Construir un espacio físico para la democracia tiene mayores complejidades que un anuncio de implementación de un museo homónimo, como instancia para relevar los valores republicanos y democráticos, de acuerdo a lo señalado en el Programa de Gobierno 2018-2022.
La democracia, como forma de gobierno, ha sobrepasado hace tiempo la formalidad política.
Sus actuales desafíos están en las formas de participación de la ciudadanía, y tal como la actual administración lo ha señalado, en avanzar hacia una sociedad donde todos sus miembros sean tratados en forma equitativa, sin importar su raza, nacionalidad, religión, género, orientación sexual, condición u origen social y sin discriminaciones arbitrarias entre hombres y mujeres.
Esta visión, sin embargo, hoy parece lejana frente a la realidad que nos entregan las cifras de la Encuesta Casen 2017.
Dos millones 940 mil 275 ciudadanos chilenos viven en una situación de fragilidad múltiple, lo que les impide acceder a un trato digno y de calidad en las áreas de Educación, Salud, Seguridad Social, Vivienda y Cohesión Social; es decir, están frente a una discriminación permanente, lejos una sociedad equitativa y de una experiencia democrática.
Vincular democracia a un museo, no es el simple hecho de relatar un proceso o señalar hitos históricos que marquen su evolución.
La democracia no se aprende al interior de un cubo arquitectónico, sino que es una experiencia vital, activa y participativa. Los museos, en tanto, deben ser la apertura al diálogo cultural y a la reflexión ciudadana.
Para potenciar la democracia deberíamos empezar por debatir sobre los espacios donde ésta se construye, recuperando el sentido de la plaza pública como tablado donde se discute, dialoga, aprende y escucha.
Un lugar donde conviva la realidad del país en el que he decido ser ciudadano. La plaza pública hoy no puede ser internet, con ciudadanos con seudónimos y emoticones.
Porque el concepto de democracia apunta a una “comunidad y comunicación real”, directa y asociativa, donde el mundo virtual colabora pero no genera cohesión y responsabilidad de largo plazo. La responsabilidad implica valorar, ponderar, dar un sitio importante a un desafío, a mi historia, a nuestra historia, a mi memoria y la memoria que hemos construidos juntos.
Ser responsable con la democracia compromete a integrar los temas ciudadanos en la agenda de la discusión y recuperar, a través de ellos, esta plaza pública hoy abandonada, fragmentada y desconocida para muchos.
Un Museo no resolverá los desafíos o pondrá en valor la Democracia. La democracia se valorará y fortalecerá en la medida que democratizamos nuestra vida e instituciones. Donde todos somos ciudadanos, y no peones, patrones, siervos, esclavos o amos de otros.
José Albuccó, académico Universidad Católica Silva Henríquez*