Diciembre 5, 2024

¿Cómo entender la libertad de expresión?

Debo admitir que ignoro qué se entiende por libertad de expresión. He consultado textos de diferentes autores, la literatura especializada a partir de la invención de la imprenta y nada. También por sugerencia de un amigo exégeta, papiros de las culturas de Egipto y China, donde los escribas registraban los edictos reales. Nada. He revisado tratadistas, filósofos, ensayistas y nadie puede explicarme sobre el tema, con la claridad del caso. Entonces, uno termina por reconocer que se asimila a la muerte. Ni las opiniones de Voltaire ni Rousseau, me proporcionan luz y la oscuridad persiste en mi cerebro. Si realizo mi paseíllo diario por la calle y a quien se cruza conmigo lo insulto, más de alguno me puede propinar una bofetada, darme un puntapié en el tafanario o escupirme. Frente a esta agresión, yo podría alegar: si estoy ejerciendo la libertad de expresión de acuerdo a los tratados consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, y usted se permite agredirme. ¿Acaso olvida que Augusto Pinochet Riggs es ceniza, aunque hay quienes aún le rinden tributo?

 

Como he comprendido mal en este caso, lo que se entiende por libertad de expresión, al cruzarme con una chica bella como una puesta de sol, le digo: “Adiós luz de mis noches de insomnio”. Ella me reprende y acusa de vejete que se le atrofiaron los dídimos y me propina un carterazo en el hocico. Ha despreciado la bondad de mi piropo, que leí en una novela. Adiós libertad de expresión. Al regresar a casa, después de mis desgracias verbales, desaciertos de seductor, se me ocurre escribir un artículo y lo envío a varios medios de comunicación, incluidos El Tugurio y La Tetera. Nadie lo publica, no porque sea de dudosa calidad -supongo- sino porque ellos sólo publican a sus bufones. Adiós libertad de expresión.

A modo de paliar este cúmulo de desgracias, vuelvo a la calle y me detengo en una esquina y comienzo a decir un discurso incendiario, donde critico al gobierno, hablo pestes de la alcaldesa vitalicia de Viña del Mar, pues nadie sabe qué se hicieron los 13 mil millones de pesos, que por arte de birlibirloque se esfumaron de las arcas municipales, y se los llevó el viento; es decir, escondidos en las faltriqueras de sus asesores. ¿O se enredaron en las trenzas de Rapunzel? Ahora, interviene la policía antimotines y me detiene por alterar el orden público. “Si yo estoy ejerciendo la libertad de expresión” alego en mi calidad de ciudadano a pie y los carabineros me ruegan que vaya a ejercerla a la comisaría.

Como soy anarquista de café, viajo al Congreso de Valparaíso y me instalo en las graderías a escuchar a los parlamentarios. Mis oídos necesitan el almíbar de sus palabras, bellas como los versos de Gabriela Mistral. En un momento, despliego un lienzo donde dice: “Viva la república independiente de Requínoa”. Igual me desalojan y me detienen por incitar a la escisión del pueblo donde nací. Escucho a los parlamentarios de la circunscripción de O’Higgins que me gritan: “Oye catalán gilipollas, vete a vivir a Barcelona”. Desgracia tras desgracia, me hace pensar que la libertad de expresión es entelequia, ficción inventada para hacernos creer que somos libres. He regresado a casa sin ánimo de jamás volver a escribir ni un opúsculo, apesadumbrado por el cierre de la revista “Punto Final” y encuentro de visita a mi nieto Gabriel. Al verme, expresa: Oye abuelito; en la universidad me dieron este tema que debo desarrollar: “La libertad de expresión a través de la historia”. ¿Me puedes ayudar?

Y yo, que pensaba pedirle ayuda. 

 

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