Diciembre 12, 2024

Inmigrantes y el imperativo categórico por sobrevivir

 

Max Weber hablaba del desencantamiento del mundo y lo absurdo de la existencia humana; Albert Camus usa la metáfora del mito del Sísifo, condenado por los dioses a transportar una piedra desde la base a lo alto de la montaña, y que cada vez que caía, debía levantarse y continuar la tarea.

 

 

El mérito de la mayoría de los nihilistas es que, después de haber creído en una causa a la cual consagran su vida, decepcionados reniegan de los ideales que antes creyeron, y sobreviven a pesar de lo absurdo del mundo.

 

 

Las caravanas de inmigrantes no sólo están conformadas por hondureños, sino que  también se agregan guatemaltecos, nicaragüenses, salvadoreños…, que ya suman, en total, más de seis mil personas, entre niños, madres, adultos y ancianos. Su meta es llegar a Estados, el “sueño americano”, – tan falso como el paraíso -; son los “sísifos” contemporáneos.

 

 

Antes, los venezolanos recorrieron miles de kilómetros – superando al Libertador Simón Bolívar, con la desventaja de que lo hicieron a pie y no a caballo – para llegar a supuestos paraísos terrenales, donde sólo había pobreza y les esperaba  una vida de marginados inmigrantes.

 

 

Las masas de migrantes, cada vez que se acercan más a la meta, descubren que el “dios” Trump y los mezquinos norteamericanos van a rechazarlos, incluso, con el uso de las armas.

 

 

En esta peregrinación tan absurda – en la Edad Media lo eran las Cruzadas de los niños para liberar el Santo Sepulcro – hay momentos de solaz, como el que ocurrió en Guatemala, en que el pueblo reaccionó acudiendo al puente que separa México de Guatemala y llevándoles comida y agua y asistencia médica.

 

 

El cristiano Miguel de Unamuno escribía que “en vez de buscar el sepulcro de Cristo, deberíamos hacerlo con don Quijote”. En esta caravana nadie puede divertirse, pues hay que llegar a la meta casi sin mirar el camino. Hoy los ideales no existen y lo único que tiene sentido es el imperativo categórico kantiano de sobrevivir, y esta es la consigna de los peregrinos del triángulo del norte de Centro América – Honduras, Guatemala, El Salvador -, de maravillosas playas caribeñas, hoy en manos de sátrapas, instalados por Estados Unidos que, en los últimos años, han surgido por el fraude electoral más que por la fuerza de las armas.

 

 

Las elecciones contemporáneas son sinónimo de fraude: uno de mis profesores, Alain Rouquie, en el libro El siglo de Perón, llama elegantemente a la época “la democracia hegemónica”, es decir, hacerse reelegir eternamente ante el rival débil, de tal manera de asegurar su éxito. A Evo Morales, a Nicolás Maduro, al cómico gobernante de Guatemala,   Jimmy Morales        y a Juan Orlando Hernández, no los podemos llamar dictadores como tales, pues surgieron de elecciones populares -igual que Hitler y, legalmente, como Mussolini, instalado en el poder en la sátira marcha sobre Roma -.

 

 

Honduras es el país más pobre de América Latina que tiene, en todas las Repúblicas bananeras, una oligarquía de muy pocas familias que dominan el país, son clases herodianas, vendidas a Estados Unidos, cuyos políticos son sólo sus sirvientes. Cuando    Manuel Zelaya se atrevió a plantear una cuarta urna para reformar  la  Constitución, a través de un golpe militar lo expulsaron del país.

 

 

En las últimas elecciones el candidato opositor, Salvador Nasralla, iba ganando a su rival, el Presidente Juan Orlando Hernández, según el conteo de votos;  sin respetar el artículo que prohíbe la reelección de los Presidentes de la República, se presentó a las elecciones y ganó por medio del fraude.

 

 

El pueblo indignado salió a las calles, incluso los militares se negaron a disparar contra el pueblo, sin embargo, el fraude terminó por imponerse, pues era la voluntad del “dios” Trump, pues según la doctrina Monroe, los países de América Central no son más que fundos del imperio, que hoy no necesita dictadores, sino Presidentes permanentemente reelectos.

 

 

Donald Trump, imitando al Presidente J.F. Kennedy, inventó una “Alianza para el Desarrollo”, que consiste en aporte económico a fin de que sus cipayos distribuyan entre los pobres, a fin de evitar la migración hacia Estados Unidos, que no tienen obligación de admitir a los descendientes de los mayas – según Trump, “son países de mierda”-.

 

 

En todos los genocidios la economía juega un papel fundamental: los nazis, por ejemplo, utilizaron las cámaras de gas para economizar balas. El sueño del capitalismo americano y de los oligarcas herodianos consistiría en hacer desaparecer a los “rotos”, a los viejos, a los tullidos…, pero desgraciadamente la pervivencia de los cadáveres los acusaría. (Las dictaduras de Seguridad Nacional descubrieron el camino: vaciar los intestinos, atarlos a un riel y lanzarlos al mar, vivos o muertos).

 

Paradójicamente, en un sentido contrario, tanto Robespierre como Carlos Marx desacralizaban la Declaración de los Derechos Humanos debido a la contradicción entre las bellas palabras que contenía el documento, que habla de igualdad cuando en la realidad existe esclavitud o, en el caso de Marx, el trabajo enajenado.

 

A Trump y a los gobiernos de derecha les molesta e incómoda el tema de los derechos humanos. Nada más fácil, como lo hace Trump, negar el dinero a las oficinas de Naciones Unidas, por lo tanto, el ideal sería una diplomacia bilateral en que ya no existan Tratados multilaterales  de Libre Comercio. A pesar de todas sus artimañas políticas, Trump no ha logrado, por ejemplo, construir el muro en la frontera sur con México.

 

La caravana  hoy se ha transformado en una parte del juego político: en Estados Unidos, a pocos días de las elecciones parlamentarias del 5 de noviembre – al parecer están ganadas por Demócratas – Trump va a aprovechar la caravana de los inmigrantes para acusar al Partido Demócrata de haberla planificado, y al empresario George Soros, de haberlas financiado.

 

Hoy, México, por miedo a Estados Unidos, ha cerrado su frontera, a lo mejor, con el objetivo de aprobar el nuevo Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, sin embargo, el nuevo gobernante, Andrés Manuel López Obrador,  próximo a sumir en diciembre, ha prometido recibir y dar trabajo a los inmigrantes centroamericanos.

 

Sobrevivir en la zozobra a veces es  más difícil que vivir. En esta procesión de niños, mujeres, adultos y ancianos en busca de un falso dios, el sueño americano, hay mucho de heroísmo y de sueños de vigilia. Aun cuando el mundo sea absurdo, así los seres humanos estén cosificados, y ser pobre equivalga a ser paria, lo único que debe mantenerse en alto es la dignidad, que tan bellamente describiera el pensador francés Albert Camus, en su obra, El último hombre.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

 

22/10/2018        

 

Miguel de Unamuno La vida de don quijote y sancho (1905)

 

Albert Camus

 

Mito de Sísifo  (1942)

 

El hombre   Rebelde (1951)

 

La Peste (1947)         

 

                                El  Primer Hombre (1995)

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *