Mucha gente honesta, allendista de corazón, que no ha abjurado de sus convicciones ni de sus sueños, durante mucho tiempo ha intentado una y otra vez rearmarse con las ideas de un mundo mejor, de un país amable con su gente, en el que se respete la dignidad de las personas y sus derechos, que se defienda la naturaleza de la voracidad infame de los ganadores de plata y se entienda que este es el único planeta que tenemos.
Desde que los militares y los poderosos ajustaron su táctica a un segundo tiempo dictatorial con medios menos invasivos, los innumerables intentos por avanzar en una propuesta que contradiga la idea instalada de que el actual modelo es único e inmutable y que no existe opción ni alternativa alguna, han fracasado inevitablemente.
Porfiados y con mala puntería, muchas personas de izquierda han hecho lo posible por definir un rumbo que sea capaz de sintetizar en una consigna aquello que cursa en el alma de la gente humillada. Y no se ha avanzado un paso. Al contrario.
Marchas que terminan en donde partieron. Tomas masivas y eternas que de diluyen con más pena que gloria. Rebeliones que duran hasta que las consignas embravecidas de las calles dan paso a las negociaciones en los salones del poder. Energía diluida sin ton ni son.
Ha resultado de un patetismo que ronda la ternura esa tendencia a hacer una y otra vez cosas que no llevan a ninguna parte.
El apostar, por ejemplo, a los desfiles como si alguna vez un poderoso se haya asustado con el más grande de ellos. Interpretar las marchas como si fueran movilizaciones, es un desajuste conceptual que ha hecho mal.
Y, peor aún, el bienestar que produce creer que publicar una frase, la imagen de un puño en alto o un Me gusta en las llamadas redes sociales, sustituye el trabajo duro de organizar y dirigir hacia donde las cosas tienen sentido, tratándose de las luchas del pueblo.
Y en esas vueltas y revueltas nos hemos pasado gran parte de esta falsa transición, en esta dictadura cuya perfección se demostró cuando integraron a su gestión a parte de sus enconados antiguos enemigos.
Sin embargo, en el pueblo que no olvida y es castigado, siempre habrá el ánimo de las buenas causas que seducen y anuncian.
Los levantamientos sectoriales que han ido desde la gente envenenada por ingenios homicidas que hacen ganar dinero a los miserables de siempre, hasta las mujeres que revientan sus exigencias y se toman las escuelas y salen a las calles, pasando por el bravío aunque extinto movimiento estudiantil, hasta el poderoso movimiento No más AFP, cada uno en su momento ha sido capaz de interpretar un estado de ánimo que ofrece un potencial de lucha. Y sus razones siguen donde mismo.
Pero cada uno de esos macizos movimientos, a su turno, ha mostrado su incapacidad para tomar decisiones en el sentido de dotar a esas energías de horizontes posibles, reales concretos, en el que se avance, que se ofrezca una opción que gane algo alguna vez.
Profesores, mapuche, estudiantes, pescadores, trabajadores, pobladores, han impulsado movilizaciones que siempre han terminado en lo mismo: leyes que dejan las cosas donde mismo o más atrás, hechas por los mismos sinvergüenzas.
Se ha repetido una mecánica macabra tanto como estéril que no ha permitido ningún tipo de avance real con una perspectiva democrática.
La cosa ha funcionado así:
Sectores de izquierda levantan temas reivindicativos que interpretan a la mayoría.
Se impulsan marchas que comienzan tímidamente para desembocar en majestuosas mítines a lo largo de todo Chile.
Las encuestas demuestran que la mayoría de los habitantes están de acuerdo con esas reivindicaciones.
Se suceden los debates en los políticos.
Los gobiernos toman cartas en el asunto en el momento límite en que se dan cuenta que no pueden seguir haciendo como si nada.
El Ministro recibe a los dirigentes y se compromete a todo.
Se redacta un proyecto de ley que puede ser celebrado con las manos tomadas por parte de los actores involucrados.
El mensaje del proyecto no tiene nada que ver con su articulado.
El ingreso del proyecto de ley indica el fin de las movilizaciones.
Luego de un par de años de debates legislativos, sale por fin la ley que deja las cosas peor que antes.
Variante contemporánea: algunos de esos dirigentes se eligen como diputados.
Fin de la pelea.
Romper ese círculo para generar una geometría diferente que por sobre todo informe a la gente que existe otro mundo más allá del neoliberalismo, que se les puede disputar y ganar espacios de poder y se puede proponer la construcción de un país que no sea la mierda en la que vivimos, es un desafío mayor.
Hace falta una izquierda que no tenga miedo de entregar su opinión. Que no tema errar, o hacer el ridículo. Que no evite la opinión dispersa de la gente. Que no se sobresalte ante el brazo en alto de la gallá que también quiere decir y decidir. Que supere el petit comité y las estructuras que no sirven.
Y que no le tema a meterse en problemas si asume consecuentemente que las soluciones siempre estarán en la gente, que es como se le dice ahora a lo que antes se llamaba pueblo.
Que entienda que todas y cada una de las garantías democráticas que existen, por muy pocas que sean, han sido logros que el pueblo movilizado ha conquistado en largos años de pelea en las que no ha faltado la represión con su retahíla de castigo y muerte.
Los derechos a organizarse, a negociar con los patrones, a la exigencia de un sueldo mínimo, a tener un aguinaldo e indemnización, a una jornada laboral de ocho horas, el fuero maternal, a la jubilación, al descanso, a la seguridad laboral, han sido, puntualmente ganados mediante la lucha del pueblo.
Nada de eso ha sido regalado graciosamente. Mucha gente murió para conseguir esos avances para los trabajadores y el pueblo.
Hace falta poner en el horizonte una idea que interprete y que seduzca. Un itinerario real y concreto que proponga ir ganado espacios de poder para el pueblo e ir arrebatando esos espacios a los poderosos.
Hace falta entender que la lucha en los espacios institucionales es también no solo legítima sino absolutamente necesaria. Por mucho, demasiado, tiempo, se ha dejado hacer a su real antojo las leyes que terminan haciendo mierda a la gente y sus esperanzas. Hemos dejado que nos gobiernen, nos dirijan y nos alineen a su regalado gusto.
Y por razones extrañas nos hemos permitido dejar en manos del enemigo más feroz de la gente, una herramienta que fue un avance de los trabajadores y de los sectores históricamente humillados: las elecciones libres, informadas y universales.