Diciembre 11, 2024

Los septiembres chilenos: El ruido de sables

La derecha política, desde el senado, hizo una oposición decidida  al gobierno de don Arturo Alessandri Palma, (el mismo mandatario llamaba a los padres conscriptos “la canalla dorada” y “los viejos de mierda del senado”), negándole la sal y el agua a cuanto proyecto de ley presentara. Entre los líderes de esta oposición de derecha se encontraban mi abuelo materno, Manuel Rivas Vicuña, y  paterno, Rafael Luis Gumucio Vergara, Ladislao Errázuriz, y otros más.

 

 

A la escuela militar y a la marina ingresaban los hijos menos dotados intelectualmente, pero que pertenecían a la oligarquía; las solteronas bigotudas  profesaban sus votos de monjas, y los piadosos medio pasado por la cola del pavo, iban al Seminario Secular, a Los Sagrados Corazones o a los Jesuitas.

 

Después de 1891 había tenido lugar  una conspiración encabezada por  Guillermo  Armstrong, quien pretendía derrocar al entonces Presidente de la República, Juan Luis Sanfuentes, que fracasó y  Sanfuentes terminó su mandato.

 

En 1920 le sucedió en la presidencia don Arturo Alessandri, “demoledor y demagogo”, según Ricardo Donoso. Alessandri no tenía ni Dios, ni ley, era completamente amoral, y sin ningún respeto por la Constitución de 1833; no le importaba usar su cargo para azuzar la conspiración militar contra la oligarquía reinante.

 

El gobierno de Alessandri se hizo famoso por la corrupción, el desenfado y el despilfarro de los caudales públicos, y como el dinero se distribuía entre sus amigos, la ciudadanía los llamaba “la execrable camarilla”.

 

La derecha, por su parte, conspiraba para derrocar al León de Tarapacá. Primero, formando cofradías secretas – la Cabaña, dirigida por Manuel Rivas Vicuña, Ismael Edwards, Francisco Bulnes, Germán Riesco Jr. y Oscar Dávila.

 

En marzo de 1924, en elecciones fraudulentas, al votar muertos, robo de urnas…, la alianza que apoyaba al gobierno de Alessandri logró mayoría en ambas Cámaras, sin embargo, los diputados aliancistas mayoritarios demostraron notable incapacidad política.

 

Chile se encontraba en plena crisis económica y hacía meses que no pagaban los sueldos a los militares, que tenían que esconderse en los cuarteles para protegerse de los acreedores; además, el tiraje de la chimenea, es decir, el ascenso de los oficiales estaba estancado. Por ejemplo, Carlos Ibáñez del Campo no podía llegar a general a causa de este estancamiento. En las leyes militares, el retiro obligatorio de los oficiales se producía a los 40 años de servicio y el de los suboficiales, a los 25 años.

 

La ley de la dieta parlamentaria era necesaria, pues los senadores y diputados de origen humilde y sin recursos no podían trabajar como parlamentarios, pues en esa época no recibían sueldos, sin embargo, los ricos podían vivir de las cosechas de sus fundos.

 

La discusión de la dieta parlamentaria en el senado escandalizaba a los oficiales militares, pues no habían recibido su salario correspondiente hacía seis meses. El 3 de septiembre asistieron a la tribuna 55 oficiales, entre ellos Marmaduque Grove, Alejandro Lazo, Ariosto Herrera – este último encabezaría un golpe contra el Frente Popular, en 1938 -.

 

En pleno debate los oficiales comenzaron a hacer sonar sus sables, desde la tribuna. El edecán del senado, Pamplona, subió a la tribuna para instarlos a callar, pero fue en vano, mas bien se rieron de él: “son pamplinas, pamplonas”.( Gonzalo Vial 373-374)

 

El senador Víctor Celis, muy amostazado, dijo: “yo quiero saber, señor presidente, si estamos legislando bajo el dominio de las armas, o si nos encontramos en una Cámara libre, de una República libre”. Posteriormente, intentó intervenir el ministro de Defensa,  Gaspar Mora, muy popular entre los militares, pero tampoco fue escuchado por sus compañeros de armas. Al fin se retiraron haciendo oír nuevamente sus sables, al bajar por las escaleras del Congreso.

 

 

 

El 4 de septiembre, en el Club Militar, se formó la Junta Militar, con la participación, esta vez, de los generales, incluido el inspector Luis Altamirano.

 

El Presidente Alessandri pretendió aprovechar esta situación de rebeldía a su favor llamando a los oficiales a su oficina. El pliego de peticiones incluía 13 puntos:

 

“1 – Veto inmediato a la dieta parlamentaria

 

  2 – Despacho inmediato de la ley de presupuesto

 

  3 – Aumento del sueldo a las Fuerzas Armadas

 

  4 – Reforma a las leyes orgánicas del Ejército

 

  5 – Progresividad de impuesto a la renta

 

  6 – Ley de recompensa a los sobrevivientes de la Guerra del Pacífico.

 

  7 – Estabilización de la moneda

 

  8 – Despacho del Código del Trabajo

 

  9 – Ley de Empleados Particulares

 

 10 – Pago de sus sueldos incautados a profesores y demás funcionarios del Estado.

 

 11- Retiro de los ministros Salas, Zañartu y Mora

 

 12 – Que el ministro de Guerra fuera siempre un profesional

 

 13 – No utilizar más en el futuro en tareas relacionadas con la política

 

 

 

Alessandri aceptaba el pliego de las peticiones de los militares aduciendo que formaban parte de su programa de gobierno. En un momento del encuentro del Presidente y los oficiales Alejandro Lazo, el alter ego de Ibáñez del Campo, se atrevió a encarar al mandatario, que ya había perdido todo respeto, diciéndole: “no pedimos, sino que exigimos. Desesperado, el histriónico Presidente se retiró para buscar una pistola y montar una escena de suicidio en presencia de los militares, pero afortunadamente, todo se había calmado.

 

(En la próxima entrega del día lunes veremos la segunda parte del “ruido de sables”).

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *