica, no son más que frases vacías. El populismo de Bolsonaro es popular no solo en Brasil también en nuestro hogar. Y cobija contradicciones tan fundamentales como estar dispuesto a apoyar y recordar con orgullo una dictadura… en nombre de la libertad.
Efectivamente, el presidente electo de Brasil representa un retroceso en lo que muchos creemos y aspiramos. Como lo es Donald Trump en Estados Unidos, como Sebastián Piñera en las más diversas áreas. Entre ellas, y que nos convoca a muchos, la socioambiental.
Ahí tenemos la modificación de los límites al futuro Parque Patagonia, en Aysén, en gran medida para dar paso a la extracción minera de oro en sectores de alto valor patrimonial. En un contexto de, al menos, cuatro empresas australianas y canadienses que con múltiples proyectos auríferos intentan hacerse del control territorial de la cuenca que cobija la principal reserva de agua dulce de Chile, de relevancia vital para el planeta. Todo, teniendo mejores opciones.
Con todo esto en mente, una tarea personal sigue siendo cómo tomar conciencia y no agriar tu alma en el intento. Cómo tener claridad de lo que hay que hacer para cambiar ese rumbo no compartido y no caer en el pesimismo por la dificultad.
Cómo hacerlo para no creer que la evasión es la única opción, apartándose a la montaña para vivir en consecuencia mientras ese modelo sigue afectando a tantos y a tantas con menor suerte y posibilidad. Cómo, al contrario, no optar por el fácil camino de poner en un pedestal la satisfacción personal y de tu entorno inmediato (principalmente material) para no pensar en tanto motivo para amargar la vida: alejarte del mundo y sus informativos que tanta miseria (real, demasiado real) transmiten.
Qué medios son posibles para no vivir la vida en un estado de molestia permanente, dolor constante por lo que nos cuesta transformar. Para que las imágenes siempre presentes de despreocupados cercanos, familiares, no te inquieten y pienses en cómo lo haremos si para una mayoría el metro cuadrado es el único espacio vital. Fundamental.
Cómo hacerlo para ser consciente de tu propia responsabilidad colectiva, y que el enfado con el otro, la desconfianza, el individualismo, la competencia y el resentimiento no llenen tu día a día. Porque son esos sentimientos, precisamente, los que en la acción colectiva el movimiento socioambiental quiere reecualizar. No eliminarles, un imposible, pero sí que no sean el mantra general.
En esos momentos regreso a la conversación inicial. La vida es mucho más que el aquí y el ahora, aunque sea esta frase demasiado utilizada para decirnos que lo único importante es precisamente el aquí y el ahora. La vida tiene perspectiva y esa nos hace caer en la cuenta que siempre hay luz más allá, así como momentos de penumbra. Eso es la vida, nada más. Y nada menos, también.
Como la frase que alguna vez me legara una compañera estudiantil: “Lo malo de los buenos momentos es que pasan. Y lo bueno de los malos momentos, también es que pasan”. Y así, con esperanza y convicción de lo que hay que hacer, hagamos nuestro aporte, quitándole el cuerpo al rencor, por hacer que este mal momento, termine.
Aquello entendí de Omar en ese diálogo de claridad. Una sentencia que soy afortunado de experimentar en la cotidianeidad gracias a su hija Miriam, mujer extra-ordinaria, en mi privilegiado recorrido junto a ella. Y esa es que sí o sí toda compleja noche siempre, sin lugar a dudas, dará paso al amanecer y alguna enseñanza nos dejará.