En el primer Congreso de la Falange Nacional, en 1946, Bernardo Leighton partidario de la alianza con los comunistas, que llevaban como candidato a Gabriel González Videla, en un discurso brillante habló de la “democracia proletaria”, concepto un poco extraño en boca de un líder que quería superar tanto el colectivismo, como el individualismo; también agregó que era necesario el defensor de los pobres que abogara por ellos siempre que tuvieran la razón.
Ni antes, ni ahora, ni todos los políticos y los curas son delincuentes: en ambos casos existen muchos que han convertido su labor en verdadero servicio a los más pobres. Andrés Aylwin es un ejemplo de estos políticos. En su lucha no estuvo solo: representaba el auténtico sentido evangelio de vivir en los zapatos de los que sufren persecuciones, es decir, hacía carne y sangre las bienaventuranzas que tanto políticos como mafiosos de la Iglesia han convertido en “bienaventurados los ricos y los pavos reales”.
La sencillez y consecuencia en la vida de Andrés Aylwin que tanto impresiona a fariseos y pomposos, era propia de políticos cuando Chile era una República y no un almacén – si quiere, un supermercado – donde lo único que importa es “cuanto tienes, cuanto vales”, como viven hoy los potentados.
El espíritu de la Falange, que sólo los ignorantes la tildan de fascista, era la práctica de la vida simple, la pertenencia a las clases medias intelectuales y, posteriormente, con Gustavo Lorca, se acercó a los proletarios cultos, como lo era, por ejemplo, Luis Emilio Recabarren y la pléyade de tipógrafos, quienes antes de encuadernar los libros siempre los leían. El presidente de la CUT era un cristiano cabal, don Clotario Blest, que perteneció a un pequeño grupo, “Germen”, creado y dirigido por el padre Fernando Vives Solar; era seguidores de San José Obrero, pero se burlaban de los “niñitos bien” de la Falange, seguidores de Cristo Rey.
La familia Aylwin era encabezada por don Miguel, el padre, quien ocupó la presidencia de la Corte Suprema. Según Andrés, él les heredó los valores de la sencillez, honestidad y coherencias, virtudes de las que hicieron gala don Andrés y sus hermanos Patricio y Arturo, durante toda su vida. Patricio dudaba entre militar en la Falange y el Partido Socialista; Andrés entró más tarde a la Falange.
Don Andrés, en una entrevista concedida a la Revista Reflexión y Liberación expresa que el personaje más admirado en la historia de Chile es el cardenal Raúl Silva Henríquez; nos recuerda que siendo aún joven, en la iglesia chilena bastante reaccionaria, había curas bastante valientes y revolucionarios, entre ellos el Jesuita Alberto Hurtado, el obispo de Talca, Manuel Larraín, Francisco Vives, párroco de Santa Ana, y muchos otros; hoy, Mariano Puga le dio la Extremaunción a don Andrés Aylwin; el padre José Aldunate, ahora con más de cien años, se contaba entre sus mejores amigos.
En tiempos de juventud de don Andrés Aylwin, no daba vergüenza declararse católico, como sí ocurre actualmente, en que la iglesia está raptada por una mafia de degenerados y encubridores que expulsaron a Cristo por andar con pobres y prostitutas y, además, por habérsele ocurrido la insensatez de aparecer rodeado de mujeres en los actos más importantes de su vida – las “bodas de Canáa, la Resurrección de Lázaro en que estaban presentes Marta y María, la Crucifixión y sobre todo, la Resurrección -.
Hoy, la mayoría de los fariseos alaban a los trece democratacristianas que, el día 13 de septiembre de 1973, condenaron la dictadura siguiendo, consecuentemente, el legado de mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara, mentor de la Falange, y que siempre odió a los militares que se mezclaban en política – por desgracia, no hizo lo mismo con los clérigos que formaban parte de la directiva del Partido Conservador -; el retrato de Rafael de don Rafael Luis pendía en la sala de reuniones del Consejo de la Falange en la alameda 102.
El día 11 de septiembre, el “hermano” Bernardo quería, a toda costa, ir a La Moneda para acompañar a Salvador Allende y no hubo quien lo hiciera cambiar de idea, sin embargo, ante las súplicas de su mujer, doña Anita Fresno, pudieron mantenerlo en la casa. Se cuenta que se don Bernardo, indignado con Eduardo Frei Montalva y los demás democratacristianos que apoyaron la dictadura, trataba de ocultar los retratos de sus “ex- amigos”, lanzándoles improperios irreproducibles. Don Andrés Aylwin cuenta que el primero en llegar a la calle Blanca Nieves, donde vivía don Bernardo, fue mi amigo Florencio Ceballos y, posteriormente, don Andrés.
Tanto don Bernardo como don Andrés fueron, desgraciadamente, engañados por la directiva democratacristiana, que les aseguraba que el acuerdo que legitimaba el gobierno de Salvador Allende, aprobado en la Cámara de Diputados, no tenía otro objetivo que instar a corregir los errores del gobierno y, por ningún motivo, propiciar un golpe de Estado militar.
Después del 11 de septiembre, don Andrés se dedicó con entusiasmo a su oficio más importante, abogado de los pobres y atropellados por la dictadura, quienes sólo tomaban nota de la negativa de parte del gobierno de tener presa a esa persona y no dar curso al recurso de amparo. Presentó cientos de recursos de amparo ante los mismos jueces de la Corte Suprema que lo habían tenido sobre sus rodillas cuando acompañaba a su padre en la Sala del más alto Tribunal de Chile. Al recordar estas incursiones, no podía comprender cómo estos jueces, antes probos, se habían convertido en perros guardianes de la dictadura de Pinochet.
Cuenta don Andrés que un juez le dijo, con cierta sorna, “abogado, para qué presenta un amparo en favor de una persona que ya está muerta…” Otro de los actos más importantes en la vida de este defensor del pueblo fue la carta enviada a Naciones Unidas en la cual denunciaba los alevosos crímenes que estaba cometiendo la dictadura militar, carta también firmada por Jaime Castillo Velasco y el padre del fundador de Ciudadanos, Andrés Velasco.
El odio del tirano, cerdo, canalla y miserable hacia don Andrés fue adquiriendo furia, cada vez más marcada, hasta que decidió enviarlo como “relegado” a un pueblo Aimara, a 4.000 metros de altura, sabiendo que era asmático. No hay que ser mal pensado si Pinochet buscaba que muriera en alguna de las crisis, propias de esta enfermedad; fue su hermano Patricio, quien lo visitó en ese lugar y le advirtió al carabinero que estaban asesinando a su hermano.
En el tiempo en que don Andrés fue varias veces diputado el Congreso era un palacio decente y no la “torta de moka” el actual edificio, un verdadero insulto para el antiguo barrio El Almendral. Cuando yo era niño gozaba con las sesiones de la Cámara de Diputados y, sobre todo, cuando tenía que ir a los urinarios neoclásicos franceses y disfrutar de la compañía de personas tan brillantes como las había en esa época. Vicente Huidobro, un aristócrata muy insolente, decía que en el Congreso de servía un te maravilloso, pero se hacían pésimas leyes. En 1965, los 82 diputados democratacristianos no cabían en una mesa – como cuando era cinco la delantera de la falange como la llamaba el periodista Murillo – por consiguiente, a partir de las 5 de la tarde impedían el acceso a cualquier diputado de otro partido.( los helados de chirimoya eran los mejores de Santiago)
Como el Cid Campeador, don Andrés sigue ganando batallas, incluso, después de su muerte, cuando la derecha, quieren justificar los crímenes de la dictadura recurriendo al “San Benito del contexto”, y la ciudadanía se despierta para defender el Museo de la Memoria que converso quería mancillar, nombrándolo como un montaje, cuando el único montaje es él mismo, pero don Andrés Aylwin se impone con su memoria para que muchos más nunca olviden lo acaecido durante la dictadura militar, y que nunca más volvamos a ver un cerdo y criminal en el poder.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
21/08/2018