Jair Bolsonaro, el candidato a la presidencia de Brasil, militarista, fascista y canuto llamado el “Trump” Carioca, pero se asemeja más a Marine Le Pen y a otros líderes ultraderechistas de la vieja Europa, actualmente cuenta con el 22% de apoyo ciudadano, según las últimas encuestas, al declarado inelegible Lula Da Silva por el Tribunal Electoral.
A una semana de la primera vuelta en las elecciones presidenciales y de los más 518 diputados y de 81 senadores, que se eligen en forma parcial, además de los gobernadores y subgobernadores – siendo Brasil un país federal, representan a los distintos Estados – la situación se presenta, en extremo, balcanizada.
Como bien decía Henry Kissinger, el entonces secretario de Estado norteamericano, lo que ocurra en el país-continente – Brasil – repercute en todos en todos los demás países de América Latina, y es una prioridad para el Departamento de Estado de Estado Unidos.
La política de Donald Trump con respecto de América Latina no constituye ninguna novedad, (incluso, la conversación entre Macri y fue intrascendente para los jugadores del mercado bursátil argentino, pues el alza del dólar sigue sin variación y, además, Argentina se ha convertido en “colonia”, que depende de la limosna prestada a alto precio por el FMI), pues ni siquiera le alcanza este Continente para ser catalogado como “patio trasero”. Por mucho que los presidentes actuales sean más serviles que nunca, no serán prioridad de Trump, que prefiere ver la televisión o dedicarse al twiter que conversar con miserables yanaconas.
Brasil, sin embargo, es estratégicamente muy importante en la guerra comercial entre China y Estados Unidos, sobre todo, en el mundo multípolar en que se mueve la política mundial. Brasil es parte del BRICS, (Brasil, Rusia, India, China y, últimamente, Sudáfrica), poderoso bloque que pone en cuestión la subsistencia del dólar como moneda de intercambio comercial. No sólo en Brasil, sino también en el resto de los países de América Latina, los intereses chinos quieren penetrar en los mercados del área.
Las elecciones del 7 de octubre próximo en Brasil están al rojo vivo: constituyen el retrato de un sistema político fracasado, cuya Cámara de Diputados está dividida en más de 17 partidos políticos, la mayoría de ellos, salvo el MDB, que en parte apoya a Michel Temer, los demás son fracciones, podría decirse, unipersonales, incluso, el Partido PSC, de ultraderecha que apoya a Jair Bolsonaro, tiene muy poco apoyo popular.
Hasta ahora, ningún candidato presidencial supera el 20% de apoyo ciudadano – a excepción de Luiz Inàcio Lula da Silva que contaba con más del 30%, y de Bolsonaro que ha subido hasta el 22% – panorama que plantea no sólo un interrogante sobre el resultado en las elecciones, pero sobre todo, un futuro muy negro para la principal potencia sudamericana.
El atentado contra el candidato ultraderechista, ocurrido el jueves 6 de septiembre, tal vez lo favorezca, pues el electorado tiende a votar por quienes considera víctimas de atentados políticos.
Un país donde el Presidente Temer tiene, apenas, un 2% de apoyo y, de seguro, pasará de Presidente a presidiario, y un parlamento, poder judicial y clase política y empresarial corrupta, la ciudadanía puede verse tentada a optar por una salida de la ultraderecha o bien, militar, (ya ocurrió en 1964, con el derrocamiento de Joao Goulard).
Es posible también una alternativa un poco menos drástica, por ejemplo, que se produzca una alianza entre los candidatos derrotados contra Bolsonaro – ocurrió en Francia en dos oportunidades, en el caso de Jacques Chirac contra Jean Marie Le Pen, y el actual Presidente, Emmanuel Macron contra Marine Le Pen -, pero por lo regular, la elección del mal manor termina fortaleciendo a la ultraderecha, pues el fenómeno de la masificación de la xenofobia y la enajenación religiosa son situaciones más profundas y peligrosas; así sea una estupidez pensar en el choque de civilizaciones, o resucitar las concepciones decadentistas de la historia, desde Spengler hasta nuestros días, sería muy bueno estar atentos a los discursos nacionalistas y de vuelta al pasado.
En todas partes del mundo, un mes es un siglo en política. En Brasil, como se dan las cosas actualmente, habría que multiplicarlo por 10. No en vano Brasil es “el país más grande del mundo”, según la expresión de los mismos hinchas de Fútbol.
Es tan inmenso Brasil que existen zonas muy pobres, en noreste donde la mayoría de los ciudadanos ha votado por Lula da Silva, cuyo único medio de comunicación es la televisión. No sabemos cómo se podría traspasar esa votación por el líder del PT a Fernando Haddad, el reemplazante de Lula da Silva, pero sí estamos ciertos que el mes que resta de campaña será decisivo, no sólo para Brasil, sino para los países de América Latina.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
07/09/2018