El liberalismo capitalista ha tenido y tiene diferentes formas y métodos de dominación y representación. Aun cuando apunta a un mismo y contínuo fin, que es el beneficio económico de las grandes corporaciones, sus mecanismos de control social han sido variados. Desde la democracia representativa a las dictaduras militares y a la fuerza imperial. Entre ellos, hay matices líquidos que generalmente han sido útiles para enmascarar sistemas políticos autoritarios bajo el cuerpo institucional y formal de una democracia. Hoy, en el siglo XXI, que millones de ciudadanos voten en forma regular por los representantes de una elite, que es una extensión del poder económico, no garantiza que los electores puedan expresar su real voluntad. Esta es la escena sobre la que hemos descansado nuestros cuerpos y también deseos, durante los últimos siglos.
Esta obligada introducción apunta al presente, al desvío que ha tomado el capitalismo bajo su apariencia liberal. El trance que vive Brasil, que este domingo puede dar un paso que arriesga incluso algunos fundamentos republicanos heredados desde la Revolución Francesa hasta la declaración universal de los derechos humanos, nos mantiene, desde este rincón del mundo, en una profunda intranquilidad. Que el país gravitante de Sudamérica se permita, no sabemos con claridad aún por qué reales motivos, elegir este fin de semana a un candidato de la calaña de Jair Bolsonaro, es, y sin matices ni atenuantes, un desastre. Fue así el pasado 7 de octubre y su consolidación el domingo 28 sería una catástrofe para Brasil y la región.
El discurso de Bolsonaro nos regresa a los peores momentos de la política. Al de un capitalismo desembozado, que utiliza todo el aparato del estado para imponer su voluntad, que no es otra que los intereses corporativos. Hoy, con el uso de la negación, la mentira y las ubicuas tecnologías de lavado de conciencias bien financiadas por la gran industria y las finanzas, no hacen falta los golpes de estado para asegurar el funcionamiento del gran capital.
Bolsonaro es la negación de la democracia y los derechos humanos, los que arrasa y desprecia sin filtros ni limitaciones. Las palabras que profería el domingo pasado a través de su teléfono, amplificadas ante una multitud enardecida a kilómetros de distancia, no sólo desconciertan hasta la perplejidad. También nos entristecen. La escena, que podría responder a una secuencia de un filme distópico, nos remite a los peores momentos políticos vividos en Sudamérica durante el siglo pasado. Para los chilenos, esas palabras salpicadas de violencia y odio sólo halla su referencia en la dictadura de Pinochet.
El candidato del brasileño de ultraderecha, tal como no ha contenido su menosprecio y amenazas a todas las minorías visibilizadas y respetadas por primera vez en la historia contemporánea, tampoco lo ha hecho al expresar su admiración por Augusto Pinochet. Esta fusión de impulsos, hoy en día cavernarios, invierte el proceso de inclusión y democratización que había gozado Brasil y la región hasta un grado cero. Con todos los matices y críticas reales, sesgadas y posibles, Sudamérica, tras la larga y tenebrosa noche de las dictaduras, había logrado afianzar sus democracias y avanzar hacia una mayor inclusión social.
Estamos en presencia de una voluntariosa y muy peligrosa regresión de la historia a un orden patriarcal, racista, autoritario y discriminador, a políticas que asumieron como natural el esclavismo, el racismo, la persecución a las minorías y a los foráneos, el sometimiento de las mujeres a los deseos e intereses de los hombres. Una vuelta a todas estas negaciones para dejar vía libre al mercado desregulado. El hombre de las finanzas de Bolsonaro es un discípulo de los Chicago Boys que trabajaron con Pinochet.
Las amenazas al candidato del PT, Fernando Hassad, a Lula y a todos sus seguidores, no ha de ser una factor de temor. Es una provocación que merece una respuesta valiente desde Brasil, principalmente, y del resto de la región. En tiempos de confusión, de democracias moldeables, artificiales y sujetas al mercado, el efecto de este candidato y su odio puede prender fuego en el resto de Sudamérica.
Durante los últimos días la candidatura de Haddad ha dado un pequeño salto, aun cuando insuficiente. El amenazante y virulento discurso del autodenominado Messias y la comprobación de una campaña de mentiras obscenas en redes sociales han hecho despertar a millones de este peligroso aletargamiento político. Quedan sólo horas para el desenlace y esperamos que la noche del domingo podamos dormir en paz. Nada puede ser peor que un discípulo de Pinochet al mando de la mayor potencia de Sudamérica.
¡No pasarán!
Paul Walder
Publicado en POLITIKA