El general Charles De Gaulle convirtió a los Presidentes de la V República en una especie de monarcas, estilo Louis XIV. El debate de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales tenía una cierta majestuosidad que lindaba en modales versallescos: aún hasta ahora se recuerda el debate celebrado entre Francois Mitterrand y Valéry Giscard d´Estaing cuando el segundo le recordó a Mitterrand que “no tenía el monopolio del corazón”, al referirse a la pobreza y a la condición obrera, o el debate entre Mitterrand y Jacques Chirac, en que el primero utilizó siempre el trato de Primer Ministro al referirse a Chirac con el fin de bajar su estatus – Mitterrand era el Presidente de la República y Chirac su Primer Ministro en la cohabitación -. También fue famosa la pataleta del Ségolene Royal, que le dio puntos a Nicolás Sarkozy. Todos estos golpes dentro de una gran hipocresía, pues no en vano los debatientes eran aspirantes a “reyes”.
A partir del debate entre Donald Trump y Hillary Clinton se acabó la discusión sobre el programa político para entrar, de lleno, en los golpes debajo de la cintura, así, quien pega más fuerte, quien injuria y calumnia de “mejor manera”, llega más directamente al electorado. El pan y circo de la democracia bancaria es tan o más brutal que el de Nerón o Calígula y, la plebe – hoy ciudadanos – es tan servil e idiotizada como en tiempos del imperio romano.
Hoy, después del mal llamado debate de la segunda vuelta presidencial en Francia, todos los titulares de los Diarios franceses y del mundo concuerdan en que este debate entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen fue un verdadero pugilato entre dos candidatos que no cuentan con la altura moral y política para ejercer la primera magistratura en Francia.
Los programas de los dos candidatos son radicalmente opuestos, pues entre Macron y Le Pen no existe ningún punto en común. Para entender las elecciones en general hay que recurrir al clivaje, al quiebre, al dilema, que deben darse entre dos posiciones. Antes, en Francia se daba entre la derecha y la izquierda, en un bipartidismo que duró el período de la V República: entre socialistas y gaullistas; en las elecciones presidenciales de 2002, entre el fascismo de Jean Marie Le Pen y el Frente Republicano, encabezado por Chirac.
Hoy, entre el europeísmo de Macron y la ultraderecha xenófoba de Marine Le Pen que, esta vez, ha usurpado mucho del vocabulario tradicional de la izquierda, logrando penetrar en sectores populares, decepcionados de la Europa de los banqueros. En el programa de Le Pen hay mucho del viejo nacionalismo y del proteccionismo de Donald Trump, y no poco de Theresa May, actual Primera Ministra británica y del Brexit.
Del Frente Republicano francés, que permitió a Jacques Chirac aplastar la aventura fascista de Jean Marie Le Pen, ya no hay rastros. Macron no logra atraer al conjunto de los republicanos antifascistas: sólo el 35% de los seguidores de Jean-Luc Mélenchon estarían dispuestos a votar por Macron, pero el resto de abstiene o vota nulo. A diferencia del 1º de mayo de 2002, los sindicatos esta vez marcharon aparte, y la CGT y la FO se niegan a apoyar al candidato de En Marche.
Por el bando de Marine Le Pen hubo dos manifestaciones: la presidida por su padre Jean Marie Le Pen, frente a la estatua de Juana de Arco, con asistencia de los antiguos seguidores de los grupos fascistas más radicales, y la Marine Le Pen, que camufla sus postulados de ultraderecha en un lenguaje de crítica a la oligarquía y a la dictadura de los banqueros, atrayendo a gran parte de las masas descontentas con la extrema inequidad del sistema económico europeo.
Las encuestas para la segunda vuelta, a realizarse el próximo 7 de mayo, dan una diferencia de 17 puntos entre Macron y Le Pen: el primero tendría 58% y, la segunda, 41%. La tendencia es a favor de Le Pen, pues va acortando distancias, aunque es indudable el triunfo de Macron. Las candidata Le Pen, que se sabe perdida en esta segunda vuelta, intentará, con pocas posibilidades de éxito, ocupar junto a su Partido, el Frente Nacional, el primer lugar en la oposición, en las elecciones de la Asamblea Nacional, en el mes de junio próximo.
La estrategia de Le Pen, en el mal llamado debate, consistió en atacar, permanentemente, a Macron retratándolo como el “niño predilecto del sistema”, como un “banquero frío e inhumano”, mozo de Ángela Merkel, afirmando que, de todas maneras, va a ganar una mujer, Merkel o ella misma; añade, para ganarse a los insumisos de la izquierda que Macron es el “rey de la sumisión a Alemania”; llegó su osadía a acusar a Macron de tener cuentas secretas en paraísos fiscales. En un momento dado se atrevió a decirle que no aceptaba ser su alumna, en una clara alusión al matrimonio de Macrón con su profesora Brigitte.
Por su parte, Macron trató de resistir los embates violentos y claramente insultantes de su contendora, pero terminó cayendo en su juego y rebajando el debate, donde tenía todas las de ganar, especialmente en el tema económico. Al menos marcó algunos puntos al demostrar que Le Pen no tenía la menor idea sobre este tema en particular, pues la idea de terminar con el Euro, o mantener dos monedas, no tenía ninguna base económica; por lo demás, el 70% de los franceses está contento con el Euro. Nada ganaba Macron al insistir en el financiamiento de las propuestas, pues al fin y al cabo Le Pen ha logrado influir en la mentalidad de los descontentos al presentar a Macron como un economistas al servicio de los bancos y del sistema neoliberal, lo cual no deja de ser verdad, pues su idea “ni de izquierda ni de derecha”, no es más que la ideología del establishment.
En el debate le penó a Macron el apoyo del desprestigiado Presidente, François Hollande y del Primer Ministro, Manuel Valls y, además, el hecho de haber sido funcionario – Ministro de Hacienda – del actual gobierno, a quien llamaba “Hollande Jr.
El debate no favoreció a Macron, quien no tuvo tiempo para despejar las dudas con respecto a carencia de definición que ha caracterizado a su candidatura, a fin de ganar el apoyo de la izquierda y de la derecha, (pienso que aun cuando hubiera tenido todo el tiempo para explayarse en su programa, no podría hacerlo, pues su ethos es la ambigüedad). A su vez, Marine Le Pen sólo logró reafirmar el apoyo de sus adeptos incondicionales, no sumando ningún voto de los insumisos, pues dudo que la gente de izquierda vaya a votar por una candidata fascista. El debate sí pudo haber favorecido el aumento de la abstención, con ventaja para Le Pen.
La segunda vuelta está prácticamente decidida y sólo interesa la distancia entre Macron y Le Pen. Lo que sí es fundamental para el futuro de Francia es la “tercera vuelta”, la elección de la Asamblea Nacional. Está claro que el parlamento se mostrará muy dividido, distribuido en una serie de partidos políticos, ninguno capaz, a mi modo de ver, de formar una mayoría – algo no muy distinto de lo ocurrido en España cuando la formación del último gobierno duró un año -.
El gobierno de Macron anticipa un desastre de proporciones: un Presidente joven, simpático, pero con un programa ambiguo y falto de experiencia política.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
04/05/2017