Noviembre 16, 2024

Absurdo elogio a don “Agustín el golpista”

Cristian Warnken, columnista de El Mercurio ha descubierto, al morir Agustín Edwards, que debe alagar hasta la exageración, a quien era su patrón. Escribir sobre él apologías, salmos y porqué no un poema fúnebre. Glorificar su paso por la tierra, como si se tratara de un prohombre. Dice que jamás sufre censuras en el diario, y que sí las tuvo en otros medios. ¿Cuáles? No lo revela y bien podrían ser de periódicos de igual tendencia, donde ahora escribe.

 

 

Warnken, cuyo talento y cultura reconocemos, bien sabe que si escribe en un medio servil a la oligarquía, debe cuidar su lenguaje. Medir las palabras con huincha de costurera y pesarlas en la balanza de la discreción. Enfrentado a la página en blanco, vacila si poner éste u otro pensamiento, deslizar críticas o elogios a determinadas ideas. Se autocensura. Su panegírico artificioso, destinado a exaltar la figura del fallecido Agustín Edwards, fue publicado junto a conspicuos pendolistas, que no son escritores como él, pero muestran igual obsecuencia.

Se equivoca Cristian Warnken en su análisis enternecedor. Casi roza el estilo de Corín Tellado, pues llega a la cursilería, ajeno a la péndola de la cual por costumbre hace gala. Que sean otros, Cristian, quienes laven las mortajas de quienes contribuyeron al golpe cívico-militar. Deje esa tarea al escritor Roberto Ampuero.

Usted debió permanecer en discreto silencio, distante, ajeno ¿o le solicitaron la colaboración? De ser así, no pudo negarse. Si las crónicas en general, son aceptadas en El Mercurio y desde luego remuneradas con generosidad, se debe al interés del diario en parecer pluralista.

La presencia ahí de Warnken, no es gratuita y menos casual. Obedece a una estrategia de mercado. El Mercurio necesita amanuenses y escribidores de múltiples pelajes, filiaciones políticas -y lo de Cristian no es el caso- que contribuyan a glorificar a ese medio. Engalanar el aura de un diario golpista, acostumbrado a mentir, dedicado a desprestigiar las posiciones que abogan por la dignidad humana. Entonces, acoge a bufones, saltimbanquis, gemidores, dirigidos por la batuta de un sirviente. ¿Acaso no leyó Warnken en la página donde escribe, la infinidad de notas, apologías destinadas a emperifollar y a hacerle trenzas de doncella a “don Agustín”, como lo llama él?

Cristian, nos refiere plañidero, que nunca conoció a don Agustín, y sólo en una oportunidad lo vio de cerca, mientras se realizaba la presentación de un libro. Insinúa que todos empezaron a tiritar cuando lo vieron aparecer, al sentir el peso de su mirada huraña, escrutadora de inquisidor, dirigida al auditorio.

Escribir, implica honestidad en el trabajo, independencia en la tarea de comunicar o entretener a nuestros lectores. Lealtad con la manera de pensar y no dejarse tentar por el poder ni el dinero.

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