El 26 de febrero de 1936, 10 días después de la victoria del Frente Popular en las elecciones generales del 16 de febrero, Manuel Chaves Nogales, director del periódico Ahora, escribió, bajo el titular ¿Qué pasa en Cataluña?: “Mi encuesta es, hasta ahora, bastante satisfactoria. En Cataluña no pasará nada. Es decir, no pasará nada de lo que el español no catalán recela”. ¿De qué recelaba, según las palabras del periodista sevillano, el español no catalán? De la revolución. Ya sabemos que en los meses siguientes se desarrollaron, precisamente, el levantamiento militar de Franco, la Guerra Civil y los acontecimientos revolucionarios en Cataluña.
Ahora, ante el 1-O, la pregunta de Chaves Nogales es pertinente, pero quizá formulada de otra manera: ¿Qué pasará en Cataluña que no haya ocurrido ya en estas semanas, meses y años?
La posibilidad de celebrar un referéndum con la arquitectura que contempla toda la parafernalia legalmente consagrada, nunca fue una posibilidad realista, porque no tenía cabida en la Constitución Española realmente existente y, por ello, sería rechazado sumariamente por el Gobierno de Rajoy.
Sin embargo, el Govern de la Generalitat decidió la estrategia del “como si”. Era necesario actuar “como si” hubiera otra, por así decir, constitución. Una paralela. Y para ello había que copiar la arquitectura o duplicar lo que era la organización original. La ley de referéndum, complementada con la de transitoriedad jurídica, base del nuevo Estado catalán, y otras leyes como la de Hacienda proyectarían el “como si” Cataluña fuera un Estado dentro del Estado español.
El 9-N, mira por dónde, se convertiría en el punto de referencia: el laboratorio del futuro 1-O. Merece la pena retrotraerse al anochecer de aquel agitado 9 de noviembre de 2014. El ministro de Justicia, Rafael Catalá, declaró: “El proceso se ha llevado a cabo al margen de cualquier marco jurídico preexistente; no tiene amparo ni en las leyes catalanas ni en decreto de convocatoria alguno. Sus promotores han renunciado a cualquier apariencia de neutralidad, convertidos en juez y parte del proceso y ni siquiera se ha garantizado la igualdad de todos los catalanes ante el simulacro de consulta. Artur Mas quiere ocultar su fracaso personal al no haber podido convocar la consulta ilegal el pasado 12 de diciembre”.
La consulta del 9 de noviembre de 2014 es, en efecto, el sucedáneo que convocó Artur Mas tras acatar la orden del Tribunal Constitucional de suspender el referéndum en regla. Por tanto, se requería una puesta en escena: la coalición de Junts pel Sí (PdeCat y ERC), por un lado, y la CUP, por el otro, tenían necesidad de promover/vender un referéndum en regla —con todas las de la ley, como suele decirse— porque repetir la experiencia del referéndum de facto, irregular, o acto de participación ciudadana, parecería un fracaso.
Ahora bien, hace largos meses advertí en la radio sobre una sospecha pertinente. El referéndum así formulado, con todas las apariencias, quizá fuera un recurso, o para ser más precisos, un McGuffin, como denominaba Alfred Hitchcock a aquellos trucos o ardides de los que se servía para hacer avanzar la trama de suspense en sus películas, sin que en rigor aportase una pista para resolver los enigmas.
Las fuerzas del independentismo necesitaban tejer las apariencias legales para superar el 9-N, sin ignorar, claro está, que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible (Talleyrand).