Diciembre 7, 2024

El caso Precht: ni ángel ni bestia

Al  jansenista Blaise Pascal le gustaba escribir significativas frases basándose en los sermones de los sacerdotes jesuitas. Cuando leemos la expresión “ni ángel ni bestia” para referirse al ser humano, estamos seguros de que Pascal la tomó de un jesuita intelectual.

 

 

Nada más fácil de explicar los casos de pedofilia en la iglesia recurriendo a la famosa excusa de que “la iglesia está compuesta por seres humanos”, y por consiguiente, pecadores, y que mientras más peques, más acudes a la confesión y, lógicamente, a una penitencia de tres Padre Nuestros con sus Ave Marías.

 

El cardenal, obispo y sacerdote es un pecador dotado del poder sublime de administrar los sacramentos, además de enseñar la palabra divina a sus fieles. Se dice – así sea demagógicamente – que la iglesia es el pueblo de Dios – tomado del Concilio Vaticano II -, pero los curas siempre han estado un escalón más arriba y, sobre ellos, los obispos y, finalmente, los cardenales.

 

En la mayoría de las casas de familias católicas el cura invitado era sentado en la cabecera de la mesa y, como generalmente llegaba hambriento, consumía los mejores manjares dejando a los niños y a las empleadas – comían en la mesa de la cocina – chupándose los dedos, (famoso es el caso de “Cuevitas” – después el marqués de Cuevas – relatado en las Crónicas de Joaquín Edwards Bello.

 

Federico Errázuriz, con fama de putero, que pasaba las noches en la casa de la “Pan de Huevo”, estaba casado con doña Gertrudis Echeñique, quien lo acusaba ante su pariente obispo, don Crescente Errázuriz, de sus incursiones nocturnas de su marido en el barrio de Playa Ancha, y el obispo le respondía que nada se podía hacer, pues desde chico Federico ya cometía estas fechorías. Se salvaban muy pocas familias de “gente bien” – se decía en la época – que no tuviera un hijo cura, y los Errázuriz y los Larraín se llevaban las palmas en su colección de obispos. En algunas ocasiones el clérigo familiar presidía el rosario, que se rezaba diariamente a la hora del Ángelus.

 

 

Admitamos que la iglesia católica está compuesta por humanos y, por tanto, pecadores, pero la avaricia y la codicia son sus predilectos en los pecados capitales, y aquí es donde la iglesia no tiene nada que ver con el pobre de Nazaret, pues es hija y heredera del degenerado emperador Constantino – asesino de sus hermanos – y por tanto, lo único que le gusta es el poder y la riqueza. Sabe mil veces mejor que Nicolás Maquiavelo que la coerción, la riqueza y el engaño  constituyen la mejor forma para manipular a los hombres.

 

La iglesia, a partir de Constantino, supo dominar a los jefes de Estado, primero, coronando a emperadores y reyes y, después, infiltrándose en las democracias con conservadores y socialcristianos.

 

En la casa de mi abuelo se reunía el directorio del Partido Conservador, cuya mitad eran sacerdotes, que les gustaba más hablar de política y el crecimiento de la iglesia, que del evangelio, y que repetían palabras con tristes comunistas – como camello y la aguja, o la del rico Epulón y el pobre Lázaro -. La Encíclica Rerum Novaron, la redactó el  Papa León XIII  – gagá para los chilenos – en que los “rotos” eran felices y respetaban a sus patrones.

 

Que la iglesia católica esté colmada de abusadores de poder, de conciencia y sexuales no es ninguna novedad. La gran feminista marxista Belén de Sárraga, que visitó  Chile en 1913, relata el escándalo del Colegio de los Jacintos, dedicado entre otras tareas a enseñar el catecismo a los niñitos bien; un niño fue abusado sexualmente y la familia, muy valientemente, se atrevió a denunciar al autor del delito, creando un escándalo que rápidamente fue olvidado. El profesor Alejandro Venegas (Julio Valdés Cange) relataba en Sinceridad, Chile íntimo 1910, que los curas salesianos  abusaban de los niños pobres durante las misiones en Magallanes.

 

Los Tedeum, en fondo, no propiamente un himno de agradecimiento a Dios, sino una feria de vanidades en que la iglesia demostraba su superioridad sobre el poder civil, (el cardenal don Crescente Errázuriz afirmó, en su época, que “el Estado abandonó la iglesia, pero no así la iglesia al Estado).

 

La iglesia católica siempre ha tenido a su favor partidos políticos que impiden se aprueben leyes laicas, antes el Partido Conservador, después la Democracia Cristiana, hoy la UDI y parte de la Democracia Cristiana. Durante años fue imposible apoyar, por ejemplo, el divorcio vincular aplaudiendo el pecado de mentir sobre el domicilio.

 

Los hombres y mujeres estamos sometidos al continuo cambio y, lógicamente, nunca somos los mismos de ayer. Nadie puede negar que la Vicaría de la Solidaridad cumplió en Chile una labor encomiable, valiente y fuera la voz de los sin voz, institución que salvó la vida de miles de personas sin preguntar por su ideología. Esta faceta de Cristián Precht es innegablemente valiosa, pero nadie puede excusarlo de los monstruosos abusos de pederastia contra seres indefensos haciendo uso de su carisma y poder.

 

El domingo 23 de septiembre, en el Programa Estado Nacional, en el Canal de duopolio el doctor Jaime Concha dio un testimonio impactante sobre los abusos de Abel Pérez y de otros Hermanos Maristas y, sobre todo, de clérigos progresistas, como el fallecido Miguel Ortega y Cristián Precht, quienes se instalaban en una sala del Instituto Alonso de Ercilla donde  masturbaban y abusaban de niños enviados por los Hermanos. Cuenta el denunciante que esta sinergia abusiva se producía, justamente, en la época de la dictadura de Pinochet, cuando violaban con brutalidad a las mujeres, incluso introduciendo ratas en la vagina de sus víctimas indefensas. Jaime Concha relata que admiraba a Cristián Precht y que se abstuvo de denunciarlo debido a la fama y autoridad que este sacerdote tenía en la defensa de los derechos humanos.

 

Creo que hay muchas estupideces que se tejen respecto del caso Precht. La famosa idea de “la manzana podrida” me parece francamente una forma torpe de dejar libre de culpa a las distintas instituciones achacando los delitos solamente a los individuos. El ejército y la iglesia han sido y son culpables de múltiples delitos y, muchas veces, en vez de defender la vida –  como es su deber – están al servicio de “viva la muerte”. Las repugnantes y bárbaras jerarquías eclesiásticas de España y Argentina nunca podrán ser perdonadas, menos olvidadas.

 

 

Como bien dice Jaime Concha,  debemos protegernos mutuamente más allá de lo que se piensa individualmente, por consiguiente ve necesario que se apruebe la ley de imprescriptibilidad de los delitos de pederastia y, además, velar por un fuerte rechazo social a los clérigos que abusan de su poder para cometer los más aberrantes crímenes contra menores, adultos y ancianos: es cierto que la pederastia no sólo es practicada por personas consagradas del clero, sino también por familiares, docentes, orientadores y cuidadores de casas de ancianos.

 

En cuanto a la iglesia jerárquica, mientras siga siendo una ramera de los ricos y su único amor sea el poder y el dinero, los seminarios seguirán siendo invadidos por pederastas y degenerados.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

23/09/2018    

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