Diciembre 8, 2024

¿Qué democracia tenemos y qué democracia queremos?

Quisiera compartir cuatro ideas acerca de la problemática actual que vive la democracia en nuestra región y luego indicar qué desafíos tienen los procesos de educación popular en este contexto.

 

1.  Democracia desgastada

 

La primera idea es que la democracia liberal está totalmente desgastada en América Latina.  La palabra “desgastada” refleja esa idea que todo aquello que la constituía, ya no tiene la misma influencia ni utilidad que tuvo; significa una disolución de todos aquellos factores que en su constitución le dieron significado, pero que ahora no explican más su sentido: reducida a un momento electoral que está totalmente penetrado por la mercantilización comercial, la idea de representatividad ha quedado desgastada, y la construcción de la participación real en procesos democráticos permanentes, en este momento no son ni siquiera considerados.

 

Muchos partidos políticos están desligados de la vida cotidiana y de las problemáticas concretas de las personas; el espacio político ha sido ocupado por actores políticos sin relación con las dinámicas de los movimientos sociales, sin diálogo, sin vínculos con esas personas con las que deben dialogar.  La política pública debe pensarse más allá de lo gubernamental; es una confusión muy común el reducir la política pública a lo que hace el gobierno.  Para que sea pública debe pensarse como una política donde la ciudadanía se apropia de ella, discute y toma un papel protagónico en su formulación, en su ejecución, en la vigilancia sobre su cumplimento y en su evaluación; lo “público” no es sólo lo gubernamental; los gobiernos tienen la responsabilidad de dialogar y construir las políticas desde las necesidades y las propuestas de la ciudadanía, y ahí, entonces sí, los movimientos sociales tienen la posibilidad de aportar a construir la lógica de estas políticas.  Los gobiernos no son los únicos responsables de las políticas públicas.

 

2.  Vivimos una creciente desigualdad

 

La segunda idea es que tenemos en América Latina una desigualdad creciente y cada vez más profunda, en términos de derechos económicos, sociales, políticos y culturales.  Los modelos que se están implementando en varios países de nuestra región después de los procesos de cambio que tuvieron lugar a comienzos de este siglo, que no significaron un cambio radical del modelo de sociedad capitalista, están siendo volteados para atrás, a través de nuevas políticas neoliberales, caracterizadas por profundizar la exclusión social y creando aún mayores niveles de desigualdad.  Cuando hablamos de democracia tenemos que pensar en democracia económica, en democracia social, en democracia cultural y esos niveles de desigualdad y exclusión que vivimos expresan cada vez más relaciones antidemocráticas, autoritarias, discriminatorias y excluyentes.

 

3.  Se incrementan las situaciones de polarización y agresividad

 

Como tercera idea, es que esta desigualdad está creando una mayor polarización entre las personas y fuerzas políticas, que se caracteriza por expresarse cada vez con una mayor agresividad; no se generan debates con argumentaciones reales, sino que se presentan confrontaciones que expresan una polarización con elementos chocantes y con agresividad creciente, que se basan en una exclusión total de la razón y los argumentos contrarios.  Claro, ello está mostrando que tenemos en conflicto dos modelos que pertenecen a dos paradigmas en confrontación total: un paradigma del lucro, del mercado, del individualismo, valores que se posicionan en el centro de la política y de la sociedad y, por otro lado, tenemos la propuesta de construir un paradigma de vida, un paradigma de solidaridad, de una idea de democracia, donde podamos caber todas las personas y se respeten todos nuestros derechos.  Esta polarización expresa un antagonismo de esos dos modelos.  Vivimos una época donde no tenemos posibilidad de ser neutrales, sino más bien estamos disputando cuál de estos modelos va a guiarnos en nuestras sociedades.

 

4.  Se promueve tanto la desmovilización como la intolerancia

 

Una cuarta idea es que vivimos procesos de desmovilización e intolerancia, debido a que es más difícil llegar a generar procesos de debate democrático; es un escenario más violento, verbal y físicamente hablando; un contexto de violencia especialmente contra las mujeres y contra todo aquello que signifique pensar en otro mundo posible que sea distinto al existente; la criminalización de la protesta significa la violencia contra todo aquel que se opone y crea que se puede cambiar este modelo.  Todo ello provoca procesos de desmovilización, procesos de resignación que interiorizan que no es posible cambiar las cosas, y evidencia el papel pendiente de nuestra responsabilidad que tenemos desde los movimientos sociales, partidos, y desde la educación popular de impulsar el papel protagónico de los sectores populares.

 

Un efecto de esa desmovilización es que aparecen otros actores políticos no tradicionales: aparecen las iglesias del movimiento pentecostal o neo-pentecostal en todos los países de América Latina como fuerza política en los parlamentos, municipios e incluso en el poder ejecutivo.  Su propuesta se caracteriza por un discurso fundamentalista que gira en torno a los supuestos valores bíblicos: la familia tradicional, la vida desde la fecundación y el matrimonio heterosexual.  Como ellos no tienen propuesta técnica económica para el país, al tener fuerza electoral conservadora, se alían a los equipos neoliberales de los partidos tradicionales.  Por eso estamos en un momento grave de crisis, donde queda complicado debatir con personas tan fundamentalistas, que creen desde su visión religiosa que se encuentran en el momento propicio para construir a través de su presencia en los poderes legislativos, municipales, judiciales y ejecutivo, el reino de Dios en la tierra.  Cuando un grupo de personas cree que un candidato ha sido elegido por Dios para esa misión y que su mensaje es una manifestación del Espíritu Santo… ¿cómo debatir con estas personas? Debe llamarnos la atención que son organizaciones que tienen un trabajo de base, una presencia a lado de la gente más necesitada, donde logran resolver o aliviar muchos problemas cotidianos mediante políticas asistencialistas: es el otro extremo de la política neoliberal, pues mientras el Estado abandona a estos sectores, estas sectas trabajan con las personas en sus barrios, en sus comunidades y construyen relaciones de confianza, identidad, seguridad.

 

¿Y la educación popular?

 

Con base en estas cuatro ideas sobre la democracia desgastada que vivimos, me gustaría profundizar algunas ideas sobre la educación popular, la importancia de la creación de identidad, de espacios de construcción común y solidaridad, para pensar una sociedad equitativa y justa.

 

Cuando hablamos de Educación popular hablamos de algo que siempre debe ser comprendido de acuerdo con los espacios y contextos históricos donde fue creada.  No podemos hablar de “la” educación popular, como un proceso único, homogéneo o uniforme.  Creo que es mejor hablar siempre de procesos de educación popular: procesos que corresponden a momentos particulares, a contextos particulares.  Debemos comprender qué significa impulsar procesos de educación popular en cada momento histórico; claro, la historia de la educación popular de América Latina nos puede enseñar mucho, pero no para repetirla, sino para inspirarnos hacia el futuro, para enfrentar los desafíos que hoy vivimos.

 

Todo proceso de educación popular en América Latina ha estado siempre vinculado a un proceso de organización, participación y de aspiración de espacios de construcción de democracia.  Por ejemplo, en el siglo XIX cuando se hablaba de educación popular, se entendía como instrucción pública y se tenía la idea que la educación no sólo debía ser un privilegio para los nobles de la colonia, sino que debería ser para toda la población.  Ya desde entonces, encontramos en el término “educación popular” una aspiración democrática.  Cuando la revolución cubana empezó la Campaña Nacional de Alfabetización, cuando el gobierno de Allende en Chile en los años setenta creo un Programa Nacional de Educación Popular, cuando la Revolución Sandinista en la Nicaragua de los ochenta creó la idea de que toda la educación de Nicaragua, informal, no formal y formal debería ser una educación popular, estaban en todos los casos afirmando que los procesos de Educación Popular están vinculados a aspiraciones democráticas que fortalecieran el poder de la gente.  Cuando el movimiento Zapatista en los años noventa se levanta y crea procesos de identidad desde sus raíces indígenas y hablan de una educación popular para construir un mundo donde quepan todos los mundos, está presente esa aspiración democratizadora que ha ido acompañando siempre los procesos de educación popular.

 

Un paradigma emancipador

 

Pero es importante comprender que los procesos de educación popular no son solamente un método, no responden sólo a una metodología o al uso de algunas técnicas, sino que están basados en una filosofía, un paradigma emancipador ético, político y pedagógico.  Este paradigma de la solidaridad, este paradigma de las personas como sujetos creadores de las sociedades, es un paradigma que se expresa desde lo ético en lo político y por lo tanto fundamentan una pedagogía, que es la que posibilita construir espacios y sujetos que edifican una sociedad democrática por medio del establecimiento de relaciones democráticas en todos los campos y niveles.

 

Por eso la inspiración freiriana de una educación liberadora que construye las capacidades de las personas como sujetos comprometidos con una transformación social de la historia, implica que los procesos pedagógicos tienen que ser democráticos para crear capacidades democráticas: sería una contradicción llevar a cabo procesos educativos autoritarios, verticales o doctrinarios, para lograr procesos de participación democrática.  De ahí la crítica a la educación “bancaria”, por vertical y autoritaria.  De ahí la propuesta de una educación problematizadora, dialógica y horizontal, que vincula la práctica con la teoría, que desarrolla el pensamiento crítico, la ecología de saberes y la vocación de humanización.

 

Los aportes de Freire nos hacen ver que están íntimamente relacionadas las propuestas de ser sujetos de trasformación social y ser sujetos de procesos educativos creadores.  Si nos formamos como personas críticas y creativas, ello se expresará en formas de participación social críticas y creativas.

 

Una idea clave de Freire, en su libro “Pedagogía de la Autonomía”, dice: “Enseñar no es transferir conocimientos, sino crear las condiciones para su producción”.  Esa idea no nos la hemos apropiado suficientemente.  Educar no es transferir contenidos, sino crear condiciones para producir, para crear, para construir conocimientos transformadores.  Entonces, la pregunta clave es ¿cómo creamos condiciones para que sea posible un proceso de aprendizaje, de reflexión crítica, para crear capacidad de análisis, comunicación, sensibilización de problemas para poder trabajar y comprender lo que acontece en nuestro alrededor? En definitiva, para desarrollar nuestras capacidades protagónicas y construir el protagonismo popular en la vida social, política y cultural.  Por eso cuando hablamos de procesos de educación popular estamos hablando de procesos que se llevan a cabo en todos los niveles y espacios, creando capacidades que significan contribuciones esenciales para los espacios de democratización, para formar espacios de participación efectiva, por lo tanto, para demandar espacios de institucionalidad y modificar las reglas autoritarias y excluyentes del ejercicio de la democracia formal.

 

Si tenemos un paradigma transformador, de una sociedad justa equitativa y democrática, ese paradigma no significa que es un sueño que algún día sucederá, sino que es un paradigma que debe guiar nuestras acciones cotidianas.  Las utopías deben manifestarse en la cotidianeidad, expresarse en la acción de las personas, es la forma en que las personas lo construyen desde ahora.  No es algo que llega de afuera, sino que se construye cotidianamente por la propia sociedad a partir de sus condiciones, analizando y transformando juntos esa realidad.

 

No es posible una sociedad democrática, si no construimos espacios de democratización en la familia, la casa, el trabajo, la escuela, en los barrios, sindicatos, partido, organización… en todas las dimensiones donde existan relaciones de poder, tenemos que pensar si esas relaciones de poder ¿son autoritarias o son democráticas?, ¿construyen capacidades de transformación o construyen resignación o pasividad?, ¿qué hacemos cada día con nuestro trabajo: estamos favoreciendo esas condiciones para el protagonismo de las personas o para su conformismo?

 

El desafío que tenemos, entonces, en este momento histórico es -en todos los espacios posibles- construir las capacidades democratizadoras, la posibilidad de crear la utopía desde los espacios concretos y cotidianos en que nos toca vivir.  Por eso es indispensable comprometernos en la transformación de las condiciones de individualismo, mercantilización de la vida, consumismo, violencia y dominación patriarcal que se expresan en el sistema capitalista actualmente hegemónico que oprime a las mayorías del mundo.

 

*Oscar Jaraes Presidente del CEAAL.

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