Lavar la increíblemente sucia cara de carabineros de Chile, debe ser bastante más complicado que invitar a algún fulano a tomarse un café.
Mejor sería ocupar un lapso algo mayor y decidir por medidas algo más complejas que la miserable puesta en escena que no convence a nadie.
Partir, por ejemplo, por pedir perdón por todos los atropellos a los derechos humanos de las personas en los que estuvo involucrado el Cuerpo de Carabineros, desde los aciagos días de la dictadura, hasta los que vivimos.
Y seguir luego por confesar qué hicieron con José Huenante, el joven de quien se perdió toda pista el año 2005, luego de ser detenido por un vehículo policial.
Y no sería una mala señal en el trayecto de limpiar una imagen desprestigiada al extremo, disolver el nefasto grupo llamado Jungla que se implementó para aterrorizar al mapuche como medio para lograr el control de la zona mediante el terror.
Y por cierto, dejar de ocupar esas tierras mapuche cual tropas de asalto.
Del mismo modo, muchos ciudadanos verían con otros ojos a los Carabineros si los altos mandos que son y que han sido, entregaran toda la documentación que comprueba lo que se robaron en esas operaciones fraudulentas en la Dirección de Previsión y por las pensiones pagadas fraudulentamente a muchos oficiales.
Del mismo modo, más barato que un café sería decir cómo, quiénes y a cuánto asciende el robo detectado por la Contraloría y que afecto a la Mutual de Carabineros, cuyo monto y quienes estuvieron involucrados jamás se va a saber por la vía judicial
Según se ha investigado, cerca de cincuenta irregularidades internas a las que nadie dio pelota, han permitido la pérdida de una cantidad de dinero de tal envergadura, que jamás se va a saber siquiera un aproximado. Una buena señal de acercamiento a la gente sería entregar a los oficiales que estuvieron involucrados en esos cogoteos al Estado.
Sobreprecio en adquisiciones, sueldos indebidos e inflados artificialmente, negocios raros en la compra de vehículos, licitaciones fraudulentas en construcciones institucionales, altos oficiales ordenando a subordinados para robar dinero en efectivo en bolsos y mochilas que se entregaban clandestinamente a oficiales.
En fin, material para pedir perdón y someterse a los tribunales de justicia como una vía honrosa de acercarse a la gente, hay de sobra y sería mucho más valioso que la ridícula pretensión de abuenarse con sus víctimas por un medio tan pueril como el que se ha conocido.
En el ya mítico Pacogate, el generalato tiene otra estupenda oportunidad de intentar siquiera lavar la cara a un organismo cuya descomposición es histórica y luce entre sus más señeros representantes al paco Mendoza, el general rastrero, como dijera el presidente Salvador Allende en su hora postrera.
El montaje de una increíblemente extendida operación organizada solo para defraudar al estado en cifras de escándalo podría ser aclarada completamente si los oficiales que mandan en Carabineros deciden que así se haga.
No sería todo lo necesario, pero constituiría un avance en el acercamiento de la policía uniformada a la gente.
Estamos frente a una estéril y burda maniobra comunicacional que no va a durar una semana.
Las personas comunes no creen en Carabineros. A pesar de haber doblado el número de funcionarios en los últimos años y gastar ingentes recursos en tecnología y medios, Carabineros de Chile se ha alejado de la gente que sufre el embate de la delincuencia, el tráfico, el crimen organizado.
Vastas poblaciones marginales quedan en el desamparo porque simplemente cuando la cosa es peligrosa, Carabineros no entra. Y queda en evidencia la diferencia cuando son los estudiantes o los trabajadores los que salen a las calles a exigir sus justas demandas. Entonces sí que funciona un brutal aparataje tecnológico de alta gama para controlar a los que desfilan con todo derecho.
La degradación de Carabineros de Chile, envuelto en escándalos de proporciones inimaginables, tiene que ver con la renuncia que significó el paso de la dictadura militar, a este estado de cosas.
Ese pequeño aire democrático no entró en las instituciones uniformadas. Y continuó la reproducción de la dictadura con su secuela de corrupción, abuso, robo, y, por sobre todo, un históricamente anidado odio hacia todo lo que huela a pueblo.
Disolver a Carabineros de Chile, investigar su historia de malabares, exacciones, robos estafas y coimas, y luego darse la república un cuerpo policial que proteja al desvalido, ponga orden y haga patria, sería una bonita manera de honrar la palabra empeñada de honor y patriotismo.
Y luego de eso a tomar café si le da la gana.