Diciembre 9, 2024

Macri: negacionismo y neoterrorismo de Estado

Luego del segundo recreo, las autoridades del colegio dispusieron que nos fuéramos a casa. Pocas horas después, a las 12:40 pm del 16 de junio del 1955, empezó el bombardeo aéreo en Plaza de Mayo. Desde la azotea del edificio donde vivía, divisé el espectáculo con mi familia y vecinos, pasándonos el único prismático disponible.

 

 

 

El vecino del 1°D descorchó una botella de vino, otro arrimó carbón para los “choricitos” y las señoras se pusieron a freír empanadas. El odioso del 4°B y el presumido del 5°A, que no podían verse, se confundieron en democrático abrazo: “¡Viva la Patria, carajo!” Y cuando un boletín oficial comunicó que las clases quedaban suspendidas “en todo el territorio nacional”, salté con alegría y corrí al conventillo (vecindad) de Enzo. Donde para mi sorpresa, el aire se cortaba con cuchillo.

 

Para el capitán de fragata Jorge Alfredo Bassi, los deseos se habían hecho realidad. Al escritor Isidoro Ruiz, confesó que tanto le había impactado el relato del piloto japonés Mitsuo Fuchida (líder de la primera ola de ataques sobre Pearl Harbor) que lo hizo imaginar la Casa Rosada ardiendo como aquella base estadunidense en el Pacífico.

 

Desafortunadamente, en la Plaza de Mayo y calles aledañas, en lugar de buques de guerra o portaviones, sólo circulaban transeúntes en un día laborable y rutinario más. Así es que “libertadores” de la Armada como Bassi, se conformaron con abrir fuego sobre un autobús escolar lleno de niños que quedó carbonizado, y contra 308 civiles despedazados por la metralla aérea.

 

Las clases se reanudaron y mi compañero Bruno apareció con una cinta negra y gruesa, cosida en la manga del guardapolvo blanco. Por primera vez, oí a un niño de mi edad decir algo que me parecía inconcebible: “mi papá murió en el bombardeo”. Ya no entendía nada de nada, y menos cuando el maestro nos explicó que el papá había muerto “en defensa de los trabajadores”.

 

Tres meses después, Perón fue derrocado. Los vecinos redoblaron su alegría, y los del conventillo su tristeza. Socialistas y conservadores, radicales y comunistas, intelectuales progre y liberales, celebraron el golpe cívico-militar-eclesiástico. Y mis amiguitos me emplazaron a elegir entre ellos y Enzo, a quien civilizadamente calificaban de “negro” y “peronista”.

 

Dado que el entorno familiar se decía “democrático” y “liberal”, me tomó años entender que el cuadro referido, daba cuenta de una larvada realidad social. La historia venía de lejos. Pero el 1955 actualizó el acta de nacimiento de las oligarquías, para dar paso a una violencia racial y clasista, metódicamente cultivada por sus pontífices culturales, que a partir del 24 de marzo del 1976 alcanzó cotas sublimes de abyección y degradación.

 

Toda memoria es selectiva. No obstante, no hay memoria neutral, o sin conciencia que explique sus contenidos. Por esto, a 62 y 41 años de los hechos referidos, sólo puedo valorar con emoción la conciencia renovada de millones de jóvenes que en las calles de Buenos Aires y otras ciudades del país, se movilizaron para conmemorar el 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia.

 

Un día que para las autoridades del gobierno de Mauricio Macri (hijos y nietos de los genocidas del 1955 y el 1976), fue aprovechado para denostar una vez más a los gobiernos de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner, que a juicio de ellos habrían “politizado” la causa de los derechos humanos.

 

Por ejemplo, el ministro de Cultura, Pablo Avelluto, dijo: “Hoy tenemos otra  agenda, con los derechos humanos de los vivos”. Pero en sus tuits, el “apolítico” exgerente de la editorial Random House Mondadori,aseguraba que su golpe de Estado favorito había sido el del 1955. Y el célebre periodista mercenario de Clarín Jorge Lanata, exhumó un lamentable texto del filósofo búlgaro Tzvetan Todorov (1939-2017), para retomar la infame “teoría de los dos demonios”.

 

En el diario español El País (“Un viaje a Argentina”, 7/12/10), Todorov comparó a las organizaciones guerrilleras de los años 70, con… el genocidio de Camboya. Emulando al genial Rudyard Kipling y aquellos escritores colonialistas del siglo XIX, el galardonado Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (2008) aseguró que, a pesar de visitar por primera vez Argentina y haber permanecido una semana en Buenos Aires, vio cosas que a “…los habitantes del lugar se les escapan”.

 

Así pues, Todorov leyó que en el “Catálogo Institucional de la Memoria” se dice: “Indudablemente, hoy la Argentina es un país ejemplar en relación con la búsqueda de la Memoria, Verdad y Justicia”. Estimación que el laureado búlgaro comentó muy comedidamente: “Pese a la emoción experimentada ante las huellas de la violencia pasada, no consigo suscribir esta afirmación”.

 

Todorov añade que en ninguno de los lugares de la Memoria visitados observó “…el menor signo que remitiese al contexto en el cual, en el 1976, se instauró la dictadura, ni a lo que la precedió y la siguió…”. Su conclusión, “las causas nobles no disculpan los actos innobles”, cayó de perillas entre los ilustrados y cínicos exégetas del terrorismo del Estado, que en el 2015, así como en el 1955 y el 1976, volvieron al poder. Aunque esta vez, “democráticamente”.

 

 

*Escritor y periodista argentino residente en México

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