El ministro de Hacienda, Pedro Blanquier, había declarado que ya no quedaban fondos en la caja fiscal, en consecuencia, propuso una rebaja del 30% a los sueldos de los empleados fiscales y de los miembros de las Fuerzas Armadas. Los marineros de la Escuadra y suboficiales, al ancla en el Puerto de Coquimbo, plantearon al Almirante, Alberto Hozven y el contra Almirante Campos, su rechazo a la rebaja de sus salarios, ya bastante menguados y con retraso, a veces, de tres meses. El almirante Hozven y el contraalmirante Campos los trataron de antipatriotas por no comprender la grave situación económica por la que atravesaba el país.
En la noche del 30 de agosto y 1º de septiembre los oficiales, que regresaban de una de las muchas fiestas ofrecidas por la aristocracia de La Serena, fueron encerrados en sus camarotes, prácticamente sin resistencia de su parte.
El gobierno central se enteró de la toma de la Escuadra en la mañana del 1º de septiembre a las 16 horas. El Manifiesto de los marinos, en resumen, contenía los siguientes puntos:
1 – “Que un deber de patriotismo obliga a las tripulaciones de la Armada a no aceptar dilapidaciones ni depreciaciones en la Hacienda del país, por la incapacidad imperante del gobierno actual y la falta de honradez de los anteriores.
2 – Que aceptar las inconcebibles rebajas de sueldo sería acatar la política de bandalaje gubernativo, seguida hasta la fecha…
3 – Que los actuales gobernantes para solucionar la situación económica sólo han recurrido a las mismas políticas de sus antecesores, con una falta absoluta de iniciativa y de comprensión por lo tanto, acuerda:
`No aceptar por ninguna causa que los elementos modestos que resguardan la administración y paz del país, sufran cercenamientos y el sacrificio de su escaso bienestar para equilibrar situaciones creadas por malos gobernantes y cubrir déficit producido por los constantes errores y faltas de probidad de las clases gobernantes.
Los poderes competentes pedirán la extradición de los políticos ausentes y para deslindar responsabilidades, se les juzgue conforme a derecho.
Que el gobierno, en su deber de velar por los derechos sagrados de todos los ciudadanos civiles y militares o navales por un principio de prestigio de la libertad que defiende debe evitar, por todos los medios a su alcance, que la conciencia de la mesa se forme un ambiente hostil a las fuerzas armadas.
Que las tripulaciones de la Armada en su propósito firme de que se consideren sus aspiraciones y derechos, exigen que las Escuadras se mantengan al ancla en esta bahía mientras no se solucione los problemas que presentamos a la consideración del gobierno.
Que jamás, mientras haya a bordo un solo individuo de tripulación, los cañones de un barco de guerra chileno, serán dirigidos contra sus hermanos del pueblo.
A objeto de no prolongar situaciones molestas para el país, las tripulaciones de la Armada dan un plazo de 48 horas para que conteste satisfactoriamente a las aspiraciones que se contemplan en esta nota`.
Queremos a la vez dejar constancia de que no han sido influenciados por ninguna idea de índole anárquica`.
Septiembre 1º de 1931. Hora de recepción: 16:55”
(Patricio Manns, La rebelión de la Escuadra, 1972:144)
La Escuadra del norte estaba compuesta por el acorazado Almirante Latorre, que había sido refaccionado en Deven Port, (Inglaterra). Algunos comentaristas sostienen que los marineros encargados de ir a buscarlo fueron influenciados por los exiliados anti-ibañistas, que habían firmado el pacto de Calais para derrocar a Ibáñez.
Por otra parte, junto al anterior Almirante Latorre estaban los acorazados O`Higgins y Sargento Aldea, los Destructores Hyatt, Riquelme, Videla, Aldea, Orella, Lynch y Serrano, además de embarcaciones menores y submarinos tipo H.
Entre los líderes de la rebelión de la Escuadra estaban el suboficial más antiguo, Ernesto González, que tenía a su cargo su dirección desde el acorazado Almirante Latorre, (se le trataba amistosamente como el “guatón” González, y se le calificó de “preceptor” aun cuando se ignora si haya ejercido la función de profesor).
El otro líder era Manuel Astica, cabo despensero, (había pertenecido a la Asociación de Estudiantes Católicos –ANEC- y se le consideraba muy letrado, incluso, conocedor de rudimentos del marxismo, y entre sus amistades se encontraban don Clotario Blest; había visitado el Norte de Chile para conocer la vida y situación de los obreros del salitre; también había sido secretario del Monseñor Rafael Edwards;; trabajo en varios diarios católicos, entre ellos El Día , La Mañana, y El Diario Ilustrado, de Santiago, dirigido este último por Rafael Luis Gumucio Vergara). A Astica podemos calificarlo como un cristiano de izquierda, perteneciente a la escuela de Fernando Vives y Clotario Blest.
Manuel Astica tuvo la oportunidad de dialogar con su condiscípulo, Bernardo Leighton, cuando este joven católico, recién recibido de abogado, se ofreció para mediar entre el gobierno y la Escuadra rebelde. (Cuando yo me desempeñaba como profesor en la Universidad Católico de Valparaìso, hacia 1972-1973, Astica aún vivía, y fue entrevistado por el escritor y cantautor Patricio Manns).
Un tercer líder era Augusto Zagal, perteneciente a un medio social y cultural superior al común de los marineros y gran lector, especialmente de la literatura del Salgari, Loti, Julio Verne y D`Halmar.
Un personaje extraño, aunque muy importante en la Escuadra, era el telegrafista del Acorazado Latorre, Guillermo Steembecker, descendiente de un matrimonio alemán, cuyo padre había sido capitán de la Marina Mercante.
Según Bernardo Leighton, quien describía la situación de ánimo del tenso momento, en la ciudad de Coquimbo era favorable a los marineros, en la Serena más bien contrario.
Los Partidos Comunistas y, por consiguiente, el chileno, estaban bajo la línea estalinista sectaria, de la lucha de clase contra clase, que los aislaba no sólo de la socialdemocracia, sino también de las masas. En 1925 se había suicidado Luis Emilio Recabarren, y el Partido Comunista y la Federación Obrera de Chile, (FOCH), a pesar de la crisis económica y la inestabilidad política después de la caída de Carlos Ibáñez del Campo, demostraba mucha incapacidad para penetrar en el tejido social.
El gobierno, (1931), estaba a cargo del vicepresidente radical, Manuel Truco, mientras Juan Esteban Montero recorría el país en campaña como candidato presidencial. El ministro de Guerra, Carlos Vergara, del Interior, Marcial Mora, de Relaciones Exteriores, Luis Izquierdo, conformaban las carteras principales del gabinete.
El gobierno, informado de la rebelión en la tarde del 1º de septiembre, tenía decidir la estrategia a seguir: por un lado, la más radical, bombardear la Escuadra, atrincherada en la Bahía de Coquimbo, por medio de los aviones de la Fuerza Aérea; el otro camino era establecer una vìa de diálogo con los rebeldes, y se optó por la segunda nombrando al almirante Edgardo von Schroeders como delegado del gobierno ante la Escuadra amotinada.
A estas alturas, la rebelión de la Escuadra contaba, además, con los astilleros de Talcahuano y la Escuela del sur, que marchaba a todo vapor hacia Coquimbo.
La revolución de la Armada había tenido muy pocos precedentes en la historia mundial: en Rusia, los marineros del Kronstadt , Potemkin 1905; otra en Inglaterra 1930 en invergordon que se resolvió en favor del aumento del sueldo de los marineros gracias a la actitud favorable del almirante jefe de la escuadra
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)