Lo que parece una desatinada expresión del Ministro de Educación, visto desde los principios más anidados de la ultraderecha chilena, no dice sino lo que de verdad piensa respecto de los derechos sociales. Él y todos los demás.
En opinión de estos sujetos, la gente es pobre porque quiere y si no se educa es porque simplemente la flojera puede más. Y si exige una salud de mejor calidad es solo porque es gente acostumbrada a que todo se lo den.
En sus más profundas concepciones, económicas, políticas, religiosas, la ultraderecha tiene el convencimiento que no existen derechos sociales, para qué decir humanos, sino debilidades en el orden social que admiten la existencia de personas que solo por dejación no se ponen a la fila de los ganadores.
Que haya escuelas que sobreviven de milagro, en condiciones deplorable, sin servicios higiénicos decentes, en las que se cuela el agua y el frío, casi al borde del colapso estructural, en opinión del Ministro, tiene que ver con la irresponsabilidad de quienes usan esas instalaciones. El Estado está para otras cosas, entre otras, para financiar zánganos que apalean y torturan.
El caso es que lo que aparece como un desatino, una falla en los dichos de un Ministro que se ha destacado por su torpeza política, no es sino la expresión de un convencimiento genuino anidado en más profundo de los poderosos.
Más aún, el actual orden, su génesis sangrienta y su instalación genocida, se basa en esa premisa: el estatismo es el demonio, solo el mercado es la fe, el camino, la vida.
Aún así, con la abundante y trágica evidencia de lo inhumano de la doctrina económica que ha transformado a Chile en un país de los más desiguales y maltratador, no es poca la gente que cree que así deben ser las cosas: hay que pagar por la salud, por la educación, por los goles del domingo y por mirar el mar de cerca.
Entonces, para la aplicación de esos principios extremistas no hace falta la contratación de intelectuales capaces de ahondar reflexiones que discutan, sopesen, contradigan y sinteticen soluciones con cierto grado de complejidad.
Es suficiente con extremistas cuyos principios elementales se expresen con reflexiones absurdas, destempladas y torpes.
El Ministro de Educación, desde su llegada a la cartera, ha hecho lo posible por lucir su muy básico sentido de lo político y una torpeza que malamente intenta encubrir con explicaciones aún más torpes.
Pero, cosa curiosa, no es alguien que desentone en un gobierno en que los desaguisados y estupideces han sido pan de cada semana, encabezados, faltaba más, por el mismo líder Sebastián Piñera.
Hemos llegado a un punto tal de degradación democrática, que es posible un presidente de la escasa estatura política del actual, dominado por una egolatría que no se fija en costos.
Entonces no solo no resulta extraño, sino que perfectamente acorde que su Ministro de Educación tenga el convencimiento que el estado no tiene ninguna responsabilidad en el proceso educacional, al extremo de que aspectos como las más básicas atenciones a un reciento educacional, debería ser de responsabilidad de los estudiantes mediante bingos.
Pero, ojo, no es que sea solo un convencimiento de la ultraderecha. Hace decenios que, infructuosamente los graves problemas y no solo de infraestructura, vienen siendo denunciados y enfrentados por las comunidades educativas.
El abandono de la educación pública ha tenido entusiastas promotores en los gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría. Con más criterio de lo político, esta gente se ha cuidado de decir lo que piensa, aún cuando muchos compartan a pie juntilla lo expresado por el Ministro piñerista.
Es posible que el Ministro de Educación encabece la lista de los que van a salir en breve del gobierno. Pero no será porque en el ejecutivo se discrepe de lo dicho por Varela, sino por no controlar sus ataques de sinceridad.
Nuestra trágica historia sabe que jamás la ultraderecha dirá lo que realmente piensa, ni para justificar los bombardeos, las desapariciones, los asesinatos y torturas.
Para esos momentos buscará las mejores excusas. Y mientras esa necesidad no llegue, lo mejor es mentir o hacer como si de dijera la verdad. Siempre hay quienes necesitan creer.