Diciembre 2, 2024

Don Luis,“Chocolo”, y los derechos humanos

Hace unos sesenta años atrás un primo menor, muy querido y hoy fallecido, me apodó un buen tiempo con el sobrenombre de Chocolo.

Nunca supe el porqué pero no me molestó. Era cariñoso y nos servía para abrir el reino de la risa juntos. Todos llevábamos seudónimos en el barrio.Mi primo era Fello, mis amigos Titín, Quico, Pelao, Chino. Carito, Carolo, Luchín.

 

 

Yo vivía en La Cisterna. La Cisterna, de sur a norte, empezaba en el  Paradero 17 de la Gran Avenida y terminaba zigzagueante en el 28, el camino de Lo Espejo.

En ese tiempo ya se había firmado la Declaración Universal de los Derechos Humanos pero los chilenos comunes no nos habíamos informado, tampoco los señores políticos y menos los gobiernos. Gobernaban Ibáñez y luego Jorge Alessandri y nadie hablaba de los derechos humanos.

Yo ya entendía que el sistema de mierda que estábamos viviendo había que cambiarlo pero nunca escuché ni supe que alguien “muriera de frío”. Los conocidos que en mi barrio vivían y dormían en la calle -no eran pocos- murieron mucho después y no en las calles.

Chile, en esos años tenía un per cápita de menos de 1.000 dólares, la tercera parte del que hoy tiene el de Bolivia.

Chile hoy tiene un per cápita de 24.000 dólares. Y aquí se habla mucho de los derechos humanos.

En este 12 de junio 2018 ya llevamos siete “muertos de frío”.

En la madrugada del 12 murió don Chocolo, casi al llegar al paradero 17, en el paradero 16 de la Gran Avenida, muy cerca de la Ciudad del Niño.

Don Chocolo se llamaba Luis Saavedra Silva y tenía 58 años, nació después que mi primo me puso Chocolo a mí, y en la población Santa Adriana, que en mis años y en los suyos de cabro pertenecía a La Cisterna.

Él y yo fuimos entonces Chocolos que vivímos en La Cisterna.

Luis Saavedra Silva fue un Chocolo mucho más importante y víctima que yo.

Murió en la calle, donde vivía, escarchado, congelado de frío.

Nadie le obligó a salir de allí un día antes, unas horas antes. Nadie se lo propuso con fuerza. A nadie se le ocurrió. “Respetan su decisión de hombre libre”. “Su opción”. Murió por la escarcha y por la nieve que el mismo día le sirvió a Piñera para jugar con su mujer, para goce de los medios de comunicación, en un patio de La Moneda, muertos de la risa.

Una señora de Santa Adriana, que no dio su nombre, tuvo recuerdos gratos de don Luis. “Era soltero y sin hijos”, dijo. “Lo conocí hace treinta años y salíamos a fiesta juntos. Después nos alejamos, por la misma vida”. Señaló a un matutino que a la muerte de su padre, don Luis vivió con su madre y un hermano. “Después, cuando lo vi en la calle, me dio pena” agregó la mujer. “Para la edad que tenía, representaba más”. “Ahora que llovió pensé mucho en él, sobre todo con el frío: el Chocolo recolectaba cartones en la calle y los vendía para el reciclaje”,

Dicen que hay más de 12 mil chocolos en Chile, que viven en la calle, o “en situación de calle” (!) como se dice ¿me copia?

No se aplica entre nosotros, para ellos, ninguna política de derechos humanos.

Los Estados son condenados cuando matan a sus ciudadanos, cuando les descargan bombas, cuando los ajustician en manifestaciones, cuando los destierran, cuando los reprimen brutalmente, pero no cuando los dejan morir de frío, cuando los matan de nieve.

En Chile sucede que, si los pobres son desobedientes y no van a los albergues, los dejan morir de frío. Son porfiados, agregan, es su opción. 

“Las personas de la calle sufren de temas económicos (!) y también afectivos (!)” dijo el Ministro de Desarrollo Social. ¿Quién no? Las personas acomodadas, como el Ministro y como yo, ¿no sufren de temas económicos y también afectivos?

¿Cuál es la diferencia?

¡Que don Luis y doce mil como él son miserables y se reproducen, 170 años años después de Víctor Hugo!

Que están en el último peldaño de los marginados, en los que el hambre y la necesidad se entrelazan síquicamente con el aislamiento, la soledad absoluta, la tozudez y la porfía, con el individualismo más feroz y con el sueño finalmente de que una noche blanca de Santiago se los lleve en calma y casi sin dolor. Con el calor pasajero pero suave de algún quiltro, de un abrigo parchado, de un par de cartones recogidos.

Los ministros parecen no saber que en Chile ellos pueden pagar en invierno buenas caballerizas para sus yeguas, potrillos, potrancas y potrancos y miles de noches en buenos hoteles calefaccionados para sí mismos – yo, decenas- y que don Luis y hartos compatriotas no tienen con qué vivir.

Literalmente.

No donde dormir, con qué vivir. Que es peor.

En Chile se prohíbe, además, el suicidio asistido de viejos y jóvenes condenados a morir sufriendo, pero nada se hace ante el intento de suicidio, casi normal, de los miserables.

¿Y sus derechos humanos?

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