Diciembre 2, 2024

La religión del dinero: viva Jesús el salvador de los banqueros. Bienaventurados los ricos.

A fines del siglo XIX el partido de los ricos, banqueros y empresarios era el  Partido Nacional monttvarista (por Manuel Montt y Antonio Varas), fracción laica del partido pelucón portaliano que se había separado del Partido conservador clerical ultramontano, dirigido por el arzobispo Rafael Valentín Valdivieso y bajo un comité directivo e integrado por un alto número de curas.

 

 

La mayor parte de lo que escribe Francisco Encina hay que tomarlo con beneficio de inventario, por ejemplo, el ministro Antonio Varas no tenía sus pantalones remendados, tampoco era tan pobre, como lo dice el historiador del Piduco. Antonio Varas y  Edwards Ross, eran accionistas de la Compañía del Salitre y el Ferrocarril en los comienzos de la guerra del nitrato:

“Si no fuera por los dineros de Edwards – le escribió en una carta el Presidente Domingo Santa María a su entonces ministro José Manuel Balmaceda -, apenas tendrían los monttvaristas palillos con que tocar las cajas…”

Don Agustín, como la mayoría de los Edwards, sabía muy que la política tenía que ser financiada por los banqueros – idea extensiva  hasta la actualidad -, pues sin una caja bien fornida de billetes los partidos morirían, y ni siquiera los rotos podrían ser comprados para que eligieran a uno de los suyos, es decir, un millonario cristiano y caballero a carta cabal – ahora, lo harían por Piñera, pero sin necesidad de dispensar dinero en adquisición de votos, pues basta comprobar que mientras más pobres los yanaconas, aman más a los poderosos, y  no en vano han convertido al Salvador de la humanidad en un ginecólogo y en un banquero -.

Dejemos a Agustín Edwards Ross y retrocedamos a la historia de sus antepasados: todas las familias aristocráticas chilenas tienen orígenes muy humildes, y muy pocos de ellos con títulos nobiliarios, pero, afortunadamente, en España estos títulos se vendían por docenas a chilenos y a otros latinoamericanos ricos que quisieron comprarlos. El marqués de Cuevas, por ejemplo,  obtuvo esa distinción porque se casó con la hija de Rockefeller. Los Edwards,  al parecer, no compraron ningún título nobiliario, púes estaban convencidos de que su antepasado, el médico y marino Georges Edwards, que en 1804 recaló en el Puerto de Coquimbo y se escondió en un barril con el propósito claro de desertar de la Armada británica y, posteriormente,  casarse con la rica hija del dueño de la hacienda de Peñuelas, Isabel Ossandón. Según Hernán Millas, autor de La sagrada familia, el genial cronista Joaquín Edwards Bello decía que su antepasado era un corsario: “Dejemos el antepasado médico para los parientes mediocres…yo seré siempre descendiente del corsario Edwards, que desertó por amor…” No sé cómo se las barajaron para afirmar que su pariente  era noble, lo cierto es que muchos de los corsarios obtenían el título de Lord, por parte de la reina Isabel I. A lo mejor, tenía razón el brillante escritor Edwards Bello.

El médico británico tuvo entre sus hijos al primer Agustín Edwards Ossandón, casado con Juana Ross, sobrina que podría haber sido su hija, pues tenía varios decenios menos que don Agustín, y fue necesario realizar varias gestiones ante la  iglesia para que pudieran contraer matrimonio – aunque en la aristocracia, la mayoría se casaba con primas o primos para no perder la fortuna -.

En ese entonces, la  única diferencia entre liberales y conservadores eran que los primeras iban a misa de doce, mientras que los segundos concurrían a la misa de ocho, que eran los predilectos del cura y, los liberales eran buenos y generosos para aumentar la limosna de la iglesia; unos pocos liberales eran masones, pero también iban a misa forzados por sus mujeres. (Mi abuelo materno, liberal, duró dos días en la masonería, hasta que mi abuela lo hizo rezar el rosario, junto al personal de servicio).

Los Edwards, algunos del Partido Liberal y otros del Nacional, como todo aristócrata que se precie de tal, querían tener su santa propia: Los Gumucio, que eran muy pechoños, ya tienen su santa propia, Juanita Fernández Solar – según su hermano Miguel era una “pava”, además de un candidato, el padre Esteban – y para no quedarse atrás, Agustín Edwards Eastman ha hecho miles de intentos para llevar a los altares a la pariente, Juana Ross, esposa de Agustín Edwards Ossandón, llamada “la millonaria más pobre de Chile, por ejercer la caridad y amor a los más necesitados y, a pesar de sus méritos la iglesia se ha negado a acoger la petición. Según la opinión maliciosa de Millas, es que a pesar de haber fundado varios hospitales, orfelinatos y otros centros de acogida, doña Juanita mantuvo incólume la fortuna de los Edwards.

La “santa” Juanita quedó muy impresionada después de la lectura de la Encíclica de León XIII, Rerum Novarum, que el rival de El Mercurio, El Diario Ilustrado, del Partido Conservador, se había negado  a publicar, pues los beatos acusaban al Papa de enajenación y de que en Chile, la estupidez de la cuestión social no servía para nada, pues los pobres estaban muy bien pagados y tenían una vida placentera, gracias a la generosidad de sus patrones, y la cuestión obrera era un problema de Europa.

Agustín Edwards Ossandón fue un genio para acrecentar su fortuna, y se considera el verdadero fundador de los Agustines millonarios. Este prohombre captó que no era necesario ser propietario de minas para hacerse  rico: Juan Godoy  acababa de descubrir la mina de plata de Chañarcillo, en Atacama, y Edwards Ossandón tomó el camino de abastecer  a los mineros de alimentos, útiles necesarios para la explotación de la veta y, sobre todo convertirse en un prestamista que, desde luego, cobraba altos intereses y no perdonaba deuda.

A diferencia de otros millonarios de la minería, entre ellos los Ossa y los Cousiño, no adquirió palacios ni en Santiago, ni en Valparaíso. Ya archimillonario y dueño del Banco Edwards y de la Casa Edwards, se trasladó a Valparaíso, en ese tiempo tan rico como San Francisco, California. No existía aún el Canal de Panamá, y  Chile había aniquilado el Puerto El Callao, en la Guerra del Pacífico, por consiguiente, Valparaíso  se constituyó en la ciudad de los negocios.

(En la próxima entrega trataremos el periplo del único Agustín que pudo haber sido Presidente de la República,  Agustín Edwards MacClure).

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

07/03/2017       

                  

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