Diciembre 1, 2024

El Frente Amplio: el síndrome de Peter Pan

En la Universidad Eduardo Mondlane,  en Maputo, (capital de Mozambique), en el local de antiguo seminario católico el rector, un portugués blanco asimilado, al finalizar el año repartía premios entre los  alumnos malos  y buenos: para  los primeros, se les condenaba a la “reeducación”, en un remoto lugar, el norte del país; a los segundos, se les entregaba,  con honores, el libro de Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.

 

 

Mis amigos chilenos, (numerosos cooperantes compatriotas en esa época), en una lógica binaria, trataban de convencerme de que los cursos de reeducación, en pleno desierto, eran similares a los curso de idioma que los franceses  ofrecían a los refugiados chilenos al llegar a la tierra  de los galos. En este país africano, todos los cooperantes estábamos imbuidos de un sentido de misión – casi mesiánica – que nos daba fuerza para soportar los  rigores del clima y a una frugal alimentación;  ahí se elimina la barriga quiera o no -. Nada más religioso que el mecanicismo marxista y, por esta razón, se entienden muy bien con los cristianos más radicales.

Peter Pan, con mucha razón, se negó a ser adulto, pero desgraciadamente, los comunes de los mortales tenemos que pasar por la adolescencia, la madurez y el ocaso de la vida que, en el caso de la pobreza, la soledad y la escasa o nula jubilación, es una mierda.

Personalmente, me siento identificado con la mayoría de los postulados de Beatriz Sánchez, que si bien voté por Marco Enríquez-Ominami, destaco su valor, su diagnóstico adecuado, sus propuestas y su metodología, muy a cercana a la democracia directa al interior de la combinación Frente Amplio y sus partidos que lo conforman. Es difícil no estar de acuerdo con la convocatoria a la Asamblea Constituyente, con los plebiscitos revocatorios, con la revocación de mandato para todos los cargos de elección popular, con la reducción a la mitad de los actuales sueldos parlamentarios y de ministros de Estado, el terminar con las AFP, con la gratuidad universal en la educación, con un seguro universal de salud y con un impuesto a los más ricos.

Cronológicamente, el Frente Amplio se encuentra entre la pubertad y la adolescencia. Cuando yo estaba en esa etapa iba  descubriendo el sentimiento trágico de la vida, el drama unamuniano entre “no me da  la gana de morirme” y la trágica constatación de la existencia de la muerte, al ver que las personas queridas se veían tocadas por la parca – todos marcaremos calavera tarde o temprano -.

Tanto a  Enríquez-Ominami, como al Frente Amplio les cayó un regalo inesperado, un 20% que antes no habían podido obtener candidatos del Podemos, (los humanistas y comunistas), que se limitaban a dar testimonio. Es cierto que el Frente Amplio mejoró mucho la performance de Enríquez, que era un lobo solitario en medio de la jungla binominal: el Frente Amplio fue favorecido por el sistema electoral D´Hont – hay que reconocer que lo estudiaron muy bien -, razón por la cual lograron elegir a un senador y 20 diputados.

Los adolescentes padecen de una bipolaridad – como la mayoría de las personas inteligentes y más si son jóvenes – se pasan con facilidad de la euforia a la depresión. Tanto Enríquez, como el Frente Amplio se entusiasmaron  con el triunfo, sin comprender que el electorado puede cambiar con la rapidez de un rayo: un día te puede amar y, al siguiente, odiar. Enríquez, creyendo que era mejor para él, personalmente  – incluso el triunfo de Piñera – que apoyar a Frei Ruiz-Tagle, aunque muchas de sus condiciones no fueran cumplidas íntegramente, y se decidió por el camino largo de fundar un partido político el Progresista (PRO), intentando dos veces más acercarse a La Moneda.

Su ruptura con la Concertación, en 2009, había sido un acierto y la historia por probó con la muerte en pocos años, de estos “herederos” de Augusto Pinochet, especialmente en el plano económico, y como el futuro no se puede prever  y la rueda de la historia nadie la puede detener, los acontecimientos ocurrieron no de la manera que Enríquez quería.

El pésimo gobierno de Sebastián Piñera, desde sus inicios, tuvo una respuesta muy contundente por parte de los movimientos sociales, especialmente estudiantiles, ecológicos y regionales que coparon las calles, provocando una crisis institucional de representación y de gobernabilidad que puso, como nunca, en cuestión el modelo de dominación plutocrática.

Nadie podría negarle al Frente Amplio que cambió radicalmente la agenda política e, incluso, colocó temas en el escenario que antes eran impensables, sin embargo, por desgracia se le subieron los humos y han caído en el estado político angelical  – una especie de moralismo muy propio de los “bambinos” de Savonarola.

Tengo que presentar mis disculpas por esta “chochería” de viejo, pero creo poseer un doctorado sobre purismo: mi militancia en el Mapu y, posteriormente, en la Izquierda Cristiana, me muestra que el purismo siempre conduce a la muerte: los Mapu, que venían de reformismo democratacristiano, en la Unidad Popular postulaban el Frente de los Trabajadores que eliminaba a los aliados de centro para privilegiar lo que ellos llamaban “la vanguardia”, es decir, Comunistas, Socialistas y Mapu. Se esperaba que la Izquierda Cristiana, fundada en 1971, permitiera ganar a los cristianos revolucionarios y, su vez, acentuara el carácter pluralista del gobierno de Allende, pero, al contrario, se radicalizaron al aliarse con el MIR en las elecciones de la CUT. Para demostrar el fracaso del purismo veamos en qué están actualmente Enrique Correa, Óscar Guillermo Garretón y otros “próceres chascones” del antiguo Mapu del Frente de Trabajadores, de Rodrigo Ambrosio.

Para entender los tres escenarios propuestos para ser plebiscitados es necesario ser alumno del doctor “sutil”, el doctor Angélico, y haber jugado largos jornadas con la maraña de silogismos, llenos de sí, pero…, sin embargo, cómo y, por eso, cuesta explicarse cómo los 4.000 votantes del reciente plebiscito del Revolución Democrática lograron entender algo de lo propuesto. Simplifiquemos al estilo “Humbertito” (el actor): la primera alternativa es, simplemente, votar por Alejandro Guillier, sin condiciones o hacerlo contra Piñera – lo que viene a ser lo mismo -; la segunda,  pedir a Guillier que dirija su campaña en orden a definir sus postulados programáticos y, de una vez por todas, dedicarse a ganar y no hacer lo posible para perder; aquí no se le plantean condiciones para apoyarlo, sino temas para ganarse la voluntad, el corazón y la razón de los votantes del Frente Amplio y de su líder, Beatriz Sánchez; la tercera modalidad consiste en llamar a votar, por consiguiente, se rechaza la abstención, y sólo queda la alternativa del voto nulo o blanco.

En cualquiera de los escenarios hay dos ideas fuerza: la primera, que el triunfo de Piñera representa un retroceso y un verdadero desastre para Chile; la segunda, es un lugar común, es decir, que nadie es dueño del voto de cada elector – descubrir que “el agua moja” -, sin embargo, en esta proposición hay una falacia, pues en la democracia representativa (personalmente, no me enloquece) es fiduciaria, consecuentemente hay delegación en los líderes y representantes electos; en la directa, los ciudadanos electos deben responder un mandato de sus electores que los obliga a cumplirlos cabalmente – ni siquiera J.J. Rousseau fue capaz de explicar con claridad en qué consiste la “Voluntad General”, por eso se quedó con la idea de que la democracia es asunto de ángeles. Como vivimos en el podrido capitalismo y en la democracia bancaria, los líderes están para conducir las corrientes de opinión. (Es falso que los electores no se dejen conducir por los medios de comunicación y los líderes de opinión).

Los líderes del Frente Amplio han declarado que van a ser una oposición constructiva si ganara Guillier – algo así como seguir el modelo portugués – es decir, una centro izquierda en el gobierno y un a izquierda radical que lo apoya en los proyectos más progresistas, pero que lo combate en sus complacencias con la derecha. También tienen la razón de engolosinarse con la tontería parlamentaria, para recordar otra vez a Lenin, y no olvidar la fuerza de los movimientos populares.

Como en el poema “Palabras para Julia” (cantaba Paco Ibáñez), la vida los llevará a madurar y dejar de lado el sueño perenne de mantenerse siempre en la niñez, tal como  Peter Pan. (Ni siquiera, Campanita puede salvar a los  partidos políticos del ocaso y la muerte; miremos cómo la idealista Falange chilena, que gritaba “juventud chilena, adelante”, terminó muriendo en la forma más triste e ignominiosa).

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

30/11/2017           

                          

 

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