Diciembre 3, 2024

El Mercurio: consejero o cortesano de los poderosos

¿Cómo se salvó este Diario de ser expropiado por el “Caballo” Ibáñez y, luego, se convirtió en socialista durante los “doce días” de Marmaduque  Grove?

 

 

El Mercurio, antes de pasar a las manos de Agustín Edwards Ossandón, era un Diario progresista y sus artículos  de alta calidad literaria – como la sección actual de Artes y Letras, donde también escribe mi hijo, Rafael -. El dueño  anterior El Mercurio, antes de que fuera abonado como una deuda a los Edwards Ossandón, era don el español José Santos Tornero, y uno de sus redactores, Pedro Félix Vicuña – padre el historiador y político, don Benjamín – era un liberal “rojo”, de los hombres más radicales que haya existido en Chile, es decir, un revolucionario de tomo y lomo y que odiaba al mercader Diego Portales y a los  primos Joaquín Prieto y Manuel Bulnes -luego Presidentes de la república -.

El Mercurio de Santiago fue fundado por Agustín Edwards Mac Clure, en 1900 y, el de Valparaíso, en 1842. El Puerto era la capital de los negocios y, sobre todo, de los bancos, y Santiago se había convertido en la sede del poder de la aristocracia castellano-vasca, que pretendía dominar a las demás provincias de Chile. Ser un aristócrata provinciano equivalía a “venir a menos” y tener que refugiarse en su fundo junto los peones y guano de las vacas, y debido a la falta de metálico no podía mantener el  tren de vida de Santiago, vestir a la moda a sus hijas y casarlas “bien”. Por ejemplo, uno de estos aristócratas pueblerinos fue el padre de los Alessandri – aunque el historiador Donoso dice que era hijo de titiritero, y poco importa, pues los Edwards descienden de Piratas, como lo creía su pariente, Joaquín Edwards Bello.

Según el historiador Gonzalo Vial Correa, panegirista de Agustín Edwards Mac Clure,  había definido la misión de El Mercurio como un periódico al servicio de la información veraz y objetiva y no comprometido con los avatares que la vida pudiera traer a sus dueños, pero en la realidad, los directores y periodistas de ese Diario se fueron convirtiendo, paulatinamente, en consejeros y lisonjeros de los poderosos.

Esta declaración de principios manifestada por el dueño de El Mercurio le fue muy útil para salvar el Diario de ser expropiado por el “Cara de Alicate” Carlos Ibáñez del Campo.

En 1927, Carlos Ibáñez, como ministro del Interior del Presidente  Emiliano Figueroa, había comenzado a aplicar el ajuste de cuentas con la vieja oligarquía – el famoso “termocauterio por arriba y por abajo” – y, en pocos días, desterró a prominentes miembros de la política y de la aristocracia chilena. A don Manuel Rivas Vicuña, el anterior ministro del Interior que había descubierto el documento que acusaba a Ibáñez como conspirador en la Marina, y no le sirvió la presentación de su recurso de amparo, pues lo envió en un barco con destino a Europa, sin ningún respeto por el debido proceso. A continuación, llegó el turno de expulsión del país al director del Diario Ilustrado y presidente de la Cámara de Diputados, don Rafael Luis Gumucio Vergara, quien le había mostrado la espalda, en una sesión de la Cámara. Le siguió el turno a la familia Alessandri – don Arturo, esposa e hijos -; luego vino el turno de los Ross.

Hasta entonces, don Agustín Edwards se hacía el cucho, en la embajada, en Londres, pero de regreso a Santiago, en Tocopilla, le llegó un mensaje del ministro de Ibáñez, Pablo Ramírez, en el cual se le recomendaba presentarse en un juzgado de Santiago para que respondiera de un desfalco en la casa de la embajada de Chile en Londres. Ni tonto ni perezoso, don Agustín también se exilió.

Don Eleodoro Yáñez en ese entonces era el dueño del diario La Nación, y su director, Carlos Dávila,  partidario de Carlos Ibáñez. Al ministro Pablo Ramírez se le ocurrió expropiar La Nación o bien, adquirirla a precio de huevo y, como Yáñez se caracterizaba por su cobardía ante el poderoso entregó su Diario al Estado por una suma irrisoria y, además tuvo que partir al exilio. Así, a don Eleodoro lo dejaron “sin el pan y sin el perro”.

El lector  se preguntará qué pasó con El Mercurio durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, sobre todo, si su dueño estaba exiliado. Los Edwards siempre han tenido como sus servidores a los Pérez de Arce – el último de ellos, Hermógenes, se ha convertido en acérrimo defensor de la dictadura de Pinochet y de El Mercurio, naturalmente -. Los Pérez de Arce  eran partidarios de Ibáñez, y la línea editorial de El Mercurio alababa a la dictadura en casi todos los editoriales, por consiguiente, no había ninguna necesidad de expropiarlo, ni si siquiera de censurarlo, como sí ocurrió con el Diario Ilustrado, cuyo redactor, Genaro Prieto se reía a carcajadas del censor, en sus artículos dedicados a “Tontilandia”.

El exilio de los aristócratas en París era bastante agradable debido a que disponían de dinero suficiente, que provenía de sus millonarias fortunas en Chile. Agustín Edwards, por ejemplo, vivía con las comodidades de cualquier noble o plutócrata francés, o bien, de un lord inglés, (al contrario de muchos plutócratas, mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara, era pobre y tenía nueve hijos, por lo cual se vio obligado a elegir para su exilio la ciudad más barata de Europa en ese entonces, Lovaina, donde murió mi abuela hacia los 35 años. Como era muy pechoño,  beatas partidarias le enviaban algunas  chauchas.  Mi abuelo y mi padre fueron diputados y senadores y ambos murieron pobres, pues jamás se les hubiera pasado por la mente enriquecerse en sus cargos políticos).

La segunda vez que El Mercurio se salvó de la expropiación fue durante “los doce días” de la República Socialista, de Marmaduque Grove que, dicho sea de paso, era amigo de don Agustín Edwards Mac Clure, pues ambos habían estado exiliados en Europa. El sindicato de El Mercurio era partidario de estatizar el Diario, pero Agustín Edwards Mac Clure dialogó con los líderes del sindicato para buscar una forma de gobierno cooperativo del Diario – serian participes dueños, periodistas, empleados y obreros – y el Editorial del Diario celebraba la República Socialista como un avance en la historia de Chile, siguiendo la línea de progreso que venía desde la Independencia.

Posteriormente, en la época de Salvador Allende, un gobierno que respetó a cabalidad la libertad de Prensa, el conspirador dueño de El Mercurio, Agustín Edwards Eastman, que había participado con el gobierno norteamericano de Richard Nixon para evitar que Allende accediera al poder, entre octubre y noviembre de 1970, temió que el Diario pudiera ser comprado por el Estado. (Otro artículo se referirá a este tema en particular).

Los políticos, sin excepción, hacen todo lo posible para aparecer en alguna de las páginas de El Mercurio. Normalmente, el dinero empleado por una candidatura de elección popular se mide por loa avisos contratados en este Diario, que no le perdona a ningún candidato su pago.

René Silva Espejo, director de El Mercurio (1964-1970) era el consejero principal del Presidente Eduardo Frei Montalva, quien se inmiscuía en las querellas internas del Partido democratacristiano, sin ningún respeto por la autonomía de sus militantes y dirigentes.

Rafael luis Gumucio Rivas (El viejo )

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