Si un país no cuenta con bomba atómica y cohetes inter continentales puede considerarse como un paria a los ojos de los distintos Presidentes norteamericanos. La inteligencia y el mérito de los miembros de la familia Kim, de Corea del Norte, es el haber desarrollado un potencial nuclear tan poderoso que ha obligado a los últimos Presidentes de Estados Unidos a ubicar a Corea del Norte en el llamado “eje del mal”.
Este país tiene la ventaja de ser una tiranía dinástica, que le permite una continuidad en la política que, otros países – incluido Estados Unidos – no pueden tener. Al dictador poco le importa la miseria del pueblo que logra fanatizarlo sobre la base de una propaganda que exalta el poderío militar y la admiración a su jefe máximo, Kim Jong –Un, cuyo poder llega a tal punto de eliminar a su hermano, a su tío – este último, su principal consejero, así como todos los que se opongan a sus designios.
Así como las religiones asustan a los hombres con el diablo y con el castigo eterno, los Presidentes norteamericanos lo hacen actualmente con el líder coreano: la publicidad, por ejemplo, muestra la vida miserable y fanática de este pueblo como un infierno, con el fin de atemorizar a las víctimas de los medios de comunicación de masas. (La campaña del terror, en la mayoría de los casos, es efectiva mientras existan analfabetos políticos y fanáticos; en mi adolescencia aún no existía la televisión, menos el internet, y teníamos que conformarnos con el radio-teatro, por ejemplo, en el programa “Hogar dulce Hogar”, de Eduardo Calixto, al marido sinvergüenzón y mujeriego, su mujer lo llamaba “el coreano traidor”).
Donald Trump, que sólo busca asegurar la mayoría republicana en el Congreso, ha pasado del odio al amor ardiente, sensible y apasionado respecto a su principal, hasta hace unos días enemigo, Kim Jong-Un, (no sería raro que le pidiera a su peluquero que tratara imitar el corte de pelo, que tan bien le viene a su nuevo amor). Trump no ha economizado epítetos de alabanza hacia Kim: un caballero a carta cabal, un estadista muy inteligente y sagaz, y que se ha entendido con él a las maravillas, en el corto tiempo en que mantuvieron un animado y cordial diálogo.
Si los iraníes hubieran seguido la estrategia de los coreanos del Norte y, además, terminaran rápidamente el enriquecimiento de uranio al producir varias ojivas nucleares, el tratamiento que Trump les otorgaría sería muy distinto al actual: en vez de considerarlos como el mal absoluto, a lo mejor, terminaría reconociendo los logros de los persas.
Ahora, luego del Encuentro con Kim en Singapur, Trump asegura que volverá a meterse en un juego de guerra internacional. El amor por Kim ahora puede hacer milagros: tanto es el entusiasmo mutuo que Donald Trump invitó a Washington a Kim y viceversa.
La declaración conjunta entre los dos líderes no puede ser más vaga: Kim se compromete a desnuclearizar la Península de Corea y Trump, a su vez, de retirar sus tropas de Corea del Sur y de Japón, pero las sanciones de Estados Unidos a Corea del Norte se mantienen hasta no termine la desnuclearización.
El pacto firmado no tiene ni fechas, ni la forma en que se llevará a cabo. Es sabido que la desnuclearización de la Península coreana no puede hacerse de un día para otro; a su vez, difícilmente el Pentágono va dejar en la orfandad a Corea del Sur y Japón.
Como se sabe, la firma de Trump vale muy poco si se tiene en cómo rompió el Tratado Nuclear con Irán el Tratado de Paría contra el “calentamiento Global”, actuación que le ha valido el reproche de sus aliados europeos y de la comunidad internacional.
La pareja Trump-Kim puede divorciarse en cualquier minuto, según el estado de ánimo en que se encuentre. Para Kim, el armamento nuclear es la clave por la cual pudo sentarse frente a frente con la potencia – hasta ahora – más grande del mundo, y es difícil que Kim pueda cometer el error de despojarse de su mejor carta; a su vez Trump, una lograda la mayoría republicana en el Congreso, no le importará mucho el mantener su imagen de “hombre de paz”.
A trump y a Kim les importa poco la materia de derechos humanos: la preguntas de los periodistas durante la conferencia de Prensa era, francamente, inútiles, debido a la vaguedad de las re4spuestas de un Presidente norteamericano que no cree para nada en los derechos humanos.
Dado el narcisismo de Donald Trump, el único ser humano capaz que existe en la faz de la tierra es él, y todos los demás son papanatas. La idea de algunos fanáticos de mencionar siquiera la posibilidad de un Premio Nobel de la Paz para estos dos personajes es un verdadero sarcasmo – claro está, en la historia de este Premio hemos visto desfilar a algunos de los peores criminales del mundo -.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
13/06/2018