De manera general Karl Marx es el teórico y activista político nacido el 5 mayo de 1818 en la región de Renania (hoy Alemania) que marcó profundamente no sólo el pensamiento social, filosófico y económico de fines del siglo XIX, sino que también la práctica de millones de hombres y mujeres, hasta hoy.
Es evidente que sus ideas, influenciadas por la Revolución Francesa (1789), sacudieron el mundo; y lo extraordinario es que a ellas se sigue recurriendo para interpretarlo y con el fin —lo que es más importante aún— de poder transformarlo en un mundo mejor.
Las ideas de Marx fueron producto de la pasión revolucionaria de un hombre que vivió intensamente su época. En la que se consolidaba el capitalismo brutal y en que las influencias eran varias: la filosofía alemana, el socialismo francés, la economía política inglesa. Y, por supuesto las luchas obreras en Europa. Sin olvidar, que además, su crítica, las rudas polémicas con otros intelectuales militantes de la época (con el anarquista Proudhon por ej.) y sus brillantes intuiciones, van a actuar no sólo sobre las consciencias, sino también sobre los afectos y sentimientos de los hombres y mujeres de los sectores populares y clases laboriosas que viven condiciones sociales similares de pobreza y explotación; pudiendo compartir así pasiones revolucionarias comunes.
La Primera Internacional (1864) de trabajadores, lo tuvo como uno de sus fundadores y pensadores. Aquello marcó el imaginario social de millones de trabajadores en el mundo. De ahí salió El Manifiesto Comunista (1847-1848), un clásico insuperable del pensamiento político de esa época, pero que la trasciende.
Un pensador de “lo social”; del “ser social”
El pensamiento de Karl Marx es todo lo contrario del pensamiento neoliberal que pregona un individuo separado de los otros; más objeto que sujeto en el mercado: un ente manejado por un cálculo racional utilitario proveedor de un gozo inmediato o planificado, que resultado de la reflexión consciente. Lo que no es otra cosa, diría Marx, que la expresión de las “glaciales aguas” del cálculo egoísta inmerso en la lógica capitalista.
El Marx joven y el Marx viejo no debieran separarse. El Marx joven, el de la alienación humana y de la crítica a la religión, así como el de la escisión entre Estado y sociedad, es el mismo que escribió en su madurez intelectual los tres tomos de El Capital (1882). Aquí donde explica el origen del valor-trabajo y la consiguiente dinámica de la acumulación capitalista entre las manos de la clase social que domina con su propia ideología (“Los pensamientos de la clase dominante, son también, en todas las épocas, los pensamientos dominantes”). Marx descifra la mercantilización del mundo y vincula esta realidad con el mundo de la cultura y las ideas (¿no existe hoy un mercado del arte?). Dos períodos conectados dialécticamente —con las contradicciones de todo autor— y existencialmente, pero encaminados tras un mismo proyecto y una sola voluntad: el de la emancipación social e individual, cuya consciencia no está separada de la vida material y concreta.
Es en comunidades o sociedades humanas, donde tanto el poder como la riqueza y el conocimiento son resultados de la actividad humana, del trabajo, que los humanos vivimos inmersos en relaciones sociales. Antropológicamente hablando, el ser humano entonces es un “ser social”, un individuo histórico o “relacional” diríamos hoy. Es el “materialismo” de Marx. No es el gusto por lo material y el desdén por lo espiritual. Es que todo lo que sale del espíritu humano debe ser concebido como una producción humana inmanente (de su cerebro y de los cerebros en interacción, en “redes” diríamos hoy), pero que trasciende.
Un intelectual y militante completo
Desde el Marx estudiante, amante de la buena vida, redactor de una tesis de doctorado acerca de dos filósofos griegos materialistas (Epicuro y Demócrito), a quienes seguimos consultando por su genio, pasando por el Marx periodista director de un periódico liberal y crítico acérrimo del autoritarismo y conservadurismo de la monarquía prusiana en la Gazeta Renana (1848-1849) en su juventud, que se radicaliza al estudiar el problema económico de la tala furtiva de bosques por los campesinos pobres de la región, junto con el Marx activista en las jornadas revolucionarias de 1848 en Berlín, vemos al mismo intelectual-militante entregado por completo a una causa.
Y es por lo mismo, porque el pensamiento de Marx se encarna en un intelectual y militante, padre y esposo exiliado y perseguido por las policías belga y francesa —ayudado por su amigo Friedrich Engels para poder subsistir— que el hombre fascina. Porque además cree en el poder conjunto de las ideas y de la acción que su crítica al sistema capitalista mundial (tal cual lo previó) y que continúa desposeyendo día a día a millones de mujeres y de hombres (“que tienen sólo su fuerza de trabajo para vender a cambio de un salario”) nos sigue afectando. Tanto por la lucidez y por la magnificencia del individuo histórico que Marx fue desde su juventud. Y de cómo esculpió su propia existencia de compromiso y de fidelidad a una causa.
Un investigador riguroso en la sala de lectura del British Museum y un pensador de las crisis del capitalismo
La investigación metódica y rigurosa (en el exilio londinense) de biblioteca y de archivos, para compilar datos y evidencias acerca del funcionamiento del capitalismo de la época, le ayudó a armarse de un análisis critico radical de lo que son las leyes del funcionamiento del capitalismo. Son las razones por las cuales su crítica al capital, al reino del fetichismo de la mercancía (el Golem que oculta las relaciones de explotación del trabajo humano que la producen y el mecanismo propio de la ganancia capitalista) y a las formas y mecanismos de la acumulación capitalista nos interpelan hoy y en períodos de crisis del capitalismo como la del 2008-2009. ¡Si hasta las revistas neoliberales y la prensa adicta al mundo empresarial lo presentaban con foto en sus portadas como el pensador de las crisis del capitalismo (The Economist) al que había que consultar!
En efecto, pese a todas las versiones de los que insisten en el“fin de la historia”; los mismos que repiten que su pensamiento estaría muerto, después del derrumbe de los “socialismos reales” se equivocan, pues su “espectro”, como diría el filósofo francés Jacques Derrida a comienzos de este siglo, sigue paseándose por las aulas y se asoma en cuanto acontecimiento político reúne y haga compartir las mismas pasiones a quienes se oponen al sistema capitalista y a la dominación actual. Y a los y las que quieren comprender y transformar el mundo con esta potencia extraordinaria que es la práctica humana.
Inevitablemente, más temprano que tarde, todos los pensamiento críticos de fines del siglo XX y de lo que va corrido del XXI, las diversas teorías y pensamientos críticos de la emancipación acerca de las clases y grupos subordinados; ya sea de identidades de raza o de género, se topan de frente con Marx.
Ya sea desde el ángulo de sus reflexiones acerca de las variantes de la alienación contemporánea (“la aceleración del tiempo”, el “presentismo”, el consumismo, el “sujeto endeudado”), de la ideología conservadora y patriarcal dominante contra la igualdad y el derecho a decidir de las mujeres; del poder de los mercados, de los grupos económicos transnacionales y del flujo de mercancías y de capitales, así como del poder político, la democracia y los derechos individuales formales que no eliminan la desigualdad social; de la separación o captura de la democracia parlamentaria por las oligarquías propietarias; de la llamada crisis de la representación (¡la democracia burguesa formal!); de las disputas inter imperialistas entre algunas naciones; de las alianzas sociales de los oprimidos y de las formas de gobierno democráticas desde la base, como la de los comuneros de París (que Marx vio como un camino de emancipación), hasta la robótica como fuerza productiva que crea cesantes y genera contradicciones propias del capitalismo. Sí. Estamos hablando de la actualidad del pensamiento de Marx para enfrentar esos problemas. Que aún inspira y guía. De la fuerza crítica e interpretativa que permanece y que se encuentra en un conjunto de tesis y categorías; de prácticas que conforman una teoría (una forma de ver) la realidad como un todo, que cambia por la acción de la humanidad misma, que es la que hace su historia y puede, por lo mismo recuperar con actos repentinos, gestas revolucionarias o procesos lentos sus fuerzas enajenadas. Es en el transcurso de “su propia historia que los hombres hacen, no arbitrariamente, sino en condiciones directamente heredadas del pasado”, escribe Marx en su libro El 18 de Brumario de Napoleón Bonaparte que en la Universidad de Concepción analizábamos capítulo por capítulo en un seminario del Instituto de Filosofía dirigido por don Tomás Ducay.
En el comunismo de Marx el individuo es central
El comunismo de Marx, no es el que fue promovido por las burocracias estalinistas; por supuestos “regímenes comunistas” y sus partidos, sino que es una hipótesis de organización social que hay que construir ante el saqueo capitalista con la destrucción del medio ambiente y la atomización del individuo considerado como un ser egoísta. El comunismo es una hipótesis, es el “movimiento real cuyo fin es abolir el estado de cosas actual” (La Ideología Alemana, 1846), y en el cual el individuo es libre. El comunismo es una sociedad donde “el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos” escribió Marx.
Escrito por Leopoldo Lavín Mujica, Profesor de Filosofía y M.A. en Comunicación Pública (Universidad Laval, Québec, Canadá).