Diciembre 14, 2024

El abigeo turnio

Un día, los más relevantes dueños de caballos, que preparaban yeguadas para venderlas en carnicerías de equino o aras de finos potros para la hípica, se reunieron, en ampliado internacional, para condenar el abigeato. El lugar: Quito. La fecha: un mes de 2016.

 

 

El abigeato, como todos sabemos, es el robo violento y acuatrerado de caballos y yeguas. Cuando la presa es de potrillos de carrera los ladrones reparten el robo y sus ganancias entre las más elegantes aras de las diversas plazas. Cuando la presa es ya un poco gorda, sebácea y crin largo, paso lento o chueco, los ladrones distribuyen su mal habida mercancía a las distribuidoras de carnes de equino, que las hay en Chile y no pocas.

En la reunión a que hacemos referencia estuvieron presentes dueños de caballos y yeguas de toda América Latina, en el centro de Quito, Ecuador, convocados por el Presidente de ese país, el mismo que convocó también para denunciar y combatir los llamados “paraísos fiscales”.

El título del encuentro-seminario:”El abigeato nos deja pal gato”, “El abigeato, un enemigo caballo” y “Ser abigeo es lo más feo”. Su objetivo: eliminar el abigeato con políticas verdaderamente represivas.

Hubo dueños de yeguas y caballos de muchos países. Todos contra el abigeato.

Por Chile asistió un conocido dueño de equinos, famoso en el gremio por sus bracitos cortos y la turbiedad de sus ojos. Era turnio, y eso le había permitido, según él, triunfar en los negocios: creía comprar cuatro pero compraba dos, y lo mismo en la venta: creía vender ocho y vendía sólo cuatro. Cobraba por ocho, claro.

 

Volvió a Chile el abigeo turnio, con una sonrisa en la fruncida y ancha boca de abigeo. La misma sonrisa que había mostrado cuando robó, hace un buen tiempo caballos y yeguas en Talca; cuando le incautó unas yeguas y unos caballos nuevos a un patrón que le había encargado equinos a EEUU y cuando, varias veces, había hurtado –no era por la fuerza- todos los caballos y yeguas que pastaban en los aeropuertos y hasta cerca del Estadio de Colo Colo, junto a otro abigeo de apellido Tagle. El abigeo turnio era de la Católica.

Hablaron muchos hasta que habló el empresario chileno de bracitos cortos y mirada poco clara: “Hay que combatir y eliminar el abigeato”, dijo con la voz más tronante que pudo, levantando uno de sus cortos brazos y abriendo sus ojos, en forma de globos, encontrados de par en par. “El abigeato es un crimen como lo fue el de Adán cuando mató, con una quijada de caballo, no de burro, a Caín” espetó el de bracitos cortos, muy campante. Y continuó mientras lo escuchaba una platea atónita: “No hay mal mayor para los dueños de caballos, los jinetes de caballos de carrera, los exportadores de caballos de paso, los consumidores de equino y hasta para las yeguas, que el abigeato”. Y continuó: “¿Podemos estar tranquilos nosotros, los dueños de caballos y yeguas, si sabemos que los abigeos andan por allí, muy sueltos, robándose nuestras queridas bestias, como lo hizo Adán con Caín?” “Debemos hacer todos los esfuerzos, e incluso defendernos con nuestras propias armas, ciudadanos, si ello es necesario, aquí ando con una”. Mostró una, levantando un bracito, que parecía carabina o escopeta de dos cañones.

Un gran aplauso interrumpió las palabras del dueño de caballos chileno. Se olvidaron todos de Adán y Caín. Y del burro. Muchos pensaron, y él también, que podría volver a la presidencia del gremio, recuperándose de la mala fama que había cultivado en su antiguo período, en el que se habían roto todos los records de abigeatos, no se sabía el porqué.

Los aplausos y vivas continuaron, incluso unos minutos después que el empresario chileno había dejado la reunión.

Volvió a Chile el abigeo turnio, con una sonrisa en la fruncida y ancha boca de abigeo. La misma sonrisa que había mostrado cuando robó, hace un buen tiempo caballos y yeguas en Talca; cuando le incautó unas yeguas y unos caballos nuevos a un patrón que le había encargado equinos a EEUU y cuando, varias veces, había hurtado –no era por la fuerza- todos los caballos y yeguas que pastaban en los aeropuertos y hasta cerca del Estadio de Colo Colo, junto a otro abigeo de apellido Tagle. El abigeo turnio era de la Católica.

Su familia, todos con antifaces y antorchas encendidas, lo recibieron en el antejardín de su mansión, encabezando la tropa de peones que usaban para realizar, escondidamente, su abigeato.

“Esta misma noche cazaremos unos veinte animales” gritó el abigeo turnio, montado en yegua más bien para la carnicería. “Diez” corrigió un familiar, de vista normal. “Bueno, diez” aceptó el abigeo turnio, sabiendo para sus adentros que serían veinte.

Una semana después, cuando todos, en su país y el mundo, se enteraron que el abigeo turnio tenía como sede de su empresa abigea uno de los paraísos fiscales más conocidos en el mundo para no pagar impuestos por sus ventas de equinos, el abigeo turnio fue acusado para ser juzgado por sus colegas que se habían reunido en Quito para condenar el abigeato, con absoluta firmeza.

“Yo no di la orden” dijo el abigeo turnio ante sus colegas, mirando a su familia pero con un ojo hacia la derecha y otro hacia el centro, muy abiertos, y nadie pudo saber a quién o quienes intentaba culpar.

“Ya declaré todo lo relevante y pertinente sobre esa yeguada” terminó.

El juicio continúa, pero los medios de comunicación señalan reiteradamente que al abigeo turnio habría que operarlo de la vista, pobrecito, para empezar un verdadero juicio y saber derechamente a quién quiere inculpar este rey del abigeato, que hasta ahora nunca ha sido castigado y ha pasado siempre piola.

 

 

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